La Orquesta Nacional ha llegado al final de una singladura muy especial, acosada por la pandemia y haciendo, como otros conjuntos, de la necesidad virtud, ideando nuevas formas de programar y de tocar, disponiendo de los espacios del modo más conveniente. No está nada mal que la obra que remate el curso (los días 25, 26 y 27 en el Auditorio Nacional) sea la Segunda sinfonía de Mendelssohn, Lobgesang, composición magnífica, elocuente, de un melodismo caudaloso. Un buen ejemplo, en fin, del gran arte del sinfonista que fue Mendelssohn, autor de algunas de las partituras sinfónicas más memorables de su época, maravillosas por la tersura, por la claridad, por la luz, por el equilibrio apolíneo, por la amenidad de sus ideas, la agilidad de sus propuestas, la finura de sus soluciones, la elegancia de sus formas, la solidez de sus estructuras.
Mendelssohn fue, con Beethoven, uno de los primeros que metió a la voz en una sinfonía. Poseía una consciencia formal infalible, que no conocía ninguna de las inquietudes emocionales de su amigo Schumann. Son magistrales también sus tres últimas sinfonías, en especial la Tercera, Escocesa, y la Cuarta, Italiana, mramente instrumentales. La masa coral desempeña un papel fundamental en este Canto de alabanza, iniciado por una misteriosa introducción, seguida por un eléctrico agitato, muy característico del músico. Los distintos episodios y motivos principales derivan en buena medida de las diez notas que musicalizan las palabras Alles, das Odem hat, lobe den Herrn!
Parece muy apropiada esta sinfonía, que por cierto se escribió en 1840 para conmemorar el cuarto centenario de la imprenta de Gutenberg, como cierre de una temporada tan agitada, que encuentra especial conexión con las palabras que recita el tenor en el n.º 6 de la partitura: “Las ataduras de la muerte nos atraparon, el miedo al infierno nos sacudió”. Va a ser servida por tres cantantes de valía: la soprano lírica sueca Camilla Tilling, de voz clara y perfumada; la mezzo lírica española Maite Beaumont, fina y maleable; y el tenor lírico-ligero alemán Werner Güra, elegante y matizado. Estarán a la cabeza del Coro y de la Orquesta Nacionales bajo el mando de su titular David Afkham, que de seguro organizará los distintos números, les dará impulso buscando en lo posible un respeto al estilo.