El Festival de Granada va a acoger, para tres conciertos distintos, a una de las grandes revelaciones de la dirección musical de nuestros días; un fenómeno raro y digno de estudio. Se trata del finlandés Klaus Mäkelä, nacido en Helsinki el 17 de enero de 1996. Tiene por tanto 25 años. Cuando a esa edad muchos están saliendo como quien dice del cascarón él ya es titular de orquestas de la talla y la significación de la Filarmónica de Oslo y lo va a ser muy pronto de la de París, de la que ya es principal invitado y consejero. Al tiempo ocupa el mismo puesto en la Sinfónica de la Radio Sueca y es socio artístico de la Tapiola Sinfonietta y director artístico del Festival de Turku.
No hay duda de que de casta le viene al galgo, pues muchos miembros de su familia son o han sido músicos profesionales. A los 12 años empezó a coger la batuta en la Academia Juvenil Sibelius bajo la guía del famoso Jorma Panula, maestro de tantas generaciones. El aventajado discípulo lleva ya tiempo ocupando algunos podios importantes: Orquesta Real de Estocolmo, Gotemburgo, Capitole de Toulouse, Cleveland, Filarmónica de Múnich, Sinfónica de la Radio de Baviera y Concertgebouw de Ámsterdam. Con excelentes críticas.
En Granada tiene tres envites. El primero lo afrontó el pasado martes, con la Mahler Chamber brindó un programa totalmente nórdico con tres obras de Sibelius (El Cisne de Tuonela, 6.ª y 7.ª Sinfonías) y una de Grieg, el célebre Concierto para piano, con el exquisito Javier Perianes como solista. Con la Orquesta de Granada, este viernes, dirigirá Con brio de Widmann, el tan famoso Divertimento para cuerdas de Bartók y la 7.ª de Beethoven. Y con la de París, el 11 de julio, pondrá en atriles Le tombeau de Couperin de Ravel, Concierto para violín n.º 1 de Bruch, con la estupenda violinista Janine Jansen, y la Sinfonía n.º 9, Del Nuevo Mundo, de Dvorák.
Son programas en los cuales podrán brillar los expeditivos modos de Mäkelä, que se mueve con elegancia en el podio, empleando un gesto más bien económico, aunque no exento de amplitud en momentos clave. Le preocupa especialmente su relación con los instrumentistas. En una entrevista concedida a Platea Magazine decía al respecto: “Creo que la parte más complicada para un director de orquesta es la de crear una ilusión de libertad para los músicos cuando tocamos juntos. Que sientan que son libres para hacer lo que desean hacer, pero que seas tú quien tiene el control, sin que sean conscientes de ello”.
Un planteamiento inteligente. Mäkelä busca que la música sea de alguna manera portadora de valores y la llave para ejercitar el pensamiento y convocar a la reflexión. Algo que practica cada vez en mayor medida cuando se enfrenta a una partitura sustanciosa. No hay duda de que las de su compatriota Sibelius son de las que más valora. Acaba de terminar, con la Filarmónica de Oslo, una integral de sus sinfonías en la que se incluyen fragmentos de una nonata n.º 8 y donde tiene cabida asimismo el poema sinfónico Tapiola.
Para Mäkelä Sibelius es muy especial ya que, según él, era capaz de encontrar la proporción ideal entre longitud, forma y materia. Algo que puede apreciarse con nitidez en una sinfonía como la n.º 7, que cerró su primer programa y que es un alarde de economía, de concisión, de síntesis. En 20 minutos de música se dice más de lo que otros compositores han tratado de decir en una hora u hora y media. Y que quedó bien explicado en su interpretación de la obra al frente de la Mahler Chamber Orchestra.