Para muchos el nombre de Sinéad O’Connor es sinónimo de excentricidades, de locura, de vaivenes. Quién no recuerda aquella vez en la que rompió una foto del Papa Juan Pablo II en la televisión o aquel vídeo, más reciente, en el que hablaba sobre sus intentos de suicidio. Serán muchos los que piensen que la artista pretende llamar la atención. Otros creerán que fue una valentía poner sobre la mesa un asunto en ocasiones silenciado como la enfermedad mental. De todo ello habla la cantante en Remembranzas. Escenas de una vida complicada (Libros del Kultrum), unas memorias en las que rinde cuentas con su pasado y, también, con su presente. 

Es innegable que la vida de O’Connor ha sido, cuanto menos, complicada. En esta autobiografía la compositora relata con firmeza y sinceridad algunos aterradores episodios que vivió junto a su madre y que, por supuesto, le marcaron de por vida. También habla de su infancia, de las visiones que tenía, de su adolescencia, de su paso por el reformatorio o de la cleptomanía. “Tengo por costumbre ser la más gamberra porque siempre estoy robándoles el almuerzo a las otras chicas o robando en las tiendas de ropa o trincando dinero de los bolsos de los docentes en la sala de profesores para gastármelo en chucherías”, leemos.

A O'Connor no se lo han puesto nunca fácil y esta no se amilana a la hora de abordar sus problemas, su adicción a la hierba o el consumo de drogas. Tampoco se olvida de arremeter contra una industria musical tan feroz a la que llega a comparar con el mundo de la prostitución. Escrito casi en forma de diario, este volumen nos lleva a transitar los caminos que le han llevado a ser quién es. “Hasta hará cosa de seis meses no he estado -lo que se dice- en mis cabales”, escribe en el prólogo. Acto seguido, comienza una serie de confesiones que hielan la sangre del lector. 

Una madre complicada

Sin duda, los episodios más impactantes son aquellos en los que relata con detalle la violencia extrema de la que fue víctima. En una ocasión en la que el hermano más pequeño, John, dijo que no volvería a casa su madre amenazó con hacer daño a Sinéad, pero este no creyó sus palabras. Cumplió con su promesa: “me sentó en el asiento del copiloto y se estrelló adrede contra otro coche que venía en sentido contrario. Afortunadamente no nos sucedió nada, pero recuerdo que grité sin poder hallar consuelo. Cuando llegamos a casa llamé enseguida a su médico. Y él vino y me dijo que por nuestro bien se la llevaría al hospital”. 

A lo largo de todo el relato O'Connor no escatima en detalles pero no escribe con condescendencia cuando recuerda, por ejemplo, que fueron varias las ocasiones en las que, en un intento de proteger a su hermano, se culpaba de actos que no había cometido. De este modo era ella “quien recibía la paliza”. Pero hay otro momento tan desgarrador que incluso cuesta leer: “Soy la niña que llora de miedo el último día antes de las vacaciones de verano. Tengo que fingir que he perdido el palo de hockey porque sé que si lo llevo a casa mi madre me golpeará con él todo el verano. Aunque tal vez prefiera el atizador de alfombras. Me hará desnudarme, me obligará a acostarme en el suelo y abrirme de piernas y brazos, a permitirle golpearme con el mango de la escoba en mis partes íntimas”. 

Para bien o para mal, su madre murió en un accidente de coche cuando O'Connor tenía 18 años. Tiempo después regresó a casa con sus hermanos y se llevó algo: una foto del Papa Juan Pablo II. ¿Imaginan cuál?

La industria musical que quiso domesticarla

La cantante grabando con Robbie Shakespeare y Sly Dunbar en Jamaica. Foto: Collin Reid / AP Photo

Sinéad O’Connor, que desde que se convirtió al islam responde al nombre de Shuhada, no solo salda deudas con su familia, también con una industria musical que quiso domarla. Cuando se encontraba grabando su primer disco, The Lion and the Cobra, la discográfica le pidió que se dejara el pelo largo, que vistiera con faldas ajustadas y, por ende, que fuera más femenina. O’Connor tenía 19 años y respondió con contundencia pero sin mediar palabra: se rapó el pelo, característica que le ha acompañado durante toda su vida. El álbum salió a la venta tan solo tres semanas antes de que naciera su primer hijo, Jake (el sello le aconsejó que abortara), y este se colocó entre los 30 discos más vendidos del Reino Unido de 1987.

Sin embargo, O’Connor alcanzó la fama internacional con su segundo disco, I Do Not Want What I Haven’t Got, que vio la luz en 1990. Es, además, la gira que mejor recuerda pues para entonces ya tenía como mánager a Steve Fargnoli, que había representado también a Prince. “Como un tema del álbum, Nothing Compares 2 U, había llegado al número uno, de repente la gira se volvió algo enorme”, escribe. Si bien con su primer trabajo fue nominada a los Grammy, algo que marcó un antes y un después en su trayectoria, su segundo álbum le aportó “una desmesurada satisfacción a otro nivel”. 

En 1991 rechazó todas las nominaciones “porque después del trato recibido por parte de la industria y los medios de comunicación, sabía que no estaban premiando nada que yo representara. Más bien recibía premios porque había despachado muchas unidades. El éxito comercial supera al mérito artístico”, se sincera. Pero dentro de su ser residía una razón mucho más poderosa: rechazó los premios para llamar la atención sobre un tema tan delicado como los abusos a menores. Sin embargo, la tomaron por loca. De hecho, la noche de la entrega de los premios O’Connor recuerda un episodio desagradable: “llegan a agredirme con un objeto punzante en una fiesta en casa de Eddie Murphy, con la ceremonia en la tele”. 

Un terrorífico Prince 

La historia de la cantante está plagada de agresiones de las que se sobrepone una y otra vez. Se podría decir que la palabra resiliencia concuerda con O'Connor. Una mañana de un día laborable la cantante recibió una llamada en la que Prince le invita a su casa. O’Connor y sus amigas creyeron que el autor de Nothing Compares 2 U, tema que sonaba en todas las radios, quería celebrar con ella el éxito alcanzado con su canción. Pero nada más lejos de la realidad. La llegada al palacio de Prince fue, por decirlo de alguna manera, extraña. También lo que ocurrió después. Tras una entrada no demasiado positiva en la que el compositor pilló a la cantante irlandesa hurgando entre sus productos de limpieza, este le propuso hacer una guerra de almohadas. O’Connor aceptó pensando que esta sería una buena manera de volver a empezar. Pero cuando este le asestó el primer golpe entendió que no había nada amable en aquella invitación pues había guardado un objeto dentro de la funda con el objetivo de herirla.

La cantante quiso escapar y este se lo puso difícil. Llegó hasta la puerta, vio que el chófer estaba dormido y lo despertó. Gritó para que también acudiera en su ayuda uno de los sirvientes de Prince (Duane, su hermano) pero cuando Su Alteza, así lo llama, pidió que se fueran, estos obedecieron y volvió a quedarse a solas con él. Finalmente, pudo fugarse de su casa y salir de la finca aunque el cantante de Purple Rain le siguió con su coche hasta que O'Connor consiguió, con la luz del alba asomando, hacer sonar el timbre de una casa y bajo la amenaza de contar lo ocurrido pudo se deshacerse de él. 

La foto de Juan Pablo II

Momento en el que rompe la foto del Papa Juan Pablo II en directo. Foto: Yvonne Hemsey / Getty Images

Todos recordamos uno de los episodios más polémicos que ha protagonizado la cantante. Ya hemos comentado que O’Connor se llevó algo de la casa de su madre tras su muerte. “Por primera vez después de varios años, mis hermanos y yo entramos en casa de mi madre [...]. Arranqué de la pared de su dormitorio la única foto que tenía: una del papa Juan Pablo II”. Sinéad O’Connor tenía muy claro que quería destruirla porque “representaba falsedades, mentiras y abusos de todo tipo. Solo atesoraban esas cosas las personas que eran auténticos demonios, como mi madre”. No sabía cuándo ni dónde lo haría pero sí que en algún momento ocurriría.

El día, casi sin pensarlo, llegó. El 3 de octubre de 1992 la cantante se preparaba para actuar en el Saturday Night Live, un programa clásico de la NBC americana que lleva en antena más de 40 años. La cantante iba a cantar dos canciones y la segunda sería una versión de War, de Bob Marley. O’Connor la hizo suya y la interpretó con esa voz tan característica. Al finalizar su actuación gritó “luchad contra el verdadero enemigo”, sacó la foto del Papa y la rasgó en dos, cuatro, seis cachos ante un público enmudecido. Nadie aplaudió.

Para muchos, la intérprete no había hecho otra cosa que cavar su propia tumba y poner punto y final a su carrera. De hecho, sus discos fueron destruidos con apisonadoras en varios puntos de América y los abucheos impidieron que pudiera actuar dos semanas más tarde en el Madison Square Garden en un homenaje a Bob Dylan. Sin embargo, la protagonista de la polémica echa la vista atrás y lo entiende de otra manera. Y así lo explica: “mucha gente considera o especula sobre la hipótesis de que romper la foto del papa fue lo que hizo descarrilar mi carrera. No soy de la misma opinión. Creo que lo que hizo descarrilar mi carrera fue tener un disco en el número uno y que romper la foto me devolvió al camino correcto”. 

O'Connor disfrazada de manifestante contra sí misma. Foto: Susie Davis

A partir de entonces, se sincera, pudo volver a ser “imperfecta”. Pero, tal y como ella misma apunta, durante mucho tiempo fue una paria. Tuvo que lidiar con una especie de ostracismo que hizo que su cuarto disco, Universal Mother, publicado dos años después, apenas tuviera repercusión en Estados Unidos. Entonces llegó un silencio que se prolongó hasta el año 2000, cuando volvió a publicar nuevo material. Sin embargo, ha sido vapuleada como nadie antes y su nombre ha protagonizado titulares en los medios de comunicación por razones que nada tienen que ver con la música. Quizá la etiqueta de 'loca' no se la quite nunca pero estas memorias sirven de catarsis y pueden contribuir a que se le entienda un poco mejor.

Sinéad en la actualidad

Su relato es extremadamente detallado desde 1992 hasta 2015, año en el que le practicaron una histerectomía que derivó en una crisis nerviosa de la que tardó en recuperarse cuatro años. Por esa razón, entre 2016 y 2017, estuvo en diversos lugares de Estados Unidos pues en Irlanda no le explicaron los posibles efectos secundarios de aquella intervención. “Estaba tan fuera de mí que todos me tenían miedo”, confiesa. Aquella operación en la que le extirparon los ovarios, explica, ocasionó una menopausia quirúrgica que la volvió “muy inestable”. De hecho, O’Connor sentía tantos impulsos suicidas que decidió internarse y ponerse “bajo supervisión médica”. Fue entonces, en 2017, cuando en su perfil de Facebook publicó un vídeo hablando del suplicio que vivía.

O’Connor, que en la actualidad se encuentra trabajando en nuevo material, deja para el final una carta que le dedica a su padre y en la que muestra que es consciente de su enfermedad. “Quiero que sepas que, aunque hubiera tenido por padres a san José y a la Virgen María y se hubiera criado en la Casa de la Pradera, tu hija seguiría estando más loca que una cabra y desquiciada como una regadera”.

@scamarzana