“La representación más perfecta del ideal ilustrado es el cuarteto de cuerda”, afirma, categórico, Cibrán Sierra, violinista del Cuarteto Quiroga. Sentado junto a sus compañeros (Helena Poggio, Aitor Hevia y Josep Puchades) en el Hotel Paseo del Arte de la calle Atocha de Madrid explica el ‘relato’ que hay detrás del nuevo álbum manufacturado por el “exquisito, preciso y perfectamente equilibrado” (The New York Times dixit) conjunto. Und es ward licht! (¡se hizo la luz!), publicado por Cobra Records, es el último trabajo discográfico que lanzan al mercado. Y como siempre, tiene una historia detrás. Antes habían contado otras tan interesantes como la de la ruptura de la tonalidad, la de la raíz popular de toda música ‘culta’, la de la relevancia capital de Madrid en la acuñación del molde cuartetístico, con Boccherini como figura seminal… “Sentíamos que ya tocaba ir a los orígenes centroeuropeos de esta forma, y eso significaba inevitablemente acercarnos a Haydn y Mozart”, continúa Sierra.



Una de las razones que les empujaba a realizar este viaje retrospectivo era sacar a relucir los bellos ideales comprimidos en la pócima consistente en juntar a cuatro instrumentistas, todos en un plano de libertad e igualdad absoluto, para interpretar una partitura. Una disposición jerárquica horizontal, en contraste con la de, por ejemplo, la sinfonía, que requiere de un condotiero marcando el camino desde las alturas.

Abajo el antiguo régimen

Es en definitiva una metáfora el ideal ilustrado frente al del Antiguo Régimen. Y, exprimiendo la lectura política, una traslación de la democracia a la música. Porque para que esa alianza camerística suene bien es necesario que todos sus integrantes se escuchen entre sí. “No tanto con la intención de rebatir, sino de entender”, apunta Puchades, que, precisamente por este motivo, considera muy oportuna la ‘entrega’ de este disco a una sociedad cada vez más crispada y polarizada. La lección implícita sería: “Escúchense con un poco de más de atención antes de atacarse”. Habrá que proponer que lo pinchen en el Congreso antes de las sesiones deliberatorias.



Por otro lado, Puchades, profesor de viola (su instrumento) en el Musikene de San Sebastián, aporta otro dato aleccionador: “En cualquier cuarteto, para que funcione, todo se construye muy despacio, a fuego lento, después de mucho de debate. Así es como se afinan y mejoran las ideas. Es decir, nada que ver con la compulsión con que se lanzan sentencias en las redes sociales”. Lo unívoco no cuaja en lo que aspira a ser una comunión de voces. “Aquí no valen ese tipo de preguntas que se leen o escuchan en los medios a veces: ‘¿Usted está de acuerdo con esto, sí o no?’ Nosotros nos nutrimos de los matices y nos sostenemos en el apoyo mutuo, porque tampoco vale que a mí me vaya muy bien si a este señor [señala a Puchades] o a esta señora [mira a Poggio, la chelista] les va mal o regular. Y esto que digo sirve para un grupo de cuatro músicos como para una comunidad de cuatrocientas mil personas”.

"En un cuarteto todo se construye muy despacio, después de mucho debate. Nada que ver con la compulsión de las redes". Josep Puchades





Lo cierto es que ni Mozart ni Haydn pretendían presentar un programa político con las cuatro piezas (dos de cada uno) escogidas para Und es ward licht! Pero tampoco eran creadores que permanecían ajenos al impulso renovador de la Ilustración, que permea claramente en sus pentagramas. La experiencia de Haydn refleja bien los aires emancipadores que soplaban en aquel contexto histórico de finales del siglo XVIII. Cuando compone los seis cuartetos del Opus 33, del cual los Quiroga han seleccionado para abrir el disco el Nº3, ‘The Bird’, era un simple siervo. “Él escribía música para los Esterhazy [aristocrática familia húngara que lo tuvo a su servicio durante casi tres décadas] igual que otros criados limpiaban las cuadras”, compara, gráficamente, Sierra. En cambio, tras romper amarras con este linaje porque el sucesor del patriarca Nicolás no tenía ningún interés en la música, se convirtió al fin en un compositor libre. Como tal, dio a luz el Cuarteto, Op. 74, nº1 en 1793, una obra que ya ha de ganarse su espacio en un entorno más abierto, en el que el concierto público (o sea, fuera de palacios y residencias nobiliarias) empieza a tomar impulso.

Cuando Mozart se lo curró

Mozart también decidió liberarse de los peajes del mecenazgo, algo que le hizo entrar en barrena. Sobrevino su ruina. Antes del declive, en 1785, firma un ciclo de seis cuartetos inspirado en el Opus 33 de Haydn, a quien admiraba profundamente. Tanto que el genio salzburgués, con su portentosa y orgánica capacidad para escribir música sin esfuerzo perceptible a una velocidad endiablada, decide remangarse durante tres años para entregar a su maestro un producto a la altura de la idolatría profesada hacia él. El propio Mozart describe esta colección “como el fruto de un arduo y laborioso trabajo”. “Haydn, cuando los escucha, se cae de la silla”, apunta Poggio, profesora del Real Conservatorio Superior de Madrid (la cita en Atocha es una deferencia hacia ella, ya que se suma al encuentro inmediatamente después de impartir un par de clases). “Es que no se puede escribir mejor –continúa–. Lo maravilloso de Mozart es que todo suena como si fuera sencillísimo pero lo que hay en el fondo es muy sofisticado. Esa es su grandeza. Mozart es la música pura”. De este ciclo que elaboró a conciencia el superdotado creador, han escogido el K 465, motejado como Disonancias, porque no define claramente la tonalidad hasta que en un determinado punto se concreta en Do mayor, asociada a la luz. Es algo muy similar a lo que ocurre en el comienzo del famoso oratorio de Haydn La creación (1791), lo que hace plantearse si, a la postre, el mentor acabó 'copiando' al pupilo.



Todas las obras del disco (incluida la cuarta, el Quinteto K 515 de Mozart, para el que se cuenta con la colaboración de la prestigiosa violista Veronika Hagen) están en esa tonalidad, de ahí su título. La convención lumínica en torno al Do mayor es algo que figura ya en los tratados musicológicos del siglo XVII y, sobre todo, del XVIII, época en la que se dispara la ‘moda’ enciclopedista de compartir los saberes. Y resulta intuitivo. Puede decirse que el disco, en su totalidad, refulge. Lo pillan hasta lo niños. Un bonito recuerdo de los componentes del Quiroga lo demuestra. Una vez que fueron a tocar a un pequeño pueblo de Galicia se encontraron entre el público algo que no esperaban: muchos niños. “Estuvimos hablando con ellos de las tonalidades. Y tocamos alguna obra en Do mayor. Cuando les preguntamos qué les sugerían, sucedió algo alucinante. Respondieron a coro: ‘Luz’. Lo juro”, recuerda Sierra, nombrado catedrático del prestigioso Mozarteum de Salzburgo justo en el arranque de la pandemia.

"Es muy difícil que si alguien entra por primera vez en un auditorio con 30 años se entusiasme. Si no se planta la semilla pronto, la batalla está casi perdida". Helena Poggio





La anécdota tiene una potencia significativa enorme sobre la educación musical. Que en España, coinciden los cuatro músicos, todos docentes (Hevia, violinista como Sierra, lo es en el Conservatorio de Zaragoza), es un asunto que induce al llanto. “Es muy difícil que si alguien entra por primera vez en un auditorio con 30 años se entusiasme. Y no se le puede culpar, claro. En general, nos estimula lo que reconocemos. Si no plantamos la semilla temprano, la batalla está casi perdida”, dice Poggio. Hevia toma la palabra para ponderar la labor del conjunto en este sentido desde el Museo Cerralbo, con el que mantienen una larga y estrecha colaboración. “Allí hemos hecho muchos conciertos para los más pequeños. La esperanza es que quede la música almacenada en algún rincón de su memoria y que algún día el recuerdo reverdezca, y sean el público o los músicos del futuro. A los niños, en cualquier caso, les suele llamar mucho la atención vernos tocar”.



Por ahí se le empieza a ganar espacio al reguetón, que, entendido en un sentido amplio, es el estilo musical dominante hoy. “Lo mejor sería prohibirlo”, tercia Puchades, en clave de broma, para distender, suscitando una risotada general. Pero está claro que si el reguetón está en el ascensor, en el gimnasio, en el centro comercial, en la piscina… pues el gusto se encasquilla y se encorseta. “Otro problema es esa visión de la clásica como un apartado específico dentro de la historia de la música, no conectada con el jazz, el pop… Es una manera de marginar”, lamenta Poggio. La música de los raritos. A la que ellos, sin sentirse raros en absoluto, decidieron consagrar su vida.

Átomo sonoro

Hevia y Sierra se conocieron en la JONDE pero optaron por quemar las naves (“No dejamos ni una a flote”, rememora el primero). Lo apostaron todo a consolidar un cuarteto. Por eso decidieron apuntarse a la Escuela Reina Sofía, para recibir una formación específica y de primerísimo nivel en música de cámara. Atrás quedó la JONDE y la posibilidad de hacer carreras en agrupaciones sinfónicas. No era eso lo que querían. En el centro 'amadrinado' por Paloma O’Shea coincidieron con Poggio, que también cortó sus compromisos con orquestas para encontrar grupo en sus aulas. Los dos violinistas le propusieron una relación seria, que era lo único que a ella le podía convencer. Y se echaron al camino juntos. El violista húngaro que los acompañaba causó baja después, en 2007, y fue cuando contactaron con Puchades, el 'cuarto' Quiroga que completa la plantilla actual.



¿Soñaron algo parecido a lo que vino después: discos, premios (el Nacional de Música, por ejemplo), alabanzas, conciertos en los más postineros auditorios…? "No, lo único que pensábamos era esforzarnos al máximo para llegar hasta donde pudiéramos llegar", explica Poggio. “Así fue, porque esa voluntad –añade Sierra– es indispensable para sacar adelante un cuarteto, que es el proyecto musical más fascinante pero más arriesgado y frágil. Es el tipo de conjunto que puede sonar más afinado que todos los demás pero también más desafinado. La música en su desnudez máxima”. El átomo del sonido y… de la democracia.

@alberojeda77