Con 17 años, Jaime Martín (Santander, 1965) ponía la gorra en la calle Preciados mientras tocaba la flauta. Lo recuerda muy bien: “Para ir a las clases del Real Conservatorio, cuando estaba todavía en el Teatro Real, cogía uno de aquellos trenes-correo que salían de Santander a las once de la noche y llegaban a la capital a las ocho de la mañana. Las lecciones no empezaban hasta las cuatro de la tarde. En ese intervalo, entre cafés y bocadillos de calamares, plantaba mi atril y preparaba las partituras”. Mataba así dos pájaros de un tiro: se curtía como intérprete y sacaba unas perras para financiarse tantos trayectos ferroviarios (“Y llegué incluso a sacar lo suficiente para comprarme una bici de carreras”). Aquel joven audaz es hoy probablemente el director español que ostenta más titularidades en orquestas internacionales.



Lo suyo es de récord. Recontamos: es el máximo responsable de la Orquesta de Cámara de Los Ángeles (donde acaba de renovar hasta 2027), de la RTE National Symphony de Irlanda, de la Gävle Symphony Orchestra de Suecia y, por si fuera poco, este verano fue fichado por la Melbourne Symphony Orchestra. Este último destino tensiona todavía más su agenda ya de por sí frenética. Australia pilla un poco a desmano de Londres, donde se radicó hace más de tres décadas. “Pero es que no les podía decir que no. Es un conjunto magnífico y ya la primera vez que nos conocimos, en 2019, fue una fiesta. Además, yo ya tengo a mis hijos criados”, dice mientras suena su risa a través del teléfono (responde desde La Coruña, donde debe ‘despachar’ un par de conciertos con la Sinfónica de Galicia). Por otro lado, no será un simple paracaidista en Oceanía. Y eso también le atraía: “Las veces que vaya allí estaré al menos cuatro semanas seguidas. Pasaré fines de semana en Melbourne. Me permitirá respirar la ciudad y conocer a mis vecinos. Es un tiempo muy largo para los plazos que habitualmente manejamos los directores”. Un mes en un sitio es el summum de la estabilidad para este gremio.

Geografías vitales alternas



Pero la cosa no queda ahí. Sus cargos abarcan también el territorio español. Parecería lo lógico pero lo cierto es que ha vivido bastante separado de su tierra natal durante muchos años. Aparte de ejercer como asesor del Festival de Santander, nuestra Orquesta Nacional anunció el pasado mayo que sustituiría (a partir de la temporada próxima: 2022-2023) a Juanjo Mena en el papel de Principal Director Invitado. De momento, a principios de noviembre se pondrá al frente del conjunto estatal para escanciar el Concierto para piano y orquesta de Schumann y la Sinfonía nº6 de Dvorák. ¿Es esta designación un primer paso para preparar la vuelta al origen? “Quién sabe lo que deparará el futuro”, responde echando balones fuera, aunque ciertamente en su vida las geografías vitales se alternan (y alteran) como en una promiscua danza. Complicado planificar.

"Tocando la flauta en la calle me pagaba los billetes de Santander a Madrid. En Preciados ponía el atril y preparaba así las clases del conservatorio”

La cuestión de afianzarse más o menos en la piel de toro abre otro debate. Con Londres ha vivido un largo romance pero hete aquí que llegó el Brexit. “Sí, ha sido una ciudad a la que he querido mucho pero la verdad es que ahora la quiero un poco menos. Yo, por suerte, con mi pasaporte español no tengo problemas de momento para moverme por el continente pero no es el caso de mis colegas británicos”. De todas formas, añade, “la ironía y la actitud inglesa siempre me han resultado atractivas”. Así que de momento no se plantea más mudanzas que las puntuales asociadas a sus diversos cargos repartidos por todo el planeta.

Una circunstancia que le otorga a una perspectiva privilegiada para juzgar uno de los fenómenos más recurrentemente denunciados en las últimas décadas dentro del orbe sinfónico: la homogeneización del sonido. “Antes la sección viento-madera de la Filarmónica de Berlín la formaban solo alemanes y la de la Concertgebouw, holandeses. Y así en cada país. A mediados de los 80 esto cambia. Y en esas secciones encuentras muchas nacionalidades. A mí me parece enriquecedor. Quizá haya algo de homogeneización, sí, y las diferencias sean menos marcadas, pero siguen existiendo. Por ejemplo, sin salir de Londres, no es lo mismo cómo suena la London Symphony que la London Philarmonic. El contraste persiste”.



Sabe bien de lo que habla Jaime Martín. No en vano fue flautista en ambas, antes de empreder carrera como director. En la primera empezó a foguearse cuando llegó a Londres. Le hicieron un contrato de seis meses que no tuvo prolongación. Pero acto seguido se le abrieron las puertas de otras dos agrupaciones de alcurnia en la capital inglesa. Ingresó como primer flautista en la Royal Philarmonic de Daniele Gatti y en la Academy of Saint Martin in the Fields de Neville Marriner. Cuando sus hijos eran pequeños y necesitaba fijar una rutina familiar, se enroló en la orquesta de English National Opera. Y para cerrar el periplo londinense terminó engrosando las filas de la London Philarmonic de Vladimir Jurowski. Una experiencia magnífica sobre la que impulsar su salto al podio. “La vocación por dirigir siempre la tuve pero como me empezaron a salir trabajos de flautista la fui relegando un poco. Eso sí, yo aguantaba como instrumentista también porque me resultaba muy interesante observar a tantas grandes figuras de la batuta”. En la Orquesta de Cámara de Europa, por ejemplo, absorbió el magisterio de dos colosos muy diversos entre sí. “Abbado apenas hablaba de música. Sólo pedía que nos escucháramos. Él era el equilibrio interno, pura elegancia. Harnoncourt, en cambio, era como un profesor universitario. En los ensayos daba lecciones magistrales. Había veces que apenas tocábamos”. Dos maneras de ser únicos e irrepetibles.



Al final, en 2008, Marriner le dio la alternativa, accediendo a dirigir a medias con él un concierto con la Orquesta de Cadaqués. El símil taurino tiene toda su justificación pues el ritual fue muy similar al que se realiza en los cosos cuando un matador bregado le abre el paso a otro novel. Marriner asumió la dirección de la primera parte del programa (Quinta de Beethoven) y le dejó la segunda a Martín (La Heroica). El maestro inglés salió con su ‘alevín’ cuando tocó el momento y, frente al auditorio, le entregó la batuta, dándole así mando en plaza. Un momento emocionante. Pero no tanto como cuando la mujer de Marriner, a la muerte de este, llamó a Martín para tomar un café. A la cita se presentó con la vieja caja de piel olorosa que guardaba su marido como oro en paño con todas sus batutas. “Son para ti. A él le encantará que las sigas utilizando tú”. Batutas como antorchas con el fuego sagrado y eterno de la música encendido. Martín ahora ilumina tres continentes con ellas.

@alberojeda77