Regresa una vez más al Teatro Real una de las óperas más representadas de la historia desde su estreno en Turín en 1896: La bohème de Giacomo Puccini, de nuevo en la puesta en escena de Richard Jones, que sustituyó a la de Gian Carlo del Monaco y se estrenó en la temporada 2017-2018. Es una mirada más poética y soñadora que la de aquel, con una escenografía móvil que busca la delimitación de los espacios.
Puccini consiguió en esta obra maestra una narración continua, fluida, bien construida. Mejoraba en sentido teatral la novela de Murger, Escenas de la vida bohemia, en la que se basaba y que venía a ser el solapamiento de distintas escenas tratadas de una forma periodística. Faltaba ahí esa almendra dramática tan magníficamente forjada en la ópera. En ella, pese a ciertos toques algo blandos, herencia del operismo de Massenet, y determinadas faltas de rigor escénico –como la secuencia a la intemperie, en una fría noche invernal, del Café Momus–, Puccini acertó a crear, a través de ese característico verismo diluido, en el que lo realista queda subsumido por lo poético y por lo cordial de las situaciones, una precisa y verosímil descripción de ambientes y caracteres.
Es curiosa la estructura de la obra, con dos primeros actos alegres, scherzantes, y dos tristes, en andante spianato podríamos decir. De esta guisa se sirve la vida de esa simpática comunidad y se penetra en el hondo lirismo que expresa la música, que sigue el deambular de las entrañables criaturas y las envuelve en una música cálida de un melodismo reconocible y definitorio de unas vidas y unas conductas que acaban por tocarnos el cuore y que precisan para darles vida de actores y cantantes de primera.
Dos repartos para las quince representaciones previstas, con voces en algún caso familiares, como la de Ermonela Jaho, lírica sufriente, expresiva, emotiva, una Mimì de altura. Se alterna con Eleonora Buratto, de mayor empaque vocal, de timbre más carnoso, aunque no llegue a las intensas cotas de la soprano albanesa. Junto a ellas, dos Rodolfos también muy diferentes: Michael Fabiano, lírico pleno de atractivo color, pero irregular en la articulación y en el salto al agudo. Más oscuro y prieto es Andeka Gorrotxategui, quizá en exceso para un personaje tan meridional como el literato parisino, pero es artista cumplidor, con buena pegada.
Tersura en las voces
Dos excelentes sopranos lírico-ligeras españolas se disputan Musetta: Ruth Iniesta, de vibrato fácil y bien labrada octava superior, y Raquel Lojendio, de timbre más terso y carnoso y gentileza mímica ejemplar. En Marcello encontramos al lírico expansivo Lucas Meachem y al más corpóreo y tierno Andrzej Filonczyk, una voz a seguir de cerca; y en Schaunard a dos barítonos aún más líricos, el primero muy contrastado en la parte, Joan Martín Royo y Manel Esteve. Dos bajos para Colline, Krzysztof Baczyk y Solomon Howard, suficientemente pertrechados. El veterano Vicenç Esteve y el jovencito y luminoso Pablo García López completan el reparto en Benoit, mientras que Alcindoro será personificado por Roberto Accurso. Presidiéndolo todo, la expresiva, calurosa y conocedora batuta de Nicola Luisotti, que será sustituido en dos de los días por el exclarinetista Luis Miguel Méndez, director ya muy seguro.