Y llegó de nuevo el Concierto de Año Nuevo, la manifestación de su especie más famosa del universo mundo, que recupera el gozoso espíritu vienés de la decimonónica familia Strauss y que, ya en el siglo XX un director austriaco, llamado Clemens Krauss, bajo la férula del temible Joseph Goebbels, puso de nuevo en órbita. Tras la segunda gran guerra, Krauss se alternó un par de veces con Josef Krips. Su herencia la recibió el concertino de la Filarmónica, Williy Boskowsky. Años más tarde empezó el desfile de batutas: Lorin Maazel (el que más veces actuó), Zubin Mehta, Carlos Kleiber, George Prêtre, Claudio Abbado, Mariss Jansons, Andris Nelsons, Riccardo Muti, Franz Welser-Möst... y Daniel Barenboim, que dirigió los conciertos en 2009 y 2014 y que regresa en esta ocasión.
Ya sabemos que el maestro nacido en argentina es uno de los pesos pesados de la música actual, no solo en su calidad de director, sino, entre otras cosas, de pianista. Está claro que, por espíritu y querencia, se le puede considerar inmerso en la acrisolada tradición germana y que sirve, por su cultura y manera de ver la música, una forma de hacer heredada de las antiguas y en algún caso pioneras batutas de aquella tierra, a las que respeta y sigue desde sus propios presupuestos analíticos e interpretativos. Ligado a la filosofía furtwangleriana, el director circula por caminos de honda penetración, sondeando precipicios y ascendiendo a cumbres arriscadas, imbuido ya de un lenguaje y un modo de proceder respecto a los diversos parámetros que configuran las partituras de ese gran hontanar.
El pulso de este artista late de manera regular y consigue por lo común establecer y mantener un equilibrio entre forma y fondo, más allá de ocasionales y episódicas faltas de claridad. Pero su batuta, que se mueve en todos los planos de manera elegante y amplia, que fustiga y modela, que acaricia e impulsa, no suele vacilar. Conserva esa ardiente palpitación que define a una partitura de principio a fin y que marca el devenir del canto, vocal o instrumental. Sus acercamientos a la música de los Strauss y demás familia vienesa son sólidos y establece unas pautas constructivas lógicas, convincentes y contundentes a partir de un fraseo bien modelado, bien acentuado, aunque sin la ligereza que saben -o sabían- imprimir otras batutas.
No es el suyo por tanto, lo que no tiene por qué ser un demérito, un Strauss espumoso, de acusado rubato, de alternancias excesivas. Es un Strauss -y aledaños- firme y cabal, responsable y preciso, señorial. Bazas que sin duda podrán apreciarse a través de la transmisión televisiva y radiofónica, que este año, como en los cuatro anteriores, estarán a cargo de Martín Llade, que marca pautas en su cometido, también animado y espirituoso, similares a las que defendía el añorado José Luis Pérez de Arteaga. Deberá presentar y comentar un programa, montado sobre la falsilla straussiana habitual, que ofrece alguna que otra novedad y que comienza con la Marcha Fénix de Josef Strauss y continúa, muy lógicamente, con el vals Alas de Fénix de su hermano Johann. Enseguida escucharemos -y veremos- la polca mazurca La sirena, también firmada por Josef. Luego una novedad: el galop Pequeño boletín de Joseph Hellmesberger hijo, un compañero de viaje de aquellos. De nuevo música de Johann hijo, el vals Periódicos matutinos. Aparecerá después el tercero de los hermanos Strauss, Eduard, de quien la Filarmónica tocará, como cierre de la primera parte, la polca rápida Pequeña crónica (alusiva asimismo al mundo de la prensa).
El intermedio vendrá ocupado, como se nos informa, por un documental titulado Patrimonio de la Humanidad en honor del 50 aniversario de la fundación del Patrimonio Cultural Mundial de la UNESCO. Austria cumplirá 30 años de su adhesión y alberga 12 sitios del Patrimonio de la Humanidad, como el centro histórico de Salzburgo, el palacio y Jardines de Schönbrunn o el Centro histórico de Viena. Se ofrecerán imágenes de los sitios culturales y naturales de excepcional valor universal que protege.
La chisposa obertura de El Murciélago y la polca Champán de Johann hijo darán el pistoletazo de salida de la segunda parte de la matinal sesión, que continuará con otra rareza, el vals Noctámbulos de Carl Michel Ziehrer. Luego de nuevo pentagramas de Johann hijo: la conocida Marcha persa y el vals Las mil y una noches. El hermano Eduardo pondrá otra vez su sello con la polca francesa Saludos a Praga. Y antes de la polca Ninfas y el suntuoso vals Armonía de las esferas, ambos de Josef, Duendes, pieza de carácter de Hellmesberger. Lo que nos situará en los bises. Los anunciados son la conocida polca rápida A la caza y, como es costumbre inveterada, El bello Danubio azul de Johann hijo y la Marcha Radetzky.
Por supuesto que en alguna de las piezas intervendrá el ballet de la Ópera Estatal, un manjar también apetitoso, esta vez con coreografía de su nuevo director, Martin Schläpfer; y lo hará, como otras veces, en el Palacio de Schönbrunn. La polca de Las ninfas de escenificará en la Escuela Española de Equitación.