Hace un par de temporadas dábamos noticia en estas páginas de la existencia de la soprano noruega Lise Davidsen, un auténtico diamante, y analizábamos brevemente sus interpretaciones contenidas en un disco del sello Decca. Hace unos meses que esta compañía ha vuelto a sacar al mercado un nuevo CD, cuando la cantante ha alcanzado ya prácticamente la cúspide de la fama y ha causado sensación en foros tan importantes como Bayreuth o el Covent Garden.
Es ahora noticia entre nosotros por cuanto el día 8 de los corrientes va a presentarse en el Real con un recital, junto al pianista Leif Ove Andsnes,de lieder de lo más interesante: dos ciclos de su paisano Edward Grieg, el op. 48 y el op. 67 (Haugtussa), de seis y ocho canciones respectivamente, tres lieder de la op. 27 y uno de la op. 39 de Richard Strauss, de los más valiosos y conocidos de su autor, y los cinco dedicados a Mathilde Wesendonck de Wagner. Sería, si las cuentas no nos fallan, la tercera actuación de la soprano en nuestro país, tras los recitales de Vilabertrán en 2018 y en La Coruña en este pasado septiembre. El coliseo madrileño la recibirá en compañía del excelente pianista, también noruego, Leif Ove Andsnes.
Será el momento de volver a catar la excepcional calidad del instrumento, ya la de una spinto con tendencia a crecer, de esta joven y gigantesca artista. Está en el camino, decíamos, de convertirse en una intérprete de los papeles más espinosos y caudalosos de la literatura wagneriana y straussiana. Posee igualdad, tersura, facilidad emisora por derecho, franqueza en el ataque, solidez en los graves, brillo fúlgido en los agudos, volumen y seguridad. Da la impresión de que nada le cuesta trabajo y de que la voz campanea a sus anchas sin apenas molestarse. Corre rápidamente por cualquier sala, tal es su riqueza de armónicos.
Una cantante que, de todas formas, deberá, todavía, refinar su dicción, cultivar los claroscuros, matizar y recrearse sabiamente en las distintas suertes. No ha de correr y ha de administrar su ya relevante y metálico instrumento –que nos trae un poco el recuerdo de la histórica sueca Astrid Varnay- y su ya muy aceptable arte de canto. Aunque el timbre de Davidsen es más cálido y cristalino, menos agresivo y penetrante. Pero tiene carne, grosor, frescura –la de una joven de poco más de 30 años-, vibración, irisado espectro y músculo. En unos años, si nada se tuerce, puede ser la gran Brünnhilde de nuestros días.