La Orquesta Nacional estrena el viernes 18 una obra solicitada hace meses a la jerezana Nuria Núñez Hierro (1980), una creadora ya consolidada, que tras sus estudios en el Conservatorio de Córdoba con los profesores Juan de Dios García Aguilera y Francisco Martín Quintero, siguió las enseñanzas de la también andaluza, sevillana por más señas, Elena Mendoza y, posteriormente, en un camino largo y provechoso, de personalidades de la talla de Walter Zimmermann o Arnulf Hermann y, particularmente, los españoles José María Sánchez Verdú, José Manuel López, César Camarero o Mauricio Sotelo.
De todos ellos aprendió y aprehendió, sintetizando saberes, perfeccionando y afilando una técnica de enorme solidez que la ha ido capacitando para expresarse con un lenguaje propio de notable originalidad, que le ha ido abriendo caminos por doquier y la ha hecho recipiendaria de numerosas becas y galardones. Ha sido, por ejemplo, ganadora del Premio Roma o el del 15 Festival de primavera de Weimar. Ha trabajado últimamente para el proyecto de ópera dirigida a niños desde los dos años de la Deutsche Oper Berlin. Sus óperas La Isla, El sueño del Señor Rodari o Bestiarum la han proporcionado un justificado renombre. Es también, entre otras cosas, doctoranda en la Complutense de Madrid y licenciada en veterinaria por la Universidad de Córdoba.
Como vemos, méritos no le faltan. Y su música ha ido ganando paso a paso una sutileza, un grado tal de finura, de riqueza tímbrica, de elegancia muy atractivos, aunque no siempre sea fácil acceder a ella. Maneja los timbres, busca los efectos más insólitos e inesperados, a veces con recursos mímicos sorprendentes, con extrema habilidad, creando un espectro sonoro peculiar y único; en la vecindad, podríamos decir, de las texturas propias de un Sánchez Verdú, lo cual no es mala cosa.
Hace unos días Núñez Hierro ha sido ganadora de un nuevo premio: el 39º Reina Sofía de la Fundación Ferrer Salat por su obra Enjambres. La que en breves días estrenará la Nacional, Unvollendete Wege (Caminos inconclusos), gira en torno al concepto de cartografía, entendida como el mapa sobre el que se desenvuelven los movimientos e itinerancias individuales. “Una actitud”, afirma la compositora, “imprescindible en un contexto como el actual, en el que todo lo trazado de antemano parece haber perdido su validez”. A estas ideas sin duda prestará su saber hacer y la peculiaridad de su tan especial lenguaje sonoro, definido por la crítica alemana Anna Schürmer como “quebradizo, cercano al ruido pero al mismo tiempo sensual y conmovedor”.
Junto a estas sendas inconclusas de Núñez Hierro se situarán en los atriles otras dos partituras de estética bien diferente: el Concierto nº 2 de Henryk Wieniawski, una prueba de fuego para un virtuoso del violín, que en esta ocasión estará en las manos de la tan dotada Ana María Valderrama, y la Sinfonía nº 1 de Mahler, la famosa Titán. En el podio el siempre ágil, despierto, diligente y excelente músico que es Pablo González, artista flexible y hábil que va poco a poco serenando su estilo y otorgando cada vez más personalidad a sus versiones.