Después de muchas semanas martilleadas por el sol en Madrid, una repentina tormenta y fuertes rachas de viento a primera hora de la tarde nos hicieron pensar ayer que Mad Cool era definitivamente un festival gafado (la muerte del acróbata en 2017, el tremendo caos en los accesos de 2018), pero el trance pasó y la primera jornada del festival pudo desarrollarse con normalidad. Es más, fue todo un éxito que colmó las expectativas acumuladas durante dos años de parón pandémico. Ninguna incidencia reseñable.
Parecía mentira que hiciera ya tres años desde que nuestros pies pisaron por última vez la kilométrica alfombra de césped artificial de la explanada de Valdebebas donde se celebra el festival (este año sí, por última vez, antes de trasladarse a un nuevo recinto en el distrito de Villaverde). Todo estaba más o menos igual que en 2019, con una salvedad: poca purpurina en las caras y sí mucha, muchísima, camiseta de Metallica, todopoderosos cabezas de cartel no solo del miércoles, sino de todo el festival.
James Hetfield, Lars Ulrich, Kirk Kenneth y Robert Trujillo lo dieron todo en dos horas de concierto que pasaron volando, desde el preludio con una escena de El bueno, el feo y el malo en las pantallas y The Ecstasy of Gold de Ennio Morricone en los altavoces hasta una triunfal ronda de bises con sorpresa.
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La cosa empezó fuerte con Whiplash y Creeping Death, antes de encarar la famosísima Enter Sandman. Al son del primer arpegio de guitarra, los móviles flotaban en el aire y los rezagados que seguían en el baño corrieron hacia el escenario.
Después de haber tenido en Madrid en los últimos días a unos Rolling Stones (78 años tanto Mick Jagger como Keith Richards, 75 Ronnie Wood) y a unos Kiss (72 años Gene Simmons y 70 Paul Stanley) en plena forma, ya parece de lo más normal ver encima del escenario a estos cuatro portentos del thrash metal, con edades comprendidas entre los 57 y los 59 años, descargar toda su energía y electrocutar con ella a 70.000 personas.
Hetfield, muy comunicativo y agradecido con el público, hizo un sondeo a mano alzada: la mitad del público los había visto en directo en alguna ocasión anterior. A la otra mitad le dio la bienvenida a la “Metallica family”. Y una vez dentro, quedó claro que nadie querrá abandonarla.
Con un sonido impecable solo empañado por las rachas de viento que lo atenuaban, intensificaban y distorsionaban a su antojo, el concierto continuó con algunos de los éxitos más conocidos del cuarteto californiano. Por supuesto, Nothing Else Matters, una de las mejores baladas rock, sin cursilerías, de la historia. Tampoco faltó su emblemática versión de la canción tradicional irlandesa Whiskey in the Jar.
El tramo final comenzó con Moth Into Flame, con un espectacular despliegue de llamaradas en el fondo del escenario y en las dos esquinas superiores. Después, Fade To Black y una Seek & Destroy coreada por un público entregado y feliz de estar allí, viendo nada menos que a Metallica y haciéndole un corte de mangas a estos dos años y pico de pandemia.
Aún quedaba lo más bestia: una ronda de bises con más llamaradas, una bandera de España impresa en las pantallas que podría competir en tamaño con la de Colón, las canciones Damage, Inc., One, Master of Puppets y una traca final de fuegos artificiales. La apoteosis.
Pasaron más cosas en la jornada inaugural de Mad Cool. Abrió para Metallica otra banda mítica de las últimas décadas: Placebo. Su propuesta, por definición, es más introspectiva, pero la banda londinense liderada por Brian Molko y Stefan Olsdal levantó los ánimos del público con un triplete de clásicos: Slave To The Wage, Special K y The Bitter End. Aunque ese no fue el “amargo final”: aún quedaba su versión de Running up that Hill, la canción de Kate Bush que la última temporada de Stranger Things ha vuelto a poner de moda en todo el mundo.
Ayer también fue el día para disfrutar del buen blues de perro viejo de Seasick Steve (aunque demasiado pronto y demasiado corto) y del rap de los veteranos sevillanos SFDK. La sangre más joven pudo disfrutar de la nueva sensación del norte de Inglaterra, que precisamente se llama Yungblud, un talentoso músico con una fresca y desacomplejada combinación de pop, emo, punk, ska, indie rock y hip hop que lo mismo recuerda a Green Day que a Arctic Monkeys que a Britney Spears.
Y la difícil papeleta de tocar después de Metallica la tuvo Twenty One Pilots, que la defendió muy dignamente. “Gracias a Metallica por abrir para nosotros”, bromeó el cantante, rapero, pianista, acróbata y showman en general Tyler Joseph, ataviado como si fuera Eminem en 8 Millas. “Nosotros no tenemos fuegos artificiales, espero que no os importe. De hecho no nos lo podemos permitir”.
El joven dúo formado por Joseph y el baterista Josh Dun, reforzado con otros músicos, causó furor entre el público de las primeras filas, principalmente femenino. Su líder cantaba, rapeaba, tocaba el piano, lo saltaba por encima, se subía encima del público, corría de acá para allá y las cámaras a duras penas seguían su ritmo frenético. Cuando parecía que no podía dar más de sí, ante miles de ojos atónitos, trepó como un hombre-araña hasta la cima de la torre de control frente al escenario (unos 15 metros) y siguió cantando desde la cima como si nada.
Si todo esto pasó el primer día, quién sabe qué otros prodigios se verán de aquí al domingo en lo que queda de festival.