Mad Cool vence, pero no convence
A pesar del 'sold out', las jornadas del viernes y sábado resultaron irregurales en lo musical. Destacaron las actuaciones de Haim, The War on Drugs y Florence & the Machine
11 julio, 2022 14:50Mad Cool ha vuelto a arrasar en Madrid, con aforo completo en sus primeras cuatro jornadas (unas 70.000 personas) y con cerca 32.000 asistentes este domingo en la clausura. El festival, eso sí, ha contado con un serio problema para desalojar al público del recinto de Valdebebas en el que se celebra, convirtiendo la vuelta a casa en un auténtico suplicio, aunque a partir del año que viene se muda al distrito de Villaverde y la organización tendrá la oportunidad de subsanar este problema. Veremos si son capaces.
Por lo demás, en materia logística, todo ha ido sobre ruedas: horarios cumplidos, buena circulación entre escenarios y barras eficaces y accesibles que no se saturaban en ningún momento. También brilló el sonido en el escenario principal, aunque en el Madrid is Life, el segundo en tamaño, quizá se quedaba un poco corto.
Fue allí donde actuaron el viernes sobre las ocho Haim, apellido de las tres virtuosas hermanas que convirtieron su bolo en una auténtica fiesta, siendo a la postre uno de los conciertos más divertidos del festival.
La muy expresiva Este, que no paró de interactuar con el público; la versátil Danielle, que lidera igual al grupo con la guitarra que tocando la batería (se atrevió a cantar desde este instrumento la muy coreada ‘Gasoline’), y la cinematográfica Alana, protagonista de Licorice Pizza, el último filme de Paul Thomas Anderson, realizaron un show rebosante de energía -aunque algo corto respecto al número de canciones interpretadas- que casi teletransporta al personal a la luminosa california.
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En cualquier caso, temas como I’ve Been Down, The Steps o The Wire, grandes representantes de ese rock con todo tipo de influencias -del folk al hip-hop- que tan bien las caracteriza, cargaron las pilas a los asistentes mientras el sol empezaba a despedirse.
Nada que ver la actitud de Haim con la de los veteranos The War On Drugs, que tomaron poco después el escenario principal. El vocalista Adan Grandunciel tan solo regaló un “Thank you” a las masas, aunque poco después sí que aprovechó para presentar al resto de la banda. En cualquier caso, esa parquedad no impidió que el perfecto sonido de una formación curtida en mil batallas calará entre el público.
Con influencias de Bob Dylan o Bruce Springsteen, aunque con un sonido más sutil que el de estos y menos shoegaze que el que desplegaban en sus inicios, los de Filadelfia encontraron vetas mágicas en unas canciones cargadas de nostalgia. Uno de los grandes conciertos de la noche.
De nuevo en el Madrid is Life, aparecieron Incubus, que nos llevaron de la mano a esos finales de los 90 y principios de los 2000 en los que la MTV puso de moda un post grunge con toques de electrónica. La puesta en escena así lo marcaba, con un fibrado Brando Boyd sin camiseta y una larga melena derrochando intensidad.
La artificial grandilocuencia de Muse
Aunque enérgicos y entregados, la banda no logró conectar del todo con un público que parecía quemar el tiempo para regresar al escenario principal. Y allí aparecieron sobre la medianoche Muse, en el que era el concierto más esperado por una gran mayoría de público, fans acérrimos que parecieron de lo más satisfechos con lo que dieron de sí los de Matt Bellamy.
Sin embargo, para los profanos en el grandilocuente y épico sonido de la banda británica el show pudo resultar algo indigesto. Por momentos, parecía que lo hubieran montado unos adolescentes frikis sin limitación de presupuesto: el video inicial de una esfinge de Bellamy que de repente se quiebra, esas proyecciones con llamas saliendo de los instrumentos, el arranque con máscaras a lo V de Vendetta, la máscara gigante que de repente se materializó en el escenario, el momento guantelete en el que Bellamy tocó una especie de guitarra virtual en una pantalla digital, llamaradas a diestro y siniestro… Todo tan pomposo como suena.
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En lo musical, el trío (Bellamy, Christopher Wolstenholme y Dominic Howard) consigue un sonido impactante, pero el repertorio es algo anodino más allá de grandes éxitos como Time Is Running Out, Supermassive Black Hole o Pluge in Baby. No les benefició que estuvieran presentando un nuevo disco que aún no está en la calle.
La noche la cerraron Alt-J en lo que parecía más una zona de paso (el Madrid is Life se encuentra de camino a la salida desde el escenario principal) que un concierto. Sin duda, esto no benefició a la formación originaria de Leeds, cuyo indie-rock atmosférico y arty quizá no sea la mejor opción para poner punto final a una jornada de Mad Cool que, finalmente, resultó algo irregular y que no proporcionó ese gran momento que quedé en el recuerdo.
Unos solventes Pixies y una Florence celestial
Tampoco ocurrió en la jornada del sábado, con unos Pixies que van a lo seguro. Los estadounidenses tienen una de los repertorios más sólidos de toda la historia del indie rock, y siempre mola escuchar temas como Wave of Mutilation, Debaser, Here Comes Your Man o Where is my mind? en directo, pero quizá falta algo de vértigo para un show que conocemos de memoria desde hace años, al menos para hacerse con el escenario principal de Mad Cool.
La sobredosis rockera, con bandas lideradas en su mayoría por hombres ya talluditos, no lleva a renunciar a Kings of Leon para visitar por primera vez The Loop, la carpa de electrónica donde Mura Masa, nombre tras el que se encuentra el dj, productor y multiinstrumentista Alexander George Edward Crossan, está montando una buena fiesta. Armado con un teclado, dos sets de percusiones y una guitarra, y acompañado por una solista que anima al personal, su propuesta es una delicia de electrónica pop que se eleva con las llamativas improvisaciones del maestro de ceremonias.
Tras escuchar durante un rato los beats sincopados de Flume, volvemos al escenario principal para ver el concierto más multitudinario de la noche, el de Florence & the Machine. El espectáculo es lo más parecido a un rito pagano que podemos ver en el mundo de la música actual, conducido por la sacerdotisa Florence Welsh, ataviada con etéreo vestido rojo, corriendo por el escenario presa de arrebatos mesiánicos. La voz de la estrella suena clara y poderosa y el repertorio, aunque peca de ser algo redundante, deja grandes momentos, como Cosmic, My Love o Dog Days Are Over.
Con Royal Blood de fondo, que luchan por evitar la desbandada del público para encarar la aventura de la noche, la siempre accidentada vuelta a casa, nos despedimos de un festival que sigue apostando por la nostalgia guitarrera y al que no le iría mal darle una vuelta a la línea de programación para que todo resulte un poco más estimulante.