El ataque al corazón de Elvis Presley del 16 de agosto de 1977 empezó mucho antes. Se estaba larvando, silencioso y traicionero, en su inseparable bolsa de cuero cargada de pastillas. Como un amuleto mortal y macabro, vendía así su alma al diablo rumiando nombres como Demerol, Dilaudid o Quaalude. Ni su afición por los libros religiosos, ni los avisos de Priscilla, ni Trish, la enfermera que residía en una caravana en el patio trasero de Graceland, ni las autorizaciones de George Nichopoulos, “Nick”, su médico (o su camello) pudieron evitar el colapso. Todo el mundo llegó tarde a su baño privado aquel tórrido martes de agosto.
Todos menos Lisa Marie, su hija, a la que no dejaron entrar porque estaba ya vampirizado por la muerte. Tampoco llegó a tiempo Ginger Alden, novia (o simplemente acompañante) que se conformó con ser la última persona que lo vio con vida. Sin más. Allí yacía el adolescente de Tupelo criado entre las astillas de los antros que regentaban los dolientes bluesmen y los oficios religiosos donde los espirituales negros sanaban las heridas de la segregación racial.
No dejó un bonito cadáver aquella tarde húmeda de Memphis en la que aún resonaba en sus labios Blue Eyes Crying in the Rain, de Wllie Nelson. Claro que hubiese querido dar un beso más a Lisa Marie, claro que hubiese visto una vez más a Gregory Peck en McArthur, el general rebelde o los diálogos desternillantes de los Monty Python. Y claro que hubiese salido esa noche de gira si no llega a ser porque nadie quiso ver que al Rey del Rock, de 42 años, se lo estaban comiendo, entre otras enfermedades, el glaucoma, la hipertensión, el sobrepeso, la obstrucción intestinal y los estragos del hígado.
La muerte llevaba siguiendo sus pasos mucho antes de aquel agosto de 1977. De haber podido leer detenidamente la autopsia se hubiese comprobado el acoso y derribo al que venía sometiendo a su organismo durante aquellas jornadas en las que vivía obsesionado por su imagen, por la publicación de Elvis: What Happened? por los primos Red y Sonny West y David Hebler, miembros despechados de la muy abundante nómina dela llamada Mafia de Memphis (algunos de ellos amigos de la infancia y parásitos incombustibles que no veían más allá de sus prebendas).
La situación económica fue otro de los motores que empujó a Elvis al callejón sin salida de aquel 16 de agosto. Sus aviones, sus cadillacs y sus regalos sin medida pretendían comprar la fidelidad de todo el que le rodeaba. Una cara terapia que no hacía sino hundirlo más en las pantanosas aguas de su soledad. Por eso, nadie llegó a tiempo aquel día de agosto para contarle al menos una sola verdad sobre su estado.
Ni siquiera Vernon, su padre y a la sazón postizo administrador de su fortuna, fue capaz de imponerle un criterio, un camino, que lo salvara de aquel siniestro despilfarro. El hecho de que su fama y su fortuna fueran el primer gran fenómeno de masas de la historia no lo explica todo. Era evidente que tenía que haberse tomado un año sabático, descansar, desintoxicarse y hacer, por fin, su deseada y balsámica gira internacional para conectar con los fans de todo el mundo.
Nadie llegó a tiempo aquel día de agosto para contarle a elvis presley al menos una sola verdad sobre su estad
Pero nadie llegó a tiempo. En la carretera mortal que le llevó al 16 de agosto Elvis se saltó todas las señales de tráfico y no miró en ningún momento por el retrovisor. No se dio cuenta de que todos los semáforos estaban en rojo. Tampoco el 26 de junio de ese año durante su concierto en el Market Square Arena de Indianápolis. Las 18.000 personas que llenaban el recinto asistieron con la carne de gallina al escuchar el Also Sprach Zarathustra de Richard Strauss (quién no) con la que introducía sus apariciones. No podían imaginar (o quizá sí contemplando su estado) que su “adiós” final sería su despedida definitiva de los escenarios. Can’t Help Falling In Love, uno de los títulos más bellos de su repertorio, cerraba la lista de 23 canciones que estaba ya en manos de la historia.
Aquella carrera demente hacia el abismo durante el pegajoso verano de 1977 no tenía frenos, ni obstáculos ni conductor. Sólo Priscilla podía ejercer la suficiente influencia sobre sus volantazos, pero estaba a muchos kilómetros de distancia observando con preocupación cómo se consumía mental y físicamente el padre de su hija.
Solo Graceland, la mansión que compró con tan solo veinte años, lograba transmitirle algo de paz. Allí estaba seguro. Pese a estar rodeado de su familia y de su guardia pretoriana parecía vivir a cientos de kilómetros de cada uno de ellos. Pero el destino, que a veces muestra más voluntad que incertidumbre, quiso que su vida acabara allí, en el lugar en el que había sido feliz.
Tras su muerte hubo un intento de vender el inmueble pero una acertada decisión de Lisa Marie lo salvó para convertirlo en santuario de sus fans, que aún lo recuerdan como si estuviese vivo (muchos piensan que aún lo está). Medio millón de visitas al año lo convierte en la casa más visitada (y rentable) de Estados Unidos después de la Casa Blanca.
Lo demás es silencio. El 18 de agosto se celebró un funeral que reunió a Linda Thompson, Katy Westmoreland y Ann-Margret, quizá, estas sí, sus verdaderos amores. También asistieron el reverendo Rex Humbard y el guitarrista Chet Atkins. No faltaron los himnos de J. D. Sumner y los Stamps, James Blackwood y la mencionada Westmoreland. Portearon el féretro algunos de sus fieles como Joe Esposito, George Klein, Jerry Schilling y, sorprendentemente, el doctor Nick.
El Coronel Parker, fiel a su trayectoria, estuvo presente en alguna penumbra del duelo esperando a que Vernon firmara unos contratos que le permitieran aprovecharse del merchandaising. Elvis Presley no tuvo descanso ni siquiera en la tumba. Fue enterrado junto a Gladys, su madre, en el cementerio de Forest Hill pero a finales de ese caluroso agosto hubo un intento de robar el cadáver, de modo que los restos de ambos fueron trasladados al Jardín de Meditación de Graceland, donde aún reposan. “Ha cambiado para siempre el rostro de la cultura popular estadounidense”, declaró el presidente Jimmy Carter muy consciente de que sus palabras entrarían, como Elvis, en el tiempo de la leyenda.
Baz Luhrmann special
Pocos esperaban ya un biopic del Rey del Rock con la solvencia y seriedad de Elvis, la entrega más reciente de Baz Luhrmann. Protagonizada por Austin Butler, el filme, bien documentado, ofrece el punto de vista del Coronel Parker (Tom Hanks). Una demostración de que aún no está todo dicho sobre el de Tupelo, ni en lo personal ni en lo artístico. Alta tensión emocional.
Elvis se estrenó en salas el pasado 24 de junio. Producida por Warner, lllegó a HBO Max el 8 de agosto.