“Las únicas gitanas que conozco con el nombre de Petra son mi abuela y mi madre”, confiesa Israel Fernández, el cantaor que triunfa en el flamenco desde el respeto riguroso a los cánones tradicionales, un hecho que hoy, paradójicamente, resulta casi revolucionario entre tanta heterodoxia. Es imposible explicar su éxito y su personalidad artística sin remitirse a sus orígenes: manchego —natural de Corral de Almaguer, un municipio toledano de 5.000 habitantes— y gitano, aunque de ascendencia andaluza. No sabe exactamente cuándo nació, si en 1989 o 1990; su única certeza es la raíz a la que permanece arraigado.
Su abuelo era “un gitano mu guapo y mu señorito de Jaén”, donde se vio inmerso en “una ruina entre familias”, por lo que la suya se tuvo que desplazar a La Mancha. Allí conoció a su abuela, una gitana “que cantaba de bien pa arriba, porque una cosa es cantar bien y otra es saber cantar… ella sabía cantar”. Pero su bisabuelo le prohibió dedicarse al cante “por las cosas de los gitanos en aquella época”, sortea el cantaor. Ante la negativa, ella aprovechó para decirle que se casaría con aquel de Jaén y, aunque era forastero —“de la última esquina de Andalucía”— y “a los gitanos nos gusta un remiendo del mismo paño”, según explica Fernández, a su bisabuelo le pareció el menor de los males.
El “gitano manchego”, como él mismo se define, dejó el colegio con solo once años e inmediatamente ganó el concurso Tu gran día de Televisión Española, presentado por Lolita y Juan y Medio en el 2000. Veinte años más tarde se gestó su disco más personal, Amor, el que lo lanzó al estrellato definitivo con la aquiescencia de la crítica más especializada y el público más joven. En sus inicios profesionales fue apadrinado por María Jiménez y poco después grabó sus tres primeros álbumes de estudio: Naranjas sobre la nieve (2008), Con hilo de oro fino (2016) y Universo Pastora (2018), este último en homenaje a la gran Pastora Pavón, La Niña de los Peines.
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La cantaora sevillana, una de sus artistas de cabecera, volverá a ser invocada este domingo en el Baluarte de Pamplona por Fernández, con el acompañamiento del guitarrista Diego del Morao, insignia viva de una de las más influyentes estirpes de guitarristas jerezanos, a su lado desde Amor. Será en el espectáculo Ópera flamenca, que cierra el ciclo “Grandes conciertos” del Flamenco on fire. El consolidado festival navarro, que por segundo año consecutivo extiende sus emplazamientos hacia Tudela y Viana, también cuenta en su novena edición con la actuación de la flamante ganadora del Premio Princesa de Asturias de las Artes, Carmen Linares, con el toque de Pepe Habichuela. Además, María José Llergo, José Mercé y María Toledo, entre otros, participan en el evento.
El formato de Ópera flamenca no pierde de vista la pureza, si bien los cantes escogidos pertenecen a aquellos años, desde finales de la década de los 20 hasta los 50, en que el flamenco democratizó sus repertorios —piezas más asequibles que incluían los “cantes de ida y vuelta” con ecos latinoamericanos— en favor de una proyección más comercial. Artistas como Manuel Vallejo, Pepe Marchena o El Carbonerillo se incluyen en la recopilación que interpretarán el cantaor y el guitarrista. Su voz no es la más potente del panorama, pero emociona por donde va el brillo de su cante, apoyado en el conocimiento de los palos más jondos.
Pregunta. ¿Conserva recuerdos del momento en que tuvo conciencia de que este sería su oficio de por vida?
Respuesta. Jamás la tuve, es algo natural para mí. Igual que nunca estudié para ser abogado ni para ser médico, a quienes admiro y quiero —aunque más a los médicos que a los abogados (risas)— yo tampoco pretendí dedicarme a esto nunca. Eso sí, no fue un hobbie, sino una devoción.
P. Siempre se ha considerado manchego, a pesar de ser un gitano con ascendencia andaluza. ¿Qué relación mantiene el flamenco con el lugar de origen?
R. Solamente hay un sol para todo el mundo. Ese sol es la metáfora del flamenco. Lo único que hay que hacer es ir a tomarlo, no quedarte en la sombra. El sol (el flamenco) es el mismo, seas payo, seas gitano, seas andaluz, noruego o argentino.
“Fuera de Andalucía, hay muy pocos cantaores de nivel”
P. Pero casi todos los maestros proceden de Andalucía, la cuna. ¿El flamenco es más andaluz o más gitano?
R. En Andalucía el flamenco está más a la mano, claro. Yo admiro a todos los cantaores de allí y, lógicamente, es de ellos de quien más he aprendido porque hay muy pocos cantaores de nivel, en el buen sentido, de fuera de Andalucía. Sin contar a Carmen Amaya, Rafael Farina, Miguel Poveda... pero el flamenco es de todo el que lo respete.
P. ¿Alguien que no es andaluz ni gitano puede hacer flamenco?
R. Por supuesto. El cante no depende de la raza ni del lugar, sino de la forma de sentir.
P. También toca la guitarra. ¿Es más fácil que un cantaor sea mejor si además es guitarrista?
R. El que es músico, lo es de cabeza, pero la guitarra le puede ayudar con la armonía, y también a componer. Puede ser un escudo, digamos. La guitarra siempre es una buena compañera.
"El cante no depende de la raza ni del lugar, sino de la forma de sentir"
P. Pero para guitarrista, el que lo acompaña desde hace años: Diego del Morao. ¿En qué momento se encuentra esa asociación que hace vibrar a tantos aficionados?
R. Estar con él es una bendición. Hay una complicidad en la que no hace falta ni que nos miremos. Luego, en el escenario nos despojamos de todo.
P. ¿Comparte la idea de que el guitarrista debe ser siempre un acompañamiento del cantaor o deben compartir protagonismo? Queda la sensación de que en los espectáculos que hacen juntos, los dos nombres se igualan.
R. Por supuesto, pero el cante es el que manda. La guitarra tiene que estar prestada al cante y al baile, pero si hay un cantaor, los guitarristas y también los bailaores se deben al que canta. No se puede limitar al cantaor porque el cante es libre…
P. Siempre que el cantaor tenga compás…
R. Claro.
P. ¿El ritmo es algo que se puede educar?
R. Si tienes sentido del ritmo, se puede mejorar con mucho trabajo. Si no, no hay manera.
P. ¿En qué palo se encuentra más cómodo cantando? ¿Mejor con los cantes a compás o con los que son libres?
R. Si yo me encuentro bien física y sentimentalmente, pongo el corazón y el alma y lo mismo te canto por martinetes que por seguiriyas. En realidad, todo tiene ritmo. Hasta los cantes libres tienen ritmo. Un fandango libre también tiene ritmo, porque tienes que saber respirarlo y saber el sitio del tercio, los espacios… en esos espacios hay ritmo. La vida misma tiene ritmo: hasta para caminar y conducir hay que tener ritmo.
Si antes señalábamos la conservación de la pureza como una de las señas identitarias de su arte, es procedente precisar también que Fernández no renuncia por ello a las convenciones de su tiempo. Del mismo modo que tiene a Juan Luis Guerra o al pianista Ludovico Eiunaudi como referencias alejadas de su espectro, Silvia Pérez Cruz es la que lo sincroniza con otras formas de canción popular española.
Asimismo, está conectado al grupo Flamenco Jazz Company, acaba de colaborar con el productor de Rosalía, El Guincho, para el sencillo "La inocencia" y, como ya lo hiciera María José Llergo, ha participado en un vídeo de Colors, la plataforma internacional donde la plasticidad artística es definitiva en las producciones. Vemos cómo dos rosarios con sendos cristos acompañan a un elegante traje granate en una indumentaria que tiene un pie en lo más atávico, mientras que el otro asume los nuevos tips posmodernos. No en vano, Palomo Spain se ha hecho cargo de su estética en más de una ocasión.
P. ¿Qué tal se lleva con los fusionadores del flamenco? Sin duda, es una disciplina que ha evolucionado en todos los ámbitos.
R. Eso de lo moderno… lo importante es el corazón. Cuando alguien hace una cosa de corazón, vale por todo.
P. ¿No cree que en algunos casos se está perdiendo la raíz?
R. Es verdad que si pretendes sorprender o crear una nueva cuna, se te puede ir de las manos. Lo importante es hacer lo que sea con verdad, pero siempre respetando los cánones que los maestros dejaron. A partir de ahí, como si te quieres meter en una piscina sin agua.
P. ¿En qué consiste la exploración del flamenco que, desde años, lleva a cabo? Es conocido que investiga desde niño a los cantaores que su padre llevaba en cintas de cassette en el coche.
R. Sí, pero no es un estudio, sino una devoción. Soy aficionado al cante y, de forma natural, escucho y escucho. Si no hubiera sido cantaor, habría sido arqueólogo. Me gusta rebuscar donde nadie encuentra. Antiguamente, tenías que comprar el disco y ahora tenemos la discográfica en un bolsillo. Lo mejor es que con un simple móvil, puedes escuchar a Juan Talega a las cinco de la mañana.
“Si pretendes sorprender o crear una nueva cuna, se te puede ir de las manos”
P. En cuanto a las letras, no es tan usual que el cantaor sea quien las componga. En su caso se ha vuelto innegociable, pero ¿cómo surgen?
R. Voy por la calle andando y escribo en notas del móvil, me levanto y compongo como en un proceso natural. Y, por supuesto, escribo de las vivencias. No se puede escribir sin vivencias. Hasta que no he llegado a vivirlo, no lo escribo. Desde el disco Amor siempre compongo yo todas las letras.
P. ¿Y las melodías? ¿También corren de su cuenta?
R. También, y esas sí que surgen solas. Escucho cómo pasa un avión (imita el sonido), un tren (hace lo propio), incluso cuando cae una moneda (pammm…) o un taladro (rrrrr…). Eso lo transformo en melodías. También son vivencias.
P. ¿Cómo lleva las comparaciones con Camarón?
R. Camarón es mi padre, el espejo donde me miro. Genio de genios, maestro de maestros… infinito. Cuando me dicen que me parezco a Camarón, es un piropo muy bonito, pero yo al lado de Camarón soy un cacahuete.
P. Donde sí se advierten similitudes con el de la Isla es en la aportación personal a los procedimientos interpretativos.
R. Esa creatividad viene de la información que he ido incorporando, de los cánones del flamenco y también, por supuesto, de la inspiración. Pero, antes que nada, de escuchar mucho cante a lo largo de mi vida.