“Hacerte un Carnegie es lo más”, apuntaba Joan Matabosch ya casi off the record en la sede Dragados en Nueva York, situada, como el mítico auditorio, en la 7ª avenida, por la que corre como un denso y ruidoso flujo sanguíneo el tráfico neoyorquino. “Fue donde Judy Garland pasó a la leyenda. Hay que recordar que su disco grabado en el Carnegie fue el más vendido de la historia hasta que llegaron los Beatles”, detallaba, en clave distendida, el director artístico del Real casi al término de un encuentro con la prensa destinado a explicar los detalles de la pica en la Gran Manzana puesta esta noche por la orquesta titular del teatro madrileño.

Un hito de gran relevancia dado que es la primera vez que la Sinfónica de Madrid, fundada en 1903, salta el charco para escanciar sus notas en los Estados Unidos. Conducida por una maestro templado y curtido (y bailongo sobre el podio), con mucho rodaje por estos pagos, ha deleitado a una parroquia heterogénea que casi repletaba las cerca de 2.500 localidades del aforo. En ella se podía identificar, españoles afincados en Manhattan, mecenas de nuestro país que han viajado expresamente para no perderse el acontecimiento (Cristina Álvarez de El Corte Inglés, Fernando Encinar de Idealista), donors del terreno que aportan a su vez sustanciosas cuotas a las arcas del teatro (en cabeza David y Susan Rockefeller Jr.) y parroquia local con afición por la música y abierta a un programa de estricto cuño nacional.

En efecto, Juanjo Mena y sus huestes, con energía sabiamente dosificada (los excesos decibélicos pueden ser contraproducentes cuando se trata de alumbrar música, más en un recinto con tan poca profundidad en el escenario), han conseguido caldear los ánimos de la plural concurrencia con una propuesta bifronte en la que, de entrada brillaba Manuel de Falla, un compositor recurrente cuando se trata de sacar pecho allende nuestras fronteras. El sombrero de tres picos, Suite Nº 1 sirvió para abrir fuego en clave divertida.

Al término de la pieza, que dejó bien claro de qué iba la cosa en esta velada -por si había algún despistado en la sala-, entró en escena Javier Perianes con una de sus especialidades, Noches en los jardines de España, una obra que ha defendido por doquier, levantando enfervorizadas muestras de adhesión. Pianismo delicado, íntimo, empapado en los códigos de raíz que manifiesta de la partitura, el solista onubense destiló el flamenco que más o menos encriptado insinúan estos jardines. “En ningún momento se muestra alguno de los palos tradicionales de manera literal”, señalaba Perianes antes de encaramarse a un escenario en el que ha intervenido ya en cuatro ocasiones (la segunda con esta obra de Falla por bandera). En fin, un as infalible en una ciudad que, desde hace décadas, sostiene un idilio con las jonduras andalusíes.

Antes de terminar la primera parte, llegó el momento Albéniz, cifrado en su Suite Iberia, en una versión orquestada por Fernández Arbós dato que revestía su relevancia porque este director y compositor fue quien se puso al frente de la Sinfónica de Madrid solo un año después de su fundación, una posición que sostuvo a lo largo de tres décadas. “Consideramos -aclara Juanjo Mena- versiones más modernas, como la de David del Puerto, pero creímos que por esta razón debía ser la de Arbós la que debíamos hacer en Nueva York”. Que, por otra parte, llegó a dirigir a la Filarmónica de la urbe de los rascacielos.

La Reina Sofía saluda al director Juanjo Mena en el Carnegie Hall

Luego tocó descanso, que fue una nueva ocasión para establecer lazos transoceánicos en los corrillos, al igual que se había podido hacer en el cóctel previo, con la presencia de la Reina Sofía como mascarón de proa del desembarco español, junto a José Luis Martínez Almeida, alcalde de Madrid, y Marta Rivera de la Cruz, consejera de Cultura de la Comunidad de Madrid. Gregorio Marañón, presidente del Teatro Real, encabezaba, por su lado, la  representación institucional del templo de la plaza de Oriente, que se ha valido del apoyo del ayuntamiento de Madrid y de patrocinadores como Iberia y El Corte Inglés para afrontar el coste de la expedición.

El peso del concierto recayó, acto seguido, en la ascendente soprano lírico-ligera zaragozana Sabina Puértolas, que se arrancó por zarzuela en su debut en el Carnegie: Doña Francisquita, La tabernera del puerto, El barbero de Sevilla… Y por ahí se fue desempeñando una Puértolas vibrante y emocional, que cada día parece evidente que está llamada a ocupar una posición elevada en el escalafón sopranil internacional.

[Joan Matabosch: "El Teatro Real no acepta rebajas en la calidad"]

Los bises consiguieron cerrar en alto un concierto que tendrá continuidad los próximos cuatro años. Sí, el Real, como ha hecho estos días en Nueva York, volverá a Estados Unidos para amartillar relaciones. Una perseverancia que quería huir del clásico one shot de tantos políticos españoles que vienen a Nueva York para hacerse una foto pintona y vuelven a casa a la carrera. No están definidos los sitios dónde se concretará esta iniciativa que, este año, se ha enmarcado en el Mes Nacional de la Herencia Hispana de Estados Unidos y 40º aniversario del hermanamiento de Madrid con Nueva York (Almeida, aparte de entrevistarse con su homólogo, Eric Adams, aprovechará este viernes para acercarse a la Universidad de Nueva York y Columbia, donde, dice, va con la intención de ‘pescar’ talento).

Marañón justifica la visita advirtiendo que “la internacionalización del Teatro Real es una vocación que está recogida en sus estatutos”. Y, por otro lado, señala que, dado que en Europa esa pretensión es cada día una realidad más patente y consolidada (cierto es que, por ejemplo, las coproducciones con otras casas de ópera del Viejo Continente son numerosas), tocaba “hacer las Américas” para abrir otras vías de colaboración en el Nuevo Mundo. Incluida la de conseguir suscriptores para el canal de vídeo bajo demanda del Real: My Opera Player.

La conexión americana

Matabosch, en cualquier caso, constata que esas conexiones son ya una realidad promiscua y fructífera, que se traduce en el intercambio de información artística, en estrategias compartidas, en la búsqueda de fórmulas para el ahorro de costes y, eventualmente, en alguna coproducción, como la Turandot de Bob Wilson con la Ópera de Houston. También hay sinergias con la Metropolitan, la Ópera de San Francisco y la Ópera de Chicago. Y, no olvidemos, el New York City Ballet, que estará Madrid este curso.

La idea es que todos esos vínculos cobren mayor vigor gracias a este viaje, que además tiene otra vertiente: Authentic Flamenco, el espectáculo de los bailaores Amador Rojas y Yolanda Osuna, que en la tarde del miércoles desarrollaron en la pintoresca Fundación Ángel Orensanz, una sinagoga desacralizada, ante, de nuevo, la Reina Sofía.

El show, que estos días se podrá seguir viendo en el Harlem Parish, viajará luego a Washington y Dallas. En Harlem causa sensación, cuentan los que han ido a verlo ya. Catas jondas para vencer y convencer en la tierra prometida, empezando por su ciudad más abierta a las culturas foráneas. Una Babel capaz de gritar un 'olé' a tiempo, lo que no es tan fácil como parece.