Casi sin darnos cuenta, David Afkham (Friburgo de Brisgovia, 1983) lleva ya ocho años al frente de la Orquesta y Coro Nacionales de España (OCNE). Llegó como el deseado, insuflando moral y energía desde el podio. Lo suyo con el grupo era casi un idilio amoroso. Tuvo posteriormente algunas tiranteces para definir bien su posición en la cúspide de la institución. Una tensión que se solucionó con el otorgamiento en su favor de plenos poderes en 2019 (aparte de director titular, asumió el cargo de director artístico). La pandemia, en el siguiente capítulo, hizo mucho daño a la orquesta, como a todas las grandes agrupaciones sinfónicas.
Y ahora se dispone a cerrar su ciclo en España en las próximas dos temporadas. Su contrato expira en agosto de 2024. Y por lo que apunta a El Cultural desde su casa en el campo, cerca de Núremberg, donde vive con su mujer y sus dos hijos pequeños (un niño de tres años y una niña de uno), no parece que se vaya a prolongar. “Una década es un tiempo idóneo para una relación con una orquesta”, dice al otro lado del teléfono, comentario que trasluce sus intenciones. Su propósito para el tiempo restante es, de todas formas, terminar en alto lo que empezó en alto. Con sus músicos sentados en el pico de la silla, en una postura sintomática de estar enchufadísimos a la partitura y la batuta de quien siempre se ha definido como un primus inter pares.
Pregunta. En su penúltima aparición la temporada pasada dirigió la ópera Salomé de Richard Strauss. El día 23 empieza esta con su Sinfonía Alpina. ¡Qué pasión por Strauss!
Respuesta. Strauss, Wagner, Brahms, Mahler, Beethoven, Schumann… Todos estos compositores están grabados en mi corazón. Son una parte fundamental de mi repertorio. Debido a la pandemia perdimos una ópera por las restricciones, Fidelio, de Beethoven. Por eso tuvimos que trasladar Salomé a la siguiente temporada. Esta ópera estaba prevista hacerla un poco antes, pero, por esto que le digo, se fue hacia el final del curso. Lo cual ha propiciado la coincidencia straussiana, que es muy bienvenida, porque la Alpina, que es un paseo por las montañas, representa en realidad un paseo por la vida que acaba con la muerte.
P. ¿Y de ahí lo de emparejarla con el Réquiem de Ligeti?
R. Sí, así es. Ligeti, además, es uno de los protagonistas de la temporada, por su centenario. Hemos seleccionado algunas de sus obras principales para brindárselas al público. Entre ellas, este Réquiem, que para mí no es mortuorio, como el de Verdi, sino esperanzado, como el de Brahms, que, por cierto, fue la última pieza sinfónica que hicimos la temporada pasada, ya en julio. Como ve, todo está conectado. Esa es mi idea, que las temporadas no sean compartimentos estancos sino que haya continuidad entre ellas. Un camino, una progresión… Eso es lo que busco.
P. Han reforzado el Coro de la OCNE con la Sociedad Coral de Bilbao para afrontar lo que es un verdadero tour de force vocal.
R. Ligeti es único, sin duda uno de los grandes compositores del siglo XX. Fue un revolucionario como Beethoven. Exploró nuevas rutas para la música y encontró nuevos sonidos y atmósferas. Creó microcosmos y macrocosmos con una compleja técnica de contrapuntos. En su obra se encuentran concentraciones de sonido que no se habían escuchado nunca hasta que él las escribió. E igual hizo con las voces, llevándolas a desafíos extremos en planos como el de la entonación.
¡Viva México!
P. También dedica atención en el arranque de temporada al repertorio español. Ya habrá profundizado en los pentagramas de Chichen Itzá, de María Teresa Prieto. ¿Qué impresión le han causado?
R. En esta temporada quería no solo dar cancha al repertorio español, que es una línea de trabajo indispensable, claro, sino también abrirme más al latinoamericano. Prieto, que se exilió a México por la Guerra Civil, aúna ambos objetivos. Y como también quiero dar más espacio a las mujeres... El Concierto para violín orquesta de Korngold, por otro lado, también tiene sus lazos con México [forma parte de la banda sonora de la película Juárez]. Así que me pareció adecuado juntarlos en un mismo programa.
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P. ¿Cómo describiría la evolución de la Orquesta Nacional en todo este tiempo que lleva trabajando con ella?
R. La Orquesta y el Coro ofrecen hoy una calidad altísima y una tremenda personalidad artística. Es el resultado de muchos años de trabajo en equipo de los instrumentistas y los cantantes, juntos. Sin duda, tienen un nivel internacional. Estoy muy orgulloso. Aunque el período pandémico fue muy difícil. Las orquestas tuvieron que parar durante varios meses. Nosotros también lo hicimos pero, en cuanto tuvimos el permiso de tocar de nuevo, nos lanzamos a ello. Aprendimos a ser flexibles para encarar el desafío. Y todas las complicaciones nos enseñaron nuevas formas de hacer música y nos aportaron renovadas energías. Las distancias que debíamos mantener acentuaron el ejercicio de escucharnos los unos a los otros.
P. ¿En qué otros aspectos diría que destaca la OCNE
hoy día?
R. Creo que hemos ido construyendo juntos un estilo. Es una cuestión a la que dedicamos muchas reflexiones, para afrontar cada repertorio con garantías de hacer algo valioso. Y todo eso ha ido sedimentando, en la orquesta, en el coro y, no lo olvidemos, en el apartado de la gestión. Y en mí, actuando como un primus inter pares dentro de la propia orquesta. Veo que remamos en la misma dirección y hemos crecido en todos los terrenos, cosa que, siento, el público lo percibe.
P. ¿Cómo es la atmósfera en el día a día?
R. Muy buena. Cada vez hacen falta menos palabras para entendernos. Es como en una familia. Evidentemente, hay cosas que nos pueden tensionar y que nos obligan a luchar, como por ejemplo intentar disponer de una mejor financiación o encontrar el punto adecuado en un programa difícil o en una ópera, que no es el registro habitual y obliga a invertir más esfuerzos para salir airosos. Pero el sentido de equipo está inscrito en el alma del grupo.
P. Colabora con algunas de las mejores orquestas del mundo. Decía que la OCNE tiene “nivel internacional”. ¿Podría ser más preciso?
R. Es delicado compararse con orquestas concretas porque cada una tiene su personalidad específica. Pero yo diría, sin duda alguna, que está en la zona alta de las grandes orquestas mundiales. Los solistas y los directores que vienen regularmente a trabajar con la orquesta y el coro siempre me comentan cuando terminan que les encantaría volver. Eso sí, debemos invertir más en la proyección exterior, algo que pasa necesariamente por realizar más giras fuera. Fue una pena que la pandemia echara por tierra el tour que íbamos a hacer por Japón. Estamos trabajando en otro por Europa y debemos ir a más festivales todavía por toda España
P. Ha perseverado con la ópera, con la que ha obtenido resultados óptimos. ¿Qué aporta este género a una formación sinfónica?
R. Era algo que tenía claro cuando llegué: que quería explotar esa veta que nos podía aportar tantas lecciones. Para empezar, la exigencia de escuchar a los cantantes, de ‘respirar’ con ellos, tiene efectos buenísimos. Es magnífico hacer Tristán e Isolda, Electra o Salomé, aunque sea muy difícil. El público lo agradece mucho.
P. En breve va a lanzar su segundo disco con la OCNE: la Segunda sinfonía de Mahler.
R. Es una versión condicionada por la pandemia. No la podíamos hacer con todos los efectivos por las distancias que debían guardar músicos y miembros del coro. José Luis Turina se encargó de reducirla. El resultado fue fantástico. A mí me impactó cuando la escuché: ¡no noté que faltara nada!
P. Su contrato finaliza en agosto de 2024. ¿Cómo ve su futuro después de esta fecha? ¿Le gustaría continuar trabajando como ahora con la orquesta o probar otras experiencias?
R. Para entonces llevaré diez años como director. Una década es una duración óptima para una relación con una orquesta. Tienes tiempo para construir, crear y moldear. Y puedes desarrollar tus ideas. Tras ese tiempo, es bueno para la institución que abra la puerta a nuevas visiones, energías e ideas. Ahora mismo es mi familia, con la que disfruto haciendo música juntos, y me pondré muy triste cuando marche, pero es algo natural. En cualquier caso, todo está abierto.
Enseñanzas recíprocas
P. ¿Usted le ha enseñado mucho a la orquesta pero qué le ha enseñado la orquesta a usted?
R. No se puede ni imaginar cuánto he aprendido en este tiempo, en esta institución, de los músicos, de los cantantes y de todo el equipo de administración. Necesitaría un par de días para hacer la enumeración completa. Ha sido una lección de vida. Haciendo la Segunda de Mahler, por ejemplo, tenía la sensación de que cada vez que la intepretábamos era nueva y descubría algo más sobre esta partitura. Mis oídos ahora están mucho más abiertos, y no solo para lo musical, también para oír opiniones diversas. Ha sido un máster: idear temporadas, tratar con políticos, liderar un grupo humano… No sé cómo agradecer semejante regalo.
P. ¿Qué es lo que más le gusta de España?
R. Tantas cosas… La comida, los museos… Pero lo que más me fascina es la emocionalidad con la que se hace la música y, a mayores, con la que se afronta la vida. Todo sale del corazón. En la orquesta no encuentras robots sino gente que toca con el alma, con una profunda humanidad. Eso es maravilloso.