Un hermoso programa, que reúne dos de las más grandes sinfonías inacabadas de la historia, es el que ofrece, el día 13, la Orquesta de Santa Cecilia de Roma a las órdenes de su titular, Antonio Pappano. Un conjunto y un director que se llevan bien y que se entienden, lo que no es mala cosa para sacar adelante un concierto en el que aparecen la Nº 8 de Schubert y la Nº 9 de Bruckner. Una combinación ideal teniendo en cuenta la influencia que la figura y la música del vienés tuvieron en el nacido en Ansfelden.
En efecto, Bruckner hizo suyos los presupuestos schubertianos a los que unió el cultivo del contrapunto bachiano y la original arquitectura beethoveniana. Luego su exacerbado sentido de la forma sonata, su trabajo a partir de tres o cuatro motivos, sus gigantescos desarrollos, sus escaladas hacia lo alto, fugas como la del finale de la Sinfonía nº 5, adagios sublimes como los de la Séptima o la Octava, las superposiciones y el cultivo del contrapunto fueron ahormando un estilo y dejando para la posteridad ocho sinfonías terminadas y una, la Novena, a falta del cuarto movimiento.
Antes de escucharla habremos degustado el misterioso y oscuro comienzo, enseguida inundado de cálida luz, de la partitura schubertiana, sus líricas melodías, sus desarrollos progresivos, que dejan tantas preguntas en el aire en el curso del primer movimiento. El segundo es poético y efusivo, con llamadas inquietantes y desoladas.
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Dos obras que precisan de pulso firme, de facilidad expositiva, de planteamientos muy rigurosos en lo formal para ir exponiendo compás a compás las ideas melódicas y encontrar el camino de las modulaciones armónicas, siempre inesperadas en el creador de Winterreise y tan importantes, siguiendo el modelo, en el autor del Te Deum, una composición fundamental en honor a su Dios.
Pappano es un director aplicado, buen constructor, que sabe exponer y que posee el secreto de la frase bien dibujada y de la propuesta lírica. No en vano, es un magnífico director de ópera, en la que su gesto amplio y claro, nunca desproporcionado, le sirve para aclarar planos y marcar contrastes. Actualmente, es el titular de dos entidades tan importantes como el Covent Garden de Londres y la orquesta italiana con la que nos visita. Recordamos vivamente su primera presencia en Madrid, que sepamos, dirigiendo en el Real un impresionante Peter Grimes de Britten con producción escénica de Willy Decker (1997).
En lo discográfico han sido alabadas sus versiones de Puccini —Trittico, Bohème, La rondine, Tosca, Butterfly—. De Verdi son señaladas sus interpretaciones de Il trovatore y Don Carlo y, sobre todo, del Requiem, donde sabe pintar con colores subidos los pasajes líricos más apasionados. Como pianista, son reseñables sus versiones de Winterreise de Schubert y de lieder de Wolf, en ambos casos junto al tenor Ian Bostridge. Nada desdeñable tampoco sus Cuatro últimos lieder de Strauss al lado de Nina Stemme.