Tenemos asegurada una auténtica fiesta lírico-musical a partir del día 20 de noviembre, fecha en la que vuelve al Teatro Real de Madrid el Orfeo de Monteverdi, esa famosa y tan influyente favola in musica estrenada el 24 de febrero de 1607 en el Palacio de los Gonzaga de Mantua, concretamente en el aposento de Madama di Ferrara. Primera ópera en sentido moderno, tal y como la entendemos hoy. No era, sin embargo, el título que inauguraba, históricamente, el género, honor que hay que conceder probablemente a la Dafne de Peri y a las dos Eurídices, la de este y de Caccini.
Pero bien está que sea la obra monteverdiana la que lleve la representación, como auténtica síntesis que coronaba un arte realmente nuevo para su época, que dejaba atrás los sistemas modales y los planteamientos contrapuntísticos heredados de la Edad Media. En realidad es una especie de manifiesto humanista, subraya Denis Morrier, al estar su libreto –de Alessandro Striggio– plagado de referencias neoplatónicas y aparecer magníficamente estructurado.
A la simetría respondió Monteverdi con una organización musical soberana, en arco, que miraba a los affetti, desarrollado alrededor de la gran aria de Orfeo, Possente spirto, la pieza más trabajada desde el punto de vista formal en un todo que fundamentalmente viene a ser un canto a la libertad más absoluta de los planteamientos constructivos. Aunque, verdaderamente, la obra sea, y así lo pregonaba el musicólogo inglés Jack Westrup en su ensayo sobre el compositor, un curioso y representativo resumen de su época.
A la simetría respondió Monteverdi con una organización musical soberana, en arco, que miraba a los 'affetti', desarrollado alrededor de la gran aria de Orfeo, 'Possente spirto'
En efecto, en la partitura encontramos el nuevo recitativo ya empleado por Peri y Caccini, la sutileza rítmica de la canción francesa, la polifonía tradicional del motete y el madrigal, el embellecimiento de la línea vocal con fioriture y adornos diversos, figuras cromáticas del madrigal transferidas a la monodia… Quizá por ello a lo mejor no debe considerarse Orfeo una ópera experimental, sino ante todo una afortunada tentativa de fundir diversos métodos de expresión musical de la época.
Hoy nos asombra la impecable construcción por grados tonales, siempre en función de los acontecimientos dramáticos, ordenados en una obra de arte que, como tal, es espejo de la perfección divina y que da pie, como apunta René Jacobs, director de una de las mejores versiones videográficas, para la exposición de todas las maneras de cantar conocidas en la época: Cantar passeggiato (o canto virtuoso); Cantar sodo (o canto simple) y Cantar d’affetto alla napolitana (canto moderno que da lugar a que los efectos vocales se dirijan a expresar afectos).
[Orfeo, descenso a los orígenes de la ópera]
La interpretación que se anuncia en el Real tiene todos los visos de la autenticidad, pues estará gobernada en lo musical por la mano experta del argentino Leonardo García Alarcón, director del excelente conjunto Cappella Mediterranea. Aunque en esta ocasión tendrá bajo su mando a otras dos agrupaciones especializadas de la talla del Vocal Consort de Berlín y la Freiburger Barockorchester. En lo escénico jugará la inventiva de la regista y coreógrafa Sasha Waltz, de acreditada maestría.
Los numerosos personajes serán servidos por voces como la del barítono alemán Georg Nigl, que canta desde hace años la parte protagonista, al igual que la de Papageno de La flauta mágica de Mozart o la de Wozzeck en la ópera de Berg. Voz lírica maleable bien coloreada, la ideal en este caso; aunque ya sabemos que los tenores líricos pueden dar también buen juego. A Nigl lo recordamos en una interpretación santiaguesa del Cancionero italiano de Hugo Wolf. Hay que citar también a Julie Roset (La Música, Eurídice), Charlotte Hellekant (Lamensajera, La esperanza), Alex Rosen (Caronte) y Konstantin Wolff (Plutón). Prometen grandes noches.