La ópera más famosa y quizá mejor de las compuestas sobre la figura del príncipe de Dinamarca es la de Ambroise Thomas, estrenada el 9 de marzo de 1868 en la Sala Le Peletier de la Ópera de París. Durante mucho tiempo fue conocida a través de su versión italiana, Amleto, que propagó Titta Ruffo, estupendo intérprete de la página más famosa de la composición, el brindis, O vin, dissipe la tristesse, un aria cuajada de agilidades que expresa la gran agitación del personaje. Es un papel para un barítono de amplio aliento, dotado para el claroscuro. Un barítono famosísimo en su tiempo, Jean-Baptiste Faure, fue el primer Hamlet.
Aunque el libreto de Barbier y Carré elimina la oscura poesía del texto original, al que priva de sus ricas y sugerentes ambigüedades, la música nos muestra la exquisita paleta de Thomas y su habilidad para colorear sinfónicamente los momentos más importantes.
En Oviedo, a partir del jueves 8, cantará la parte principal un barítono de la tierra, buen fraseador, de voz consistente y bien puesta: David Menéndez, que, curiosamente, ha desempeñado en los últimos tiempos algunas partes más propias de bajo. Ofelia será la lírico-ligera Sara Blanch, que tan bien caracolea y ataca la zona aguda. Tiene ancho campo para lucirse. Así en la extensa aria de la locura de Ofelia. Primero en tempo de vals y después en la aún más célebre Balada.
En los demás personajes intervendrán, entre otros, el bajo-barítono Simón Orfila, contundente y expresivo (Claudio), el aguerrido y sobrio tenor Alejandro del Cerro (Laertes) y el pétreo bajo Javier Castañeda (el Espectro). Todos se moverán por una escena dirigida por Susana Gómez, discreta y siempre con ideas, antigua colaboradora del llorado Gustavo Tambascio.
Hamlet aquí no muere sino que es coronado rey, porque los franceses no tienen el sangriento paladar inglés
Parte evidentemente no de la tragedia shakespeareana, sino de la adaptación hecha por los libretistas Michel Carré y Jules Barbier en la que algunos elementos y sucesos del original están cambiados o distorsionados. Así, Gertrudis, la reina madre, es cómplice del asesinato de su marido; y Hamlet no muere sino que es coronado rey. “El gusto francés”, comenta Susana Gómez, “no apreciaba el sangriento paladar anglosajón”.
[Hamlet o el juego de la identidad]
La propuesta escénica que se nos va a ofrecer elimina los elementos fantasmagóricos y sobrenaturales. Aquí Hamlet, figura descreída y perspicaz, duda de todo lo que no pueda ser controlado por la lógica de los hechos hasta que la sombra proyectada por una figura enigmática que se hace pasar por el fantasma de su padre muerto apela a lo emocional y desmonta su discurso racional. “En esta propuesta –aclara la regista– se sustituye el espectro del padre por un simulacro: una sombra que comenzará a generar sentido en la mente torturada de Hamlet y terminará por dirigir su voluntad hacia el magnicidio”.