Cuando uno asiste al final de algo, todo le sabe a última vez. Tal vez por ello el concierto de Joan Manuel Serrat anoche en el WiZink Center de Madrid se saboreó más que nunca, pero precisamente por lo mismo no podemos considerarlo una despedida. Al menos, no exactamente. El noi del Poble-sec dice adiós a los escenarios, pero atesora en su repertorio canciones tan inolvidables que su marcha no es (no puede ser) definitiva, por más que ayer nuestras ropas se impregnaran del aroma que se esfuma.
La gente acudió al estadio, en la noche más cálida de las últimas noches madrileñas, con esa sensación de privilegio —ser testigo directo de un hito en la historia de nuestra música— y, al mismo tiempo, de nostalgia anticipada. "La última vez que escucharemos 'Mediterráneo' en directo", pensarían los más fieles seguidores de su trayectoria. “La última oportunidad de ver a Serrat tan cerca", sospecharían los mitómanos.
Ese era el clima cuando habían pasado 9 minutos del horario anunciado para el comienzo del acto y Serrat irrumpió con los brazos abiertos en el escenario, desplazándose hacia las tribunas, aproximando su silueta a los seguidores que, en pie, se disponían a presenciar el último recital del cantor barcelonés. El vicio de cantar, tal como anuncia su gira, se consume en sus últimos compases, y descubrimos bien pronto —raro sería que alguno no lo intuyera a estas alturas— que no canta como entonces, claro que no.
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Sería en la primera canción del concierto, la enérgica "Dale que dale", en la que Serrat se reparte la letra con el poeta Miguel Hernández. Su registro vocal no alcanza el poderío con el que abrillantaba versos que ya eran insuperables fuera de su garganta. Sin embargo, en la fragilidad de sus 78 años —cumplirá 79 solo cuatro días después de su adiós definitivo en el Palau Sant Jordi de Barcelona, el 23 de diciembre— se concentra toda la emoción de un artista inconmensurable. Por momentos pendiendo de un hilo, su voz sigue siendo reconocible, diferencial, y su sensibilidad sigue intacta. El show acababa de empezar.
Serrat, con casi 60 años de tablas a su espalda, se mostró sorprendentemente nervioso en sus primeras palabras. Ataviado con una chaqueta americana del color del bolso de Penélope con flores estampadas, fue encontrando acomodo en el escenario. No pasó mucho tiempo hasta que pudimos disfrutar de su prestancia elegante y discreta. "Una pedantería al revés", tal y como acertara a definirlo Rosa Montero. En su primera noche madrileña, el autor de "Pueblo blanco" —no la interpretó, pero tenía que aparecer al menos en esta crónica— estuvo simpático, confidente, como en el salón de casa.
Derrochó, tal vez más que nunca, sentido del humor, con el recuerdo a la reina Isabel II de Inglaterra —"¿Saben que se murió?", preguntó jocoso— y la alusión a Victoria Federica de Todos los Santos, la segunda hija de la infanta Elena de Borbón y Jaime de Marichalar, de la que no comprende que se haya ido de casa, ironizó, "con los padres que tiene". Tampoco faltaron guiños burlescos al lenguaje inclusivo ni una interpelación a Alexa, el servicio de voz de Amazon, para que le recordara una canción.
"Tenía diez años y un gato". Así comenzaba la siguiente, "Mi niñez", primera de sus grandes éxitos en el repertorio. Su infancia, reminiscencia imprescindible en su obra y etapa en la que fue "feliz" mientras su madre "criaba canas pespunteando pijamas", protagonizaría el inicio de la actuación. Los ecos familiares continuaron con "El carrusel del Furo", dedicada a su abuelo, que fue "asesinado por unos franquistas", según recordó ante el aplauso cómplice del respetable. En la línea política, se sumaron al set list temas como "Algo personal", sobre los "hombres de paja que usan la colonia y el honor para ocultar oscuras intenciones" y, sin embargo, dicen (esta es una modificación en la letra) que "hay que apretarse el cinturón".
Era el momento Miguel Hernández, de quien musicó sus poemas para un disco publicado en 1972. "Amaba la libertad y la vida, y ambas cosas se las quitaron", lamentó el cantautor, que interpretó seguidamente "Nanas de la cebolla", cuya melodía es de Alberto Cortez, y "Para la libertad". La primera comenzó con la sucesión machacona de dos notas al contrabajo de Rai Ferrer, soberbio durante todo el concierto, para crecer con unos arreglos sublimes, logrando una evocadora melodía de corte infantil. La segunda, con obras de Banksy en las proyecciones al fondo —otro de los detalles que merece ser resaltado—, fue el primer tema que levantó a buena parte del público de sus asientos.
La última reivindicación social llegaría en forma de alegato ecológico, a propósito del cambio climático, con "Pare": "Decidme que le han hecho al río, que ya no canta" es la traducción del primer verso al castellano, pues se trata de una canción escrita en catalán. Pero antes habrían de escucharse himnos como "Lucía", la vibrante "Señora" o "Romance de Curro el Palmo", que resultó ser una historia absolutamente ficticia, según explicó el autor. Lo que sí fue verdad es que, de pronto, la banda interpretó un pasaje de la misma canción por bulerías. Úrsula Amargós (viola y voz) y Josep Más Kitflus (teclados) acompañaron con palmas los discretos matices flamencos en el cante de Serrat, influenciado por la copla en su infancia.
Las palabras de agradecimiento se fueron sucediendo de manera más o menos regular en los espacios entre canciones. En el inevitable ocaso de su carrera, no quiso olvidarse de sus maestros: de Juan Carlos Calderón, decisivo en la producción del disco Mediterráneo, y de Francesc Burrull, con el que trabajó en sus inicios. Tampoco de sus padres. "Canço de Bressol", interpretada en catalán con subtítulos en español sobre las proyecciones, es una conmovedora canción de cuna que le cantaba su madre. Esta y la mencionada "Pare" fueron las únicas que Serrat cantó en su lengua de origen, pero no faltó en la capital quien le pidiera la deliciosa "Canço de matinada". Otros echamos de menos "Paraules d'amor", "Ara que tinc vint anys" o "Seria fantàstic".
En todo caso, el que fuera vilipendiado en España por cantar en catalán durante el franquismo, y en Cataluña —de esto no hace tanto— por hacerlo en castellano, ayer recibía el abrazo unánime y emocionado de una multitud, la que lo admira, que prefiere la belleza a las banderas. Su figura trasciende la sucesión de generaciones, y atraviesa como un rayo de luz las ideologías enfrentadas. La de Serrat es una voz conciliadora, sí, pues no parece sencillo, en los tiempos que corren, que un acento catalán se reciba en Madrid con el mismo grado de consenso.
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El espectáculo debía continuar. La frenética "De cartón piedra", una de las canciones que más le emocionó componer según aseguró en una entrevista, precedió a la balada romántica "No hago otra cosa que pensar en ti". Además de cambiar un verso con motivo de la despedida —"Y te debo, mi amor, tantas canciones" sustituía a "Nada me gusta más que hacer canciones"—, aprovechó para presentar a la banda en un paréntesis de la interpretación.
Amén de los referenciados, David Palau a la guitarra, Vicente Climent a la batería y José Miguel Sagaste a los vientos, cuya sensualidad con el saxo tuvo especial relevancia precisamente en esta canción, se sumaron al nombre más ovacionado: Ricard Miralles. Toda una vida junto a Serrat, "el maestro Miralles" es director de la banda, pianista y responsable de los arreglos musicales. El virtuosismo de sus dedos, aunque sobradamente conocido, no es tan determinante como la riqueza de matices que ha incorporado a las producciones discográficas del cantautor. Este sí es un verdadero sello de identidad, del que Miralles es esencialmente culpable.
La recta final sería un gozo. No hubo quien no coreara "Tu nombre me sabe a yerba", felizmente versionada a la mexicana, con un fraseo musical de ranchera complementando la melodía vocal en las estrofas. Tampoco sería descabellado pensar que la emoción fue completa en el estadio con "Es caprichoso el azar". Amargós, la violista, sorprendió cantando con tremendo gusto la segunda parte. "Hoy puede ser un gran día", pensaban algunos cuando les sorprendió el verso sin haber terminado de paladear la anterior. "Imposible de recuperar", en efecto. Tal vez esta canción nunca fue tan oportuna en un concierto de Serrat.
Lástima que algunos miembros del público prefirieran inmortalizar "Mediterráneo" en vídeo antes que en su memoria. Sobrecoge, ahora sí, pensar que no volveremos a escuchar en la garganta de Serrat la pieza que compuso en Calella de Palafrugell (Girona) con 27 años y acabó siendo escogida como la mejor canción en español de todos los tiempos. Del mismo disco es "Aquellas pequeñas cosas", la exquisita miniatura que sucedió al himno. En esta ocasión, el protagonista quiso compartir la interpretación con el respetable.
(Como nota curiosa, diremos que en la imagen proyectada del público coreando "un tiempo de rosas" pudimos ver los rostros de dos viejos conocidos en nuestras páginas: los del poeta Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, y el editor Chus Visor).
Sin tiempo para asimilarlo, los acordes de "Cantares" desataron el delirio. Esta vez sí, seguro, que no hubo un alma que no cantara en el WiZink el inmarcesible verso de Machado: "¡¡¡Caminante, no hay camino!!!". El momento más alto, sin duda, del concierto. Las linternas de los teléfonos móviles desencadenaron una espontánea manifestación de luciérnagas. Un barniz de plasticidad, por si faltaba algo.
Era el final, supuestamente, pero "de vez en cuando la vida nos besa en la boca". La delicadísima composición integrada en el disco Cada loco con su tema, de 1983, sería el primero de los bises. Era la oportunidad para que, entre el público, algunos osados solicitaran "su" tema. Podría haber sido "Princesa", del álbum Sombras de la china (1998), o tal vez "Vagabundear" (Mediterráneo, 1971). Pero fueron "Penélope" y "Los recuerdos", introducida con una reflexión en torno a una frase de Gabriel García Márquez: "La vida no es lo que uno vivió, sino cómo lo recuerda", vino a decir.
Para terminar, "Fiesta", pero nuestra mente seguía prendida en la frase del Gabo. ¿Cómo olvidar la despedida (imposible) de Serrat en Madrid? "Cae la noche y ya se van / nuestras miserias a dormir", cantaba entre vítores. Y no cabe duda de que hoy "vuelve el pobre a su pobreza, / vuelve el rico a su riqueza", pero todos seguimos en la noche que dijimos adiós a Serrat. Y le agradecimos todo.