"Wish you were here". Eso es lo que pensaba uno anoche en la grada del Wizink Center: ojalá todo el mundo pudiera estar allí disfrutando del grandioso espectáculo que dio Roger Waters. A sus 79 años, el exlíder de Pink Floyd derrochó energía, una voz en plena forma y, cómo no, proclamas políticas durante dos horas y media que fueron una mezcla de mitin, concierto íntimo en un honky tonk, rock de estadio y blockbuster de Hollywood.
Además de sus pleitos con sus antiguos compañeros de Pink Floyd, Waters es conocido por su implicación en causas políticas que le han dado algunos quebraderos de cabeza. El más reciente, la cancelación de su concierto en Fráncfort, previsto para el 28 de mayo, por defender la causa palestina y criticar duramente a Israel, algo que hoy es difícil hacer sin ser tachado de antisemita, especialmente en un país como Alemania, avergonzado por su pasado nazi. Al entrar al Wizink Center, recibían a los espectadores varios puestos de información de la ONG Rumbo a Gaza y la Flotilla de la Libertad, así como una campaña en favor de Julian Assange.
Ya lo advirtió Waters con un mensaje impreso en las pantallas justo antes de empezar: si eras uno de esos fans de Pink Floyd a los que no les gusta el lado político de Waters, lo mejor que podías hacer era "largarte al puto bar ahora mismo".
Sobre un escenario en forma de cruz situado en medio del estadio, con visibilidad de 360º y con el músico británico cambiando de sitio continuamente para no desatender a ninguna de las gradas, una excelsa banda le ayudó a recrear fielmente el sonido de Pink Floyd. Mientras tanto, sobre sus cabezas, un poliedro igualmente cruciforme compuesto de pantallas mostraba imágenes apocalípticas de edificios bombardeados, explosiones nucleares, metraje real de ataques estadounidenses con drones sobre inocentes en Oriente Medio, escenas también reales de casos de brutalidad policial que acabaron en la muerte de inocentes (el caso de George Floyd y muchos más), acusaciones de "criminales de guerra" a todos los presidentes de EE. UU. desde Reagan hasta Biden y capitalistas con cabeza de cerdo contando dinero (en "Money", por supuesto).
En el apartado sonoro, hay que destacar una potencia atronadora y una ecualización perfecta, dos cosas que desafortunadamente casi nunca van de la mano en este tipo de conciertos. Este cronista no recuerda en el Wizink Center un sonido mejor que el de anoche.
En lo musical, una banda talentosa y perfectamente sincronizada que merece ser nombrada al completo: el guitarrista principal Dave Kilminster, que emuló a la perfección los célebres solos de David Gilmour; el guitarrista Jonathan Wilson; Jon Carin, en los teclados, la guitarra y la voz; Gus Seyffert, en el bajo y la voz; Robert Walter, en los teclados; Joey Waronker, en la batería; Shanay Johnson y Amanda Belair en los coros, y Seamus Blake, en el saxofón.
Liderándolo todo, ataviado con pantalón negro y una ceñida camiseta negra, un Roger Waters que, cuando no estaba sentado al piano o con una guitarra o un bajo en las manos, recorría los cuatro costados del escenario con cierta cojera porque dos días antes se había torcido el tobillo. "Si me veis cojear, no es porque esté viejo, ¡es que me duele el puto pie!", exclamó.
El setlist, idéntico al de su concierto del martes en Barcelona, y presumiblemente al de hoy, que será su segunda noche consecutiva en Madrid, estuvo compuesto mayoritariamente por canciones de Pink Floyd. Comenzó con "Comfortably Numb" y "The Happiest Days of Our Lives" para dar paso rápidamente a una de las canciones más emblemáticas de la banda, "Another Brick in the Wall", que iluminó en rojo todo el estadio e hizo entrar en calor al público.
Después, algunas canciones del repertorio en solitario de Waters como "The Powers That Be", de su álbum conceptual de 1987 Radio K.A.O.S., o "The Bar", compuesta durante la pandemia. Antes de interpretarla, dio un discurso a favor de los bares como esos lugares donde uno puede "hablar con amigos y también con extraños, e iniciar conversaciones sin miedo a ser encerrado", y que culminó con un naíf, pero no por ello menos necesario, "hablemos unos con otros en vez de matarnos".
A continuación, más repertorio granado de Pink Floyd. El momento más emotivo del concierto llegó con "Wish You Were Here" y "Shine On You Crazy Diamond". Mientras las interpretaban, en las pantallas aparecieron imágenes tempranas de la banda con Syd Barrett, el cofundador y primer líder de Pink Floyd, malogrado mucho antes de tiempo por culpa del abuso del LSD. Mientras, en texto se contaba la historia de cómo Roger y Syd, siendo adolescentes, viajaron desde Cambridge hasta Londres para ver un concierto de Gene Vincent y los Rolling Stones y a la vuelta se prometieron que fundarían una banda.
Para alguien que no puede evitar contarle al público sus puntos de vista políticos y sus batallitas, utilizar las pantallas para emitir imágenes y mensajes de texto mientras el concierto tiene lugar es una solución óptima para que este no se eternice. Siempre queda la opción de cerrar los ojos y concentrarse en la música, aunque de esta manera uno se perdería la mitad (o más) del show.
"Sheep" (canción con la que Waters se autoproclamó, sin sonrojarse, a la altura de George Orwell y Aldous Huxley) dio paso al intermedio, que el público usó mayoritariamente para hacer una interminable cola en el baño, ya que la edad media del respetable urgía a hacer uso de él para poder afrontar otra hora y pico de concierto.
A la vuelta, mientras sobrevolaba el estadio un cerdo hinchable en el que se leía "robar a los pobres para dárselo a los ricos", casi todo fueron más canciones míticas de Pink Floyd, como "Money", "Us and Them", "Brain Damage" o "Eclipse", todas ellas de su célebre The Dark Side of The Moon, de cuya publicación en Reino Unido se cumplen justo 50 años este viernes y para la ocasión se relanza una edición especial.
El concierto acabó con una nueva interpretación de "The Bar", esta vez más íntima, con toda la banda reunida en torno a Waters, que la interpretó al piano, y remataron con un brindis de chupitos a la salud del público. Por último, toda la banda abandonó el escenario y se perdió en el backstage mientras tocaba "Outside the Wall" y Waters decía sus nombres uno a uno.
Aunque su título diga claramente que "esto no es un simulacro", Roger Waters ha calificado This Is Not a Drill como su "primera gira de despedida". Con ello alude irónicamente a esa costumbre de las viejas leyendas del rock de amagar con retirarse tres o cuatro veces antes de cumplir su palabra. Esperemos que la broma vaya en serio y aún nos queden por delante más ocasiones de verle en directo.