Ibermúsica cierra su periplo de esta temporada con un manjar musical muy apetitoso: la presencia de la Filarmónica de Berlín a las órdenes de su actual titular, Kirill Petrenko, maestro durante años oscuro y que de pronto empezó a sobresalir hasta convertirse en una de las figuras más reconocidas de la dirección de orquesta; algo que evidentemente tiene mucho que ver con el hecho de que esté hoy en el podio de la histórica formación germana, con la que parece entenderse y con la que ha demostrado ya su categoría, hasta hace poco casi oculta, de músico de primer nivel.

Petrenko vino al mundo en Omsk, antigua Unión Soviética, en 1972. Desde muy niño tocó el piano. Su formación continuó en Vorarlberg, Austria, a donde su padre, violinista, se había trasladado. Tuvo claro muy pronto que quería ser director de orquesta y se entregó afanosamente a ello estudiando con importantes maestros como Myung-whun Chung, Edward Downes, Ferdinand Leitner o Semión Bychkov. Pasó por distintos podios y fosos; entre estos los de Meiningen, la Ópera Cómica de Berlín, la Ópera Estatal de Baviera o el Festival de Bayreuth. Desde 2019 es director titular de la filarmónica berlinesa, con la que ha actuado ya en los más diversos foros y con la que nos visita ahora.

En Madrid solo lo recordamos en un concierto de la Orquesta Nacional de hace bastantes años en el que dirigió, como obra postrera, las Danzas sinfónicas de Rajmáninov. En esa ocasión ya pudimos apreciar algunos de sus valores. Es hombre de mediana estatura, enteco, de ágiles y prestos movimientos, de clara gesticulación. Su cara de pájaro, a la que asoma una leve y permanente sonrisa, acompaña su proceder, mientras los dispuestos brazos dibujan anacrusas y moldean el discurrir sonoro. Mano izquierda bastante activa a la hora de matizar y recoger, impulsar y rubatear. Y continuo baile sobre el podio. Aspectos que al parecer encajan bien con el estilo de la orquesta y que no emparentan con los que definían la personalidad de los últimos titulares, Claudio Abbado y Simon Rattle.

Petrenko ofrece un continuo baile sobre el podio, lo que no emparenta con sus predecesores: Claudio Abbado y Simon Rattle

Petrenko y su formación brindan varios programas. Este 1 de mayo estarán con el Orfeó Catalá en la Sagrada Familia, el 2 en el Palau de la Música de Barcelona y lo días 3 y 4 de mayo en el Auditorio Nacional de Madrid. Atacarán piezas como la Sinfonía nº 25 y el Exsultate, jubilate de Mozart. En el primero, además, también del genio salzburgués, el Ave Verum Corpus y la Misa de la Coronación. En el segundo se añade otra sinfonía, la Nº 4 de Schumann. Un panorama hasta cierto punto resumidor de unos momentos estéticos y estilísticos que se dan la mano en la historia de la música. La sinfonía mozartiana es una página asombrosa para haber salido de las manos de un compositor de 17 años.

Nunca se había ido tan lejos en una composición de este tipo. Y estamos en 1773. Las síncopas repetidas, la dramática caída de séptima disminuida, los acordes de las cuatro trompas, los choques armónicos… Son rasgos que otorgan a la obra una insólita y premonitoria relevancia y un dramatismo casi prerromántico, que cuajaría más tarde en la otra sinfonía en la misma tonalidad, la definitiva Nº 40. Y que, de alguna manera, y por otro camino, con una armonía diferente, conectaría con el maravilloso motete Ave Verum Corpus K 618, una página de sabor fuertemente masónico, de un trazo melódico muy característico.

[Alta y baja cultural. Mozart versus reguetón]

El contraste es evidente con las otras dos obras del programa. El tan conocido motete Exsultate, jubilate K 165, escrito para una voz de castrato, es una obra que, pese a su sesgo operístico, posee una autenticidad espiritual incontestable, que enlaza con la gozosa expresividad de la Misa K 317, de sustancia menos intimista que la de las composiciones anteriores de este tipo en el catálogo del músico salzburgués. Tiene intervenciones solistas de gran interés, sobre todo de la soprano, que cuenta con un aria de bellísima inspiración, anticipadora del Dove sono de la Condesa de Las bodas de Fígaro. Los solistas son Louise Alder (que cantará el Exultate, jubilate), Wiebke Lehmkuhl, Linard Vrielink y Kresimir Strazanac.

Gran contraste con la sinfonía schumaniana, que es obra de un solo trazo, cuajada de románticos contrastes, de rasgos melódicos de una expresividad muy intensa, de una animación rítmica singular. Una partitura que acaba siendo diáfana, de un romanticismo confiado y casi sonriente. Como el propio Petrenko.

Rozando la perfección

Año 1967: la Filarmónica de Berlín visita España y da dos conciertos en el Teatro Real de Madrid, recuperado poco antes para la práctica sinfónica. No era la primera vez, por supuesto, que la histórica formación actuaba en nuestro país. Décadas antes lo había hecho bajo el mando de Arthur Nikisch, Richard Strauss y Artur Rother. Posteriormente, lo haría a las órdenes de Clemens Krauss y Hans Knappertsbusch. Un buen plantel de batutas. A la que se añadiría la de Herbert von Karajan, que tras la mencionada visita del año 67, volvería a nuestro país años más tarde para actuar, entre otros sitios, en el Festival de Granada.

Karajan dirigió la Filarmónica de Berlín entre 1954 y 1989

Desaparecido ya el director salzburgués, el conjunto retornaría a nuestro país ya con otras batutas como la de Abbado o Rattle, que volverían a contribuir a dejar constancia de la calidad de una centuria que había nacido a mediados del siglo XIX por iniciativa de Benjamin Bilse. Gran importancia tuvo la presencia de Hans von Bülow, de Arthur Nikisch. Y, claro, de Wilhelm Furtwängler. Más tarde, de Sergiu Celibidache. La era Karajan comenzó en 1954. Duraría hasta 1989.

La Filarmónica es un conjunto de rara robustez, de un magnífico equilibrio entre familias. Su espectro sonoro es compacto, de una redondez y una densidad, de una potencia y de un brillo muy característicos. Sus instrumentistas rozan casi la perfección y, aunque eso depende como es lógico de la batuta, presentan un ensamblaje proverbial. Características que abonan siempre un comportamiento sin baches, sin vacilaciones, y una flexibilidad necesaria para defender, por ejemplo, las grandes partituras de Bruckner, de Brahms, de Mahler, de Strauss y de tantos otros. Y para redondear, bajo batutas eficientes como la de Karl Böhm, señeras interpretaciones mozartianas. Aguardamos por todo ello con mucha ilusión su nueva visita a nuestro país.