Supo retirarse a tiempo. La diosa de ébano, la reina ácida, la Reina del Rock, dejó los escenarios en 2009, con 70 años, y abandonó la minifalda, los tacones altísimos y su erizada melena de león (en realidad, una peluca) para dedicarse a una vida apacible, con zapato plano, en Suiza, país del que terminó adoptando su nacionalidad en 2018, después de 20 años viviendo en Küsnacht, un encantador pueblecito situado a unos diez kilómetros de Zúrich.
Allí adquirió un palacete situado en un terreno de más de 5.500 m² a orillas del lago Zúrich, que bautizó Villa Algonquin, donde vivía junto a su marido, el productor discográfico alemán Erwin Bach, 16 años menor que ella. El nombre de la mansión correspondía a un pueblo nativo americano, del que ella también era descendiente.
Si alguien ejemplificaba como nadie que los sueños pueden hacerse realidad –y que las segundas oportunidades existen– era ella. De nombre real Anna Mae Bullock, creció en la localidad sureña de Nutbush, Tennessee, en el seno de una familia dedicada a la recolección de algodón.
De niña cantaba en el coro de gospel antes de que el guitarrista Ike Turner, ocho años mayor que ella, la descubriera. Formó la "Ike and Tina Turner Revue". Asaltaron las listas de éxitos en 1960 con su primer sencillo, Fool in Love. Le siguieron éxitos como River Deep - Mountain High y Nutbush City Limits. En 1969 saltan a la fama como teloneros de los Rolling Stones.
Ambos se habían casado en 1962, pero Ike resultó ser un marido brutal. Ella no consiguió abandonarle hasta 1976. Para lograr divorciarse rápidamente, renunció a todas sus reclamaciones económicas y tardó décadas en perdonarle, según contó mucho después, recordando que cuando lo abandonó lo hizo con 36 centavos de dólar y una tarjeta de las gasolineras Mobil en el bolsillo.
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Madre soltera de dos hijos, Turner volvió a empezar casi de cero. Poco importaba lo que había hecho hasta entonces o que hubiera impresionado a todo el mundo como “The Acid Queen”, uno de los personajes de Tommy, la versión cinematográfica de la ópera rock que The Who estrenó en 1975. Tina no tenía mucho para elegir y se vio obligada a cantar y bailar en clubes de mala muerte y en hoteles y reuniones de empresa.
Pero en esas llegó 1984. A los 45 años hizo saltar la banca y logró darse a conocer masivamente, no sólo en los restringidos círculos especializados. En su quinto álbum en solitario, Private Dancer, se incluía un éxito brutal, What's Love Got To Do With It?, que fue elegido como segundo single.
Su título, “¿Qué tiene el amor que ver con esto?”, se leía claramente como una amarga autocrítica de lo que había sido su matrimonio con aquel energúmeno que la sacudía en cuanto la cocaína comenzaba a hacerle efecto. Tina supo asumir su dolor y su trauma y, sobre todo, canalizarlo como el medio más efectivo para resurgir completamente, como el ave fénix.
Con ese disco el mundo entero descubrió lo que los grandes aficionados ya sabían, que Turner tenía una voz y una energía prodigiosas. No era una cantante virtuosa a lo Whitney Houston, ni la suya era una voz sedosa. Su poderío estribaba, sobre todo, en el torbellino de erotismo y ferocidad con el que interpretaba sus canciones y se movía en el escenario, anticipando el modelo que años después sería imitado por Beyoncé (con quien coincidió en febrero de 2008 en una actuación en Los Angeles, durante la gala del cincuentenario de los premios Grammy).
Así, llenó auditorios y estadios de todo el mundo y cuando cantó ante más de 180.000 espectadores en Río de Janeiro en 1988, la gigantesca audiencia entró en el Libro Guinness de los Récords.
Con el nuevo siglo, en 2001, decidió retirarse a su villa junto al lago –en cuya puerta de la finca había una placa metálica, en alemán, que decía “Vor 12.00 Uhr nicht läuten, keine Lieferungen”: “No llamar antes de las 12:00. Ni siquiera para entregar paquetes”– y a sus posesiones del sur de Francia. Ocho años después regresó para una última gira mundial en la que recibió toda la pleitesía que merecía. Al acabar en 2009 esta gira definitiva aseguró estar “cansada de cantar y de hacer feliz a todo el mundo”.