La Fundación BBVA reparó para su Premio Fronteras del Conocimiento de Música y Ópera este año en una de las figuras indiscutibles de la música británica de nuestra época: Thomas Adès (Londres, 1971). Hablamos del artífice de obras sinfónicas de gran aliento y de óperas triunfantes, como Powder Her Face, The Tempest y The Exterminating Angel. Esta última, basada en la película de Buñuel, la estrenó en Salzburgo en 2016.
Algunos afirman sobre él que es un segundo Benjamin Britten, lo cual son palabras mayores. El crítico Ulrich Dibelius, autor de La música contemporánea a partir de 1945 (Akal), destaca su equilibrismo a la hora de manejar los timbres y la habilidad para plasmar los colores. “Las ideas musicales le llegan como por arte de magia”, asegura. En su poética convive la fineza del orfebre con la querencia por la libertad que brinda la vida en la naturaleza.
El jurado reconoció "la capacidad comunicativa de su música, que conecta transversalmente con públicos diversos de todo el mundo". Algo que consigue gracias a ese don para fundir el plano intelectual con el emocional. Dice que el instinto es lo que le guía en primera instancia cuando se encierra a componer pero que esto es una primera fase que luego viene matizada: “Así que si a veces parece que estoy en un ejercicio de equilibrios –entre lo que podrían llamarse ideas o procesos racionales con impulsos instintivos– eso es lo que puede parecer desde fuera. Obviamente, me conmueve y me emociona que esto haya sido percibido por los oyentes, por otros, y este tipo de reconocimiento es insólito y muy alentador e inspirador en el campo de la música”, explica Adès, que recoge este martes por la noche el galardón en Bilbao.
[Thomas Adès, un equilibrista del timbre en la OCNE]
Otra de las virtudes compositivas más ponderadas de Adès es su virtuosa fórmula para traer a la actualidad moldes y géneros tradicionales, como valses o chaconas. “Me gusta que mi música sea atemporal, que sea ajena a un lugar o un tiempo, que sea libre en definitiva. Y creo que los problemas a los que se enfrenta alguien como yo, cuando miras fijamente una página en blanco, lo que ocurre a continuación, en cierto modo, son los mismos problemas a los que se habría enfrentado cualquiera en 1400 o en 1826, o en 1603, da igual”, señala.
Adès compara su actividad con la de un investigador en el área de medicina. En su opinión, el compositor debe echar mano de los estilos y patrones del pasado, que representan una acrisolado know how y, a partir de ahí, seguir avanzando. Pero siempre sobre esas bases y teniendo presente que “seguimos tratando con el cuerpo humano”.
El compositor londinense tiene además una peculiaridad que le hace muy atractivo en nuestro país. Es su pasión por nuestra cultura, de la que da cuenta, por ejemplo, su interés por Luis Buñuel. Es algo que procede de la ‘semilla hispánica’ que le plantó su madre en la conciencia. Ella es historiadora, volcada sobre todo en el movimiento surrealista. Cuando Adès era un niño, ya le hablaba de Salvador Dalí, sobre el cual escribió algún libro e incluso llegó a conocer. La primera vez que salió de Gran Bretaña además recaló en España.
“Cuando yo era muy pequeño, a mediados de los setenta, cogimos un barco para cruzar el Golfo de Vizcaya. Y Bilbao fue la primera tierra que vi que no fuera la mía. Así que, para un niño pequeño, eso significa que España siempre fue, en cierto modo, la isla arquetípica, u otro lugar en el horizonte. Y eso podría ser, cuando estoy trabajando, lo que siempre pienso: que quiero encontrar nuevas tierras o, si lo prefieres, que quiero navegar hacia el horizonte, hacia un nuevo horizonte en el trabajo que hago”.
A España también se acerca para mostrar su trabajo con cierta frecuencia. Hace escasos meses estuvo colaborando con la Orquesta Nacional para presentar con ella su Concierto para violín, de 2005, que había estrenado en nuestro país la Sinfónica de Galicia. Una pieza que da la medida de su fantasía. El crítico Arturo Reverter la describía así: “Todo comienza en el primer movimiento, Rings, con animadas irisaciones del solista en un juego apoyado en pedales y ondulaciones del conjunto. Un continuo ir y venir, arriba y abajo, con descargas pasajeras, a modo de lejanas amenazas. Poco a poco el canto del violín toma cuerpo lírico y plantea ocasionales diálogos con el tutti sin cejar en su permanente vaivén. La línea protagonista se integra en el todo como un elemento más sin dejar de estar siempre en primer plano, lo que denota una notable habilidad por parte del autor”.
Adès la exhibió él mismo desde el podio, ya que alterna la labor enclaustrada de compositor con la de director. “En la primera consumes interminables horas y días y semanas en casa, trabajando en una partitura”, apunta. “En realidad, la partitura no es más que el mapa de un paisaje sonoro o, si lo prefieres, el plano de un vehículo que va a ser la pieza, y sólo cobra vida en la interpretación. Así que cuando salgo al mundo real para dirigir la pieza puedo presentarla de una forma, supongo, más idealizada, y puedo mostrar con mis gestos, espero, siempre de la mejor forma posible, cómo pretendo que sean esos sonidos”.