El título es un hallazgo. El original inglés, Music Quickens Time, nos anima a preguntarnos por qué la música habría de hacer el tiempo más rápido, más vivo, pero la traducción española es aún mejor, porque pone en primer plano la acepción vivificante del verbo to quicken: avivar en el sentido de hacer vivir, dar vida, como al fuego. La orden “¡despierta, tiempo!”, que parece emitir aquí la música me hace pensar en Jorge Manrique, cuando mandaba al alma recordar, o sea, avivar el seso y despertar.
En realidad, este estupendo título proviene de La montaña mágica de Thomas Mann, de una perorata del disparatado filósofo Settembrini sobre la potencialidad moral de la música (y de las demás artes): “La música despierta y, en ese sentido, es moral”. Pocas cosas como la música pueden personificar la vieja idea de aliento creador y pocas cosas como el tiempo imaginamos tan susceptibles de recibir ese aliento y cobrar vida.
Barenboim no tarda en entrar en finuras parecidas. En la página 3 del primer capítulo ya está mirando el borde que separa –y une– sonido y silencio. Se refiere al principio de Tristán e Isolda, que es un viaje desde la nada al universo en tres notas y un acorde, para preguntarnos si estamos contando bien los pasos, porque en realidad no son cuatro, sino cinco.
El origen del universo en Tristán, su causa, no está en la primera nota de la partitura, sino en el silencio que la precede y la resolución de la tragedia no estará en el último sonido escrito, sino en el silencio que le habrá de seguir. El viaje empezaba, efectivamente, en la nada. Se deduce que la reivindicación que hacemos siempre los músicos del silencio en la sala no tiene que ver con la cortesía o la concentración sino con la esencia de la música.
Pero la reflexión que predomina en este libro y, en realidad, en todo lo que Barenboim dice, escribe y hace desde hace ya una treintena de años, surge de la capacidad moral, la potencia transformadora, de la música, que él está decidido a aplicar al avispero de Oriente Medio. En 1992, logró hacer sonar en Israel la música de Wagner, que allí está proscrita.
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Un año después, con el crítico literario palestino Edward W. Said, comenzó a idear y poner en marcha dos espacios de arte, libertad y convivencia para jóvenes músicos israelíes y palestinos: la East-Western Divan Orchestra y la Barenboim-Said Akademie de Berlín, donde se estudian por igual la música y las humanidades. En ambos espacios, los músicos pueden expresar abiertamente recelos y agravios actuales o ancestrales y, al mismo tiempo, al practicar la música de conjunto, que no se puede hacer sin escuchar activamente al otro, van creando relaciones y ampliando perspectivas.
La música despierta el tiempo reúne las seis conferencias que dio Barenboim en 2006 en la Universidad de Harvard más un surtido de diez artículos y entrevistas. Apareció en 2008 y nos llega ahora en impecable traducción española de Francisco López Martín y Vicent Minguet.