Rubén Blades lleva décadas buscando guayaba y este jueves pudo encontrar algo parecido en Madrid. El aroma del trópico se impregnaba en el público, que agotó las entradas, y la temperatura favorecía ese sabor que el panameño y su orquesta manejan con soltura. Con una larga introducción de percusión y viento allanando la entrada del cantante, el grupo puso a los asistentes a bailar desde los primeros acordes.
Arrancó el panameño, que el día 16 de julio cumple 75 años, con un bloque reivindicativo. Entonó Plástico sin prolegómenos, con una pantalla por la que desfilaban personas normales y no esas que viven pendientes de las apariencias. Llenas de retoques, como sugiere la canción. Al acabar, el repaso por los países del continente americano (salvo Estados Unidos y Canadá) provocó el éxtasis de los congregados. La mayoría, de latitudes caribeñas o andinas (y con gran victoria de ciudadanos venezolanos).
Blades siguió con País portátil, del álbum 'Cantares del subdesarrollo'. La escribió en 2009, pero podría haberlo hecho hace unas horas, según comentó. Apelaba a la defensa de las raíces contra el colonialismo (yanqui, se entiende) e insuflaba autoestima a estas naciones con "enorme complejo". Podría ser su Panamá natal, donde fue ministro de Turismo entre 2004 y 2009, o cualquiera del sur del río Bravo, oprimidos por el vecino del norte.
Para cerrar esta tanda de protesta geopolítica, el artista enumeró las dictaduras que asolaron a sus vecinos en la década de los ochenta. Una de ellas era la de El Salvador, con la cruel matanza de jesuitas que enmudeció al país. Estaba allí Óscar Arnulfo Romero, más conocido como monseñor Romero. El líder religioso de este estado es una personalidad venerada a la que Blades le dedica El padre Antonio y su monaguillo, coronado por un "matan a la gente, pero no a las ideas". Antes había intercalado el asunto de los feminicidios con En esa casa, donde se expone un caso doméstico de violencia machista (o intrafamiliar, según a qué partido político preguntes).
Y, cambiando de tercio, el llamado poeta de la salsa mezcló géneros recordando a las plantaciones de azúcar donde radica la miseria, a esa selva que sirve de autopista del contrabando y al acervo que este diverso territorio ha cimentado entre músicos y artistas.
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Con Todos vuelven rindió homenaje a sus compañeros y maestros de ambas orillas del Atlántico. En blanco y negro se asomaban las caras de Celia Cruz o Tina Turner, en un guiño al origen de la salsa, y daba el salto a nuestro paralelo para rememorar a Montserrat Caballé, Paco de Lucía, Camarón de la Isla o incluso Carlos Saura.
Todos ellos han dejado su impronta en este veterano, que está convencido de que "el mejor testamento es una sonrisa". Tal es esa herencia que tiró de boleros para relajar el ambiente, volvió al son cubano para alabar a los poetas de la isla o recurrió a sus obras con Héctor Lavoe y Willie Colón para electrificar la pista. Yo soy el cantante y Te están buscando prologaron una cuña con tintes de crooner en la que simuló a Tony Bennett con Watch what happens y a Frank Sinatra con The way you look tonight.
El público, aún abanicándose y con perlas de sudor moteando la piel, pedía una traca final a la altura. Y llegó, cómo no, con Pedro Navaja. Los siete minutos de lo que, parafraseando a una amiga cercana, es la crónica negra mejor compuesta de la historia, cerraron un show de dos horas y media donde Rubén Blades aún hacía gala de su tumbao y su tímido movimiento de maracas.
No hubo bises, por mucho que los miles de asistentes se sintieran huérfanos de éxitos como Decisiones, Lágrimas o la mencionada Buscando Guayaba. Lo que sí consiguió fue acercar ese pedazo tropical que inunda el swing y todas las variantes que el denominado "intelectual de la salsa" es capaz de reproducir junto a la Roberto Delgado Big Band. Y logró que, en esa noche veraniega, oliera a caña, tabaco y fruta.