En una época marcada en lo musical por las canciones de 2 minutos y el Auto-Tune, la experiencia de anoche en el Wizink Center de Madrid fue un viaje en el tiempo. A la década de 1970, exactamente. Virtuosos solos de guitarra de diez minutos, una voz con una tesitura amplísima, una técnica impecable, un dominio absoluto del falsete y una potencia brutal. Es lo que ofreció durante dos horas y cuarto la banda estadounidense Greta Van Fleet, los Led Zeppelin del siglo XXI. El rock clásico puede respirar tranquilo. Con músicos como estos, nunca morirá.
Ataviados al más puro estilo glam, con mallas, lentejuelas, chaquetillas toreras y telas vaporosas, todo en este cuarteto de veinteañeros de Michigan es un revival del hard rock y el folk rock que triunfaba hace 50 años, y más concretamente de la mítica banda de Jimmy Page y Robert Plant. Quizá no aportan nada nuevo, ni falta que hace; bastante mérito tiene mantener vivo ese legado y hacerlo con ese derroche de talento. ¿Cuántos músicos darían lo que fuera porque les comparasen con Led Zeppelin?
Los tres hermanos Kiszka (Josh al micrófono, Jake a la guitarra y Sam al bajo y los teclados) y su buen amigo Danny Wagner a la batería trajeron a la capital, un día después de hacerlo en Barcelona, la gira de su tercer álbum de larga duración, Starcatcher, publicado este año (el cuarto si contamos el doble EP de ocho canciones From the Fires, con el que ganaron el Grammy a mejor álbum de rock).
27 años es la edad a la que solían morir las estrellas del rock. Hoy lo hacemos todo mucho más tarde, y los líderes de la banda, los gemelos Josh y Jake, que tienen ahora esa edad, nos siguen pareciendo jovencísimos. Cuando formaron la banda, allá por 2012, tenían 16 (Sam, su hermano pequeño, es incluso más joven). 21 tenían cuando se hicieron mundialmente conocidos con "Highway Tune" (que, por cierto, fue durante un tiempo la sintonía del programa de radio La Vida Moderna, de los cómicos David Broncano, Ignatius y Quequé).
Por su parte, la media de edad del público era ligeramente inferior a la que suele acudir a grandes conciertos de rock. Más hombres que mujeres y la mayoría pasados los 40 años, pero con una notable presencia de gente joven que garantiza también la continuidad del género. Esto se notaba a simple vista con la luz encendida y también a oscuras: muchos móviles grabando aún en horizontal, ahora que se ha impuesto grabar en vertical para subir los vídeos a las redes sociales.
Anoche Greta Van Fleet tocó un setlist compuesto en su mayoría con canciones de su disco Starcatcher y de su álbum anterior, The Battle at Garden's Gate, de 2021. Después de sonar por los altavoces una obertura con melodías extraídas de su último trabajo, grabada por una orquesta de cuerdas, cayó el telón con el logotipo del disco y comenzó el concierto.
El primer bloque estuvo formado por "The Falling Sky", "The Indigo Streak", "Built By Nations", "Meeting the Master", "Heat Above" y "Broken Bells", rematado con una versión extendida de su emblemática "Highway Tune", que provocó el primer estallido de júbilo del respetable, que había agotado las entradas de pista y casi las de grada, aunque no se utilizó todo el aforo del recinto, que puede albergar hasta 17.000 personas, sino una configuración más reducida.
Un largo solo de batería marcó el interludio hacia un bloque acústico que comenzó con una breve versión a piano y voz de la célebre "Unchained Melody" que popularizó Elvis. Wagner cambió la batería por la mandolina y los cuatro componentes se juntaron en el centro del escenario para interpretar "Waited All Your Life" y "Black Smoke Rising".
Josh Kiszka fue el único que habló. Sonrió sin parar, lanzó besos, repartió rosas blancas entre el público e improvisó algunos breves discursos sobre celebrar la vida, ser uno mismo, dar amor y otros mensajes positivos por el estilo, con una actitud cercana al chamanismo que nos hizo recordar a la "sacerdotisa" Florence Welch en su último concierto madrileño, en el Mad Cool de 2022.
En cuanto a la escenografía, nada espectacular: durante las primeras canciones, la imagen de una espada clavada en una roca, que sumaba una capa de fantasía épica al espectáculo, y después un firmamento punteado de estrellas (en alusión al título de su nuevo álbum, "cazador de estrellas"). No había escenografía porque la escenografía eran ellos: sus coloridos atuendos de raso y purpurina y sus movimientos por el escenario, con Josh hilvanando el aire delicadamente con las manos como si fuera un director de orquesta sin batuta y Jake acompañando sus riffs y solos con todo el cuerpo.
El último bloque lo integraron "Fate of the Faithful", la canción que abre Starcatcher, "Sacred the Threat" y "The Archer", y remataron con una ronda de bises introducida por una breve versión del "Rahpsody in Blue" de George Gershwin tocada por Sam al piano. Tras "Light My Love", se despidieron con "Farewell for Now". Como dice el título de la canción, no era una despedida para siempre, sino un "adiós por ahora". El próximo verano estarán de nuevo en Europa, así que es muy probable que los volvamos a ver en los festivales españoles.