Johnny no cree en nostalgias.
Johnny sólo tiene clara una cosa: “El pasado es inamovible y el futuro es incierto: hay que comerse el presente a bocados”.
Johnny, si acaso, cree que en un particular póker de ases: los Stones, Eric Burdon, David Bowie o Lou Reed, a quien trata como “mi tío Lou”.
Tiene fe en ellos porque les ha visto en directo y porque le persiguen a diario en su cabeza. Pero –¡ay, Johnny!- aún le faltan algunas cartas por robar: aunque cumplió la “deuda pendiente” de disfrutar una noche veraniega con Patti Smith, le hubiera gustado deleitarse con los contoneos de Jim Morrison en el escenario. O contemplar en vivo ese característico movimiento de melena de Marc Bolan, líder de T. Rex y gran influencia en su época ‘glam’. O extasiarse con los interminables ‘riffs’ de Grateful Dead.
“Cada vez me los pongo más y estoy convencido de que esas canciones largas volverán, porque es una sensación de libertad acojonante, y a eso queremos volver, como la gente quiere volver al campo a cultivar patatas”, se consuela Johnny entre risas y después de presentarse con una pregunta tan básica como simbólica: “¿Qué pasa, tron?”.
Porque Johnny es Johnny Cifuentes, aunque en su DNI y en algún documento más aparezca como Juan Antonio Cifuentes Laso. Suma 68 ‘palos’ y es “de un pueblo a 70 kilómetros de Toledo que se llama Madrid”. Tiene un bar en el barrio de Lucero que responde al nombre de Cocodrilo o ‘El Coco’ donde pone unas cervezas que no sabe si “beberlas o enmarcarlas” y lidera desde hace décadas Burning, un grupo barrial, castizo, sin aditivos, que cumple 50 años de existencia.
“Hemos tocado el infierno y hemos acariciado el cielo, pero lo importante es seguir siempre hacia delante”, suspira Johnny ante una taza de café y una botella de agua. La charla tiene lugar en un estudio de las afueras de Madrid y culminará con unos tragos rápidos a un tercio de Mahou. Anda Johnny por estos lares de ladrillo visto ultimando esa efeméride y fiel a su estilo: chupa de cuero, gafas de rock. Va a celebrarla con su banda, “cojonuda”, rememorando aquel directo de 1991.
Y, aunque esté cansado porque los ensayos son casi como réplicas del espectáculo que tendrá lugar el próximo 7 de marzo en la sala La Riviera de la capital, de los que sale con una mezcla de adrenalina y agotamiento, Johnny se sienta sin prisas a explicar la decisión de conmemorar uno de los grandes hitos de Burning. “Podríamos haber escogido otro disco, como Madrid, que fue una especie de presentación del grupo a España. O Bulevar. O El fin de la década, donde ya había temas clásicos, pero este fue el que petó”, sopesa.
No solo se reconoce en aquella grabación la voz de Pepe Risi, que moriría unos años después: también se escuchan colaboraciones de artistas como Loquillo, Rosendo, Miguel Ríos, Joaquín Sabina o los desaparecidos Enrique Urquijo y Antonio Vega. “No sé qué pasó. Tenía algo especial. Puede que fuera uno de los primeros conciertos donde había un mogollón de invitados”, cavila Johnny.
En un asomo al pasado, poco habitual en el tecladista y cantante, Johnny se muestra satisfecho. Piensa que hay “huecos irreemplazables”, pero que nada le ha desviado de su pasión. “Si te gusta, tiras del carro. Siempre hemos hecho canciones y nos lo hemos pasado de puta madre”, sintetiza sobre esa atribulada trayectoria del grupo donde empezó a “aporrear” el piano con sus “colegas”.
Burning, para poner en situación, tiene como centro de gravedad La Elipa. En este barrio obrero de Madrid se juntaron el mencionado Pepe Risi a la guitarra, Toño Martín como cantante, Enrique Pérez al bajo, Ernesto Estepa en la batería y Johnny Cifuentes al teclado. Corría la década de los setenta. En España se esperaba la muerte del Caudillo con una mezcla de cautela y esperanza. Las ciudades se poblaban gracias al éxodo rural. Y en las periferias nacían los acordes con letras canallas de Leño y Topo o el sonido más pesado de grupos como Coz, Ñu o Asfalto.
A la agonía de la dictadura se le juntó la purpurina de la Movida, descorchada oficialmente en 1980. Burning transitó aquellos vaivenes desde los márgenes. Empezó como un proyecto juvenil, gamberro, donde se entronizaba a delincuentes como Jim Dinamita, se hablaba de atracos o se alababa a las chicas del ‘drugstore’, esos establecimientos sin persianas de cierre donde empeñar monedas y madrugadas. A pesar de que recorrieron el centro y de que ya llevaban a gala el eclecticismo en la vestimenta (añadiendo fulares, telas de leopardo o pintalabios fluorescentes al obligado negro de sus prendas), nunca se les incluyó dentro del canon que otorgaba el momento.
"Hacíamos un rock en el filo de la navaja. Ni era un pop blandengue ni era un rock aguerrido o contestatario"
“Hacíamos un rock en el filo de la navaja. Ni era un pop blandengue ni era un rock aguerrido o contestatario. Pero sí soñábamos con mudarnos al centro de Madrid, con estar en el circuito del momento”, confiesa Johnny. Ahí estaban, añade, “los locales y las tías que molaban”. Y consiguieron entrar: actuaron en espacios emblemáticos como el Penta, donde el líder actual de Burning conoció a su esposa: “Luego nos mudamos a Batán y de ahí fuera de la ciudad: me he alejado un poquito, porque era mucha caña”.
Siguieron, aun así, rasgando sus cuerdas como cronistas del extrarradio. A pesar de renunciar al pop imperante y de mantener la fascinación por el trapicheo o los buscavidas, afianzaron su sendero y nutrieron a una generación que coreaba ‘¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?’ o ‘Mueve tus caderas’ en lugares donde no iba tanto fotógrafo, con el objetivo en las nuevas caras.
Dentro y fuera de ese bum de bandas, Burning tenía férreos seguidores. La relación con el resto de artistas era muy buena y “de agradecimiento”, según describe Johnny. Esa camaradería cristalizó en 1991, en el directo que ahora homenajean y que la crítica sentenció como un “repertorio indestructible y tenacidad única”. Luego vinieron rachas convulsas. El 9 de mayo de 1993 y el de 1997, el mismo día, con cuatro años de diferencia, murieron Toño y Pepe Risi. Ambos, por culpa de la heroína.
"He perdido a compañeros, a hermanos, pero si le preguntas a cualquier grupo con nuestra trayectoria te contará lo mismo. Porque el sexo, drogas y rocanrol era verdad"
Un batacazo que noqueó al grupo. “Pepe se fue con 42 años, pero lleno de sabiduría, de momentos, de guitarrazos. Y sabíamos dónde nos estábamos metiendo: el rock es así. Todos esos momentos son los que te empujan a tirar para adelante”, resopla, algo cansado de referirse continuamente a esa época: “He perdido a compañeros, a hermanos, pero si le preguntas a cualquier grupo con nuestra trayectoria te contará lo mismo. Porque el sexo, drogas y rocanrol era verdad”.
Tardaron un año en “pasar el golpe”, afirma, pero su recuerdo le motivó para seguir. Cambiaron los componentes y en 2002, Johnny Cifuentes prefijó en Altura parte de la formación actual, con Eduardo Pinilla a la guitarra, Carlos Guardado al bajo y Kacho Casal en la batería. Sumaron 10 canciones de estudio sin el toque de Risi y mantuvieron el repertorio anterior para tocar en salas.
La opción de dejarlo nunca existió para Johnny. “Es que si estás bien no lo piensas, te tienes que dejar llevar”, se queja el líder de grupo, que en 2005 publicó Dulces dieciséis, un acústico por el 30 aniversario, y en 2013 escribió nuevas estrofas en Pura sangre. Conservaba ese toque ‘stoniano’ y macarra donde predominaban las historias suburbiales y el amor a Madrid. Dejaban la política para los cantautores y el júbilo para los modernos. “Sólo hablábamos de nuestro colega que le habían pillado con algo y metido en el trullo, del que te daba el palo, del más chulo del barrio. Y, con nuestros aciertos o equivocaciones, hemos seguido nuestro camino”, sostiene, totalmente ajeno a leyendas o posteridades.
Con un álbum firmado como Johnny Burning en 2021 y bajo el influjo perpetuo de esos maestros —donde guarda un altar para Chuck Berry, Buddy Holly o los mencionados en esa baraja de mano ganadora que se guarda en la manga— el líder de Burning no tiene una respuesta a esa entrega. “No hace falta ser un ingeniero, sólo amar el rocanrol”, resume. “La hemos cagado mil veces, claro. Y tal vez sin eso no estaríamos aquí. Porque no sabes hasta qué punto eso hizo que estemos aquí. Pero Risi malo ya me lo dijo: ‘Tío, ni una gilipollez, siempre p’alante’. Y es eso o vender birras en mi bareto, que también está bien”, sentencia con una carcajada.
Johnny, ya dijimos, lo tiene claro: nostalgias, las justas.