Las canciones de Joan Manuel Serrat son la banda sonora del siglo XX en nuestro país. Lo que no conoció de primera mano lo aprendió en sus poetas de cabecera e introdujo aquellos textos en melodías inolvidables. En su repertorio está la guerra civil, la posguerra, la dureza de la vida en los barrios, el amor a su familia, a sus amigos, a sus hijos, las relaciones sentimentales, la política, la defensa del desarrollo sostenible...

El flamante Premio Princesa de Asturias de las Artes, designación con la que acaba de ser reconocido, nos invita a revisitar sus composiciones imprescindibles, si bien somos conscientes de que faltan muchas de ellas. Según ha hecho público este miércoles en Oviedo el jurado encargado de su concesión, los motivos del reconocimiento remiten al "alcance de una trayectoria artística que trasciende la música y se hace referente cívico, sumando a las letras de sus canciones la fuerza del himno colectivo con voluntad universal".

"En el trabajo de Serrat, de honda raíz mediterránea, se aúna el arte de la poesía y la música al servicio de la tolerancia, los valores compartidos, la riqueza de la diversidad de lenguas y culturas, así como un necesario afán de libertad. Defensor del diálogo frente a la crispación, la obra de Serrat es un exponente de su irrenunciable vocación de tender puentes entre países y generaciones", concluía el acta.

[Joan Manuel Serrat, Premio Princesa de Asturias de las Artes 2024]

Paraules d'amor (1968)

Escrita en catalán e incluida en el disco Com ho fa el vent (1968), es una exquisita canción de amor de un Serrat que acaba de cumplir 24 años. Recuerda una relación sentimental de la adolescencia, transcurrida hace una década. Lo más interesante no es el evocador lenguaje, en el que ya se atisba una sutileza casi exclusiva, sino en la constatación de un punto de vista: el amor es distinto a todo lo demás a los quince años.

"Palabras de amor sencillas y tiernas. / No sabíamos más, teníamos quince años. / No habíamos tenido demasiado tiempo para aprenderlo, / apenas despertábamos del sueño de los niños", reza el estribillo en su traducción española. 

Cantares (1969)

El homenaje a Antonio Machado en forma de disco —Dedicado a Antonio Machado, poeta (1969)— es la cumbre de popularidad más alta que ha alcanzado la poesía española. No hay ciudadano que piense en el verso "Caminante no hay camino" sin la melodía vocal al fondo. Además, es realmente una adaptación, pues el poema original se queda en el recitado que Serrat incluye hacia la mitad del tema.

El mismo álbum contiene "La saeta", que le permitió reunirse presencialmente con el cantaor flamenco Camarón, un año antes de su muerte, para la interpretación simultánea: Serrat; al recitado; el de la Isla, al cante.

Penélope (1969)

"Penélope" ha sido, hasta su retirada, otro clásico en su setlist. Lo que casi nadie sabe es que la música de esta bellísima balada corresponde a Augusto Algueró, un compositor ineludible en la canción en español del siglo XX. 

Serrat decide actualizar el mito de Ulises y Penélope, que en la Odisea espera a que venga su hombre de la guerra de Troya. La protagonista de la canción escrita por el noi de Poble-Sec lleva un bolso de piel marrón y "espera que llegue el primer tren / meneando el abanico". El giro final del argumento ha dado lugar a múltiples interpretaciones entre los exégetas.

Fiesta (1970)

El arreglo orquestal de "Fiesta", incluida en el disco Mi niñez, tiene más de medio siglo y aún nadie lo ha superado en otra versión. Este canto a lo popular, una de las señas de identidad en el cancionero de Serrat, seguía siendo uno de los momentos álgidos en sus directos hasta el final de su carrera.

La canción también da muestras del agudísimo observador que ha sido Serrat, una capacidad que ha enriquecido cada una de sus letras. "Y con la resaca a cuestas / vuelve el pobre a su pobreza / vuelve el rico a su riqueza / y el señor cura a sus misas", rezan algunos de los versos más conocidos.

Mediterráneo (1971)

Era mayo de 1971 y Serrat necesitaba descansar. El desasosiego al que se vio sometido por su anterior mánager, Lasso de la Vega, le llevó hasta un hotel a pie de playa en Calella de Palafrugell, situado en la Costa Brava. Contemplando las embarcaciones de los pescadores varadas en la orilla, se le reveló ese momento de inspiración irrepetible.

Más de 200 palabras que condensan un paisaje y una forma de vida. Un alumbramiento, "Mediterráneo", en el que también cabe el registro de un carácter: "Soy cantor, soy embustero, me gusta el juego y el vino, tengo alma de marinero", reza el estribillo de la canción, que sirve de colofón a la sensualidad de sus estrofas.

Lo que ocurre "de Algeciras a Estambul" ya es patrimonio de la música popular en español. Optimista, profunda y melancólica, la canción dedicada al Mare Nostrum dejó de ser de Serrat para ser de todos. Hoy lo asume con orgullo. La interpretó por primera vez en la terraza de aquel hotel, el Can Batlle, ante Rosa Moret, la propietaria, y su marido. Más tarde el mítico Juan Carlos Calderón cogería las riendas de la producción, insertándole unos arreglos jazzeros inolvidables.

Pueblo blanco (1971)

Aunque hubiera sido bastante, en aquel disco Serrat no solo nos legó "Mediterráneo". Las diez canciones de este álbum se grabaron en cinco días en los estudios Fonitz Zetra de Milán, donde el sello discográfico Zafiro enviaba entonces a los artistas de su plantilla, gracias al talento y la disposición del ingeniero Plinio Chiesa, que murió al año siguiente. 

Sin embargo, lo importante de este inolvidable álbum es el momento de composición: ese disco guarda la esencia marinera de su tierra y el aroma de su gente, por más que se manufacturara en el país transalpino. "Pueblo blanco", canción inspirada en Mojácar (Almería), es un crudísimo retrato de la España de posguerra.

La magnífica recreación de este universo nos recuerda a la España vaciada: "Por sus callejas de polvo y piedra / por no pasar ni pasó la guerra, / solo el olvido". La canción, de una solemnidad apabullante, presenta versos tan rotundos como estos: "Y me pregunto pa' qué nace la gente / si nacer o morir es indiferente". O los que concluyen: "Los muertos están en cautiverio / Y no nos dejan salir del cementerio".

Lucía (1971)

El Serrat más inspirado escribió esta canción, también del disco Mediterráneo, a un antiguo amor. La letra conserva los trazos poéticos que exige el canto a una pérdida, aunque esta vez es la melodía la que eleva a "Lucía". No obstante, esta canción epistolar contiene versos de una sofisticación única: "Perdóname si hoy busco en la arena / una luna llena que arañaba el mar", escuchamos justo antes del estribillo.

Es aquí, en el corazón de esta balada, donde el compositor logra una fantástica mezcla de concisión y hondura: "No hay nada más bello / que lo que nunca he tenido, / nada más amado que lo que perdí". 

Aquellas pequeñas cosas (1971)

Esta exquisita miniatura es otra de las joyas correspondientes al álbum Mediterráneo. Como los mejores poetas, canta a lo cotidiano, a "Aquellas pequeñas cosas" que "te sonríen tristes y nos hacen que lloremos cuando nadie nos ve". El compositor refleja su preocupación por los momentos de vida que se esfuman.

Serrat se despidió del cine como protagonista interpretando esta canción en Mi profesora particular (Jaime Camino, 1973). Dos guionistas de lujo, los escritores Juan Marsé y Jaime Gil de Biedma, confeccionaron la historia de los personajes interpretados por Serrat y Analía Gade.

Nanas de la cebolla (1972)

El álbum Miguel Hernández fue publicado en 1972. Serrat confiesa que la conexión personal con el poeta de Orihuela es aún más intensa que con el autor de Campos de Castilla. El arreglista Francesc Burrull, conmovido por esos poemas que hasta entonces no conocía, escribió las ceremoniosas orquestaciones para la Sinfónica de Madrid, lance crucial en la producción.

Así la solemnidad de "Nanas de la cebolla", con música de Alberto Cortez, y la majestuosa “Para la libertad” (otro verso en boca de todos). La cadencia de "Nanas de la cebolla" le va como un guante a una letra dolorosa en la que el poeta contaba cómo en prisión alimentó a su hijo con pan y cebolla.

De vez en cuando la vida (1983)

En los años 80 Serrat ya era una leyenda. Alejado de proclamas, aunque nunca dejó de defender la democracia o los derechos humanos, su poética se vuelve mucho más terrenal. "De vez en cuando la vida" es una joya imperecedera de una delicadeza irrestible.

Un reconciliatorio canto a lo esencial desde la más honda ternura que le lleva a pronunciar, con una voz ya más gastada, versos de esta dimensión: "De vez en cuando la vida / toma conmigo café / y esta tan bonita que da gusto verla. / Se suelta el pelo y me invita / a salir con ella a escena". La melodía, en la que destaca el piano de Ricard Miralles, resulta también deliciosa.