Loquillo es catalán pero tiene maneras madrileñas. Los gatos lo saben. Por su cultivada chulería, por su 'No pasarán', ni los años ni el qué dirán. Ha vivido y vive fuera del rebaño y nunca ha seguido a ningún abanderado. Tomen buena nota.
Su afán de resistencia y su capacidad para reinventarse le ha llevado a la poesía, como debe ser en alguien que se enfrenta a la verdad de la vida (con homenajes como el de Gil de Biedma en No volveré a ser joven).
Por eso no es extraño que haya sido un 2 de mayo el día elegido para iniciar su gira Transgresiones, 30 años de poesía, de canciones, que le han elevado al olimpo de la canción de autor sin pedir permiso alguno. Con elegancia y sin incordiar.
Y es que corren tiempos de maleza, de vivir al filo del paredón. De modo que nada como reencontrarse con los viejos amigos y echarse en brazos de sus versos, propios o ajenos, tal como lo hizo Loquillo anoche en el Circo Price pasadas las 20,00 horas.
La ciudad que le recibió ya no es el Madrid de "las chaquetas de color teja y camisas de tono pastel" como describe el Loco con precisión de reportero en En las calles de Madrid (Ediciones B). El público que lo sigue (algún rocker espectral desempolvó su cazadora para adornar los aledaños del Price) representa a toda una generación y confirma que su mensaje y su dirección artística funciona como un reloj porque ambos están lubricados con una aleación inoxidable de autenticidad y honestidad.
Inició, pues, Loquillo, su comparecencia con un aforo que acusó el megapuente madrileño. La vida que yo veo encendió la mecha de una ceremonia en la que solo hubo un oficiante, con permiso de los extraordinarios siete músicos que desarrollaron canciones como Historia de dos ciudades, Brillar y brillar, Cuando vivías en la Castellana o El encuentro. Una de las más celebradas fue La mala reputación, de George Brassens, un himno con Paco Ibáñez al fondo que Loquillo consigue dotar de un carácter propio.
[Loquillo: "Lo mejor que te puede pasar en la vida es que te envidien, y que no te importe"]
Fue una primera parte serena (aunque saltó al patio de butacas en varias ocasiones) y de calentamiento que estalló tras un breve descanso rozando las 21,15. Volvió con energía renovada y con acordes roqueros con Los buscadores, nuevamente Luis Alberto de Cuenca.
Sería por eso, o porque se propuso levantar al público, por lo que nos regaló El hombre de negro, un homenaje a Johnny Cash y su Man in Black con el que, intuimos, se identifica hasta el tuétano. Y es que Loquillo es nuestro Johnny Cash, reconozcámoslo de una vez.
El final levantó al público con Políticamente correcto, Rusty y Voluntad de bien, esta última con el sello inconfundible de Sabino Méndez, una figura esencial en la vida de Loquillo junto a Gabriel Sopeña y el muy mencionado Luis Alberto de Cuenca. Reivindicó en una pausa militante la bajada del IVA para la cultura, una Ley de Mecenazgo y un Estatuto del Artista. Quien quiera oír que oiga.
Se despidió el Loco del respetable madrileño a punto de dar las 22,00 horas y a pecho descubierto, por lo que nos fuimos masticando los versos del gran Sabino: "Afán de medir/ Deseo de contar/ Sentir plenitud,/ querer compartir, fue todo al final/ Y es monumental/ Tan solo pensar/ Que todo fue al fin hecho por placer y dificultad".
Así desató Loquillo el Dos de Mayo en Madrid. Este viernes, segunda entrega de sus Transgresiones.