Desde que anunciaron que este año se mudarían de nuevo del parque Tierno Galván al parking de la Caja Mágica la reputación del Tomavistas, siempre considerado un festival de espíritu acogedor y familiar, pendía de un hilo. Comprensible, teniendo en cuenta que los festivales de música se han convertido cada vez más en Pesadilla en el Parque de atracciones.
En 2023, el Tomavistas congregó a 17.000 asistentes durante los tres días de festival. Este año, con solo dos jornadas, 15.000 personas estuvieron el primer día y 10.000 en el segundo. En total, 25.000 personas acudieron a la octava edición del festival madrileño, que ya ha batido el récord de asistentes de su historia.
Sin embargo, el Tomavistas parece haber querido cuidar todos los detalles para seguir siendo "tan de Madrid" como siempre. El metro conectaba hasta altas horas de la madrugada con el centro de la capital y, a pesar de que se formó una gran cola para acceder por una de las entradas, el acceso era asequible por otra de las puertas traseras.
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Dentro del recinto, mucho más grande pero fácilmente abarcable, no había que sufrir colas ni para pedir bebida ni para utilizar los aseos. Y lo mínimo estaba cubierto: fuentes de agua potable y la posibilidad de acceder con comida propia, a pesar del gran surtido de puestos de comida.
El ambiente familiar, tan característico del festival, se mantuvo. Se podían ver familias enteras, junto con unos cuantos niños pequeños adoctrinados en el indie. Afortunadamente, y esto cada vez se agradece más, el Tomavistas también ha mantenido la coherencia del cartel, que apostó ambiciosamente por talento internacional, muy noventero e indie, pero incluyó bandas nacionales emergentes de estilo similar.
Aun así, si tiramos de nostalgia, parecía un festival distinto. Cómodo y asequible —¡qué no es poco! — pero sin su fuerte personalidad, si nos remontamos a los tiempos del Tierno. Sobre todo en su público, porque entre el 80% de puretas musicales habituales, también se coló ese tipo de público tan característico de los macrofestivales, el que no viene tanto por la música, sino por la experiencia festival. Y eso se pudo comprobar en muchos de los conciertos, donde el ruido de los asistentes opacaba incluso al sonido de los propios artistas.
Aunque es inevitable apelar a la nostalgia con un cartel tan nostálgico. Las camisetas de Super 8 invadían todos los rincones del recinto este viernes. Es curioso que en una edición con un cartel tan internacional, uno de los mayores reclamos fuese una banda nacional. Pero no es una banda cualquiera, es el año de Los Planetas. Su álbum debut, con el que están girando por toda España, cumple tres décadas, e Isaki Lacuesta acaba de estrenar Segundo premio, película que no va tanto sobre Los Planetas sino sobre la leyenda de la formación granadina.
Antes de que los de Granada se subieran al escenario, la gente había comenzado un éxodo del concierto de Dinosaur Jr., veteranos de rock alternativo estadounidense, que hacían un repaso a sus cuarenta años de trayectoria. Aunque nadie quiso perderse a estos dinosaurios rabiosos, ni el propio Jota, al que se le pudo ver apenas minutos antes de comenzar su propio bolo.
Jota y Florent llegaron al Tomavistas a las 21:30 para tocar íntegramente todas las canciones del álbum, desde De Viaje a La Caja del Diablo, más Nuevas Sensaciones y Mi hermana pequeña. Lo hicieron sin el baterista Eric Jiménez ni el teclista Banin, dos de los miembros originales de la banda, aunque no dudaron en reivindicarse como "los auténticos" Planetas, más allá de las "imitaciones de las películas".
En las primeras filas, el movimiento de gente no cesó y los móviles horizontales grabando delataban la media de edad del público. Todos querían estar un poco más cerca de los granadinos, que no se han desprendido de ese aura misterioso que les acompaña siempre. Sin ser ellos de hacer muchas virguerías, ofrecieron un concierto cálido, como un abrazo a los ya no tan jóvenes, que celebraron junto con Jota y Florent, que "seguimos vivos treinta años después".
Lo de tener que elegir entre ver al grupo indie por excelencia o a la nueva banda de la que todo el mundo habla no lo vio venir nadie. Ni ellos mismos, a los que programaron de última hora sustituyendo a la banda Dry Cleaning. "Si todo va tan bien, por qué todo este dolor", coreaba el público en Los Planetas. Mientras, cerca de ahí, los Alcalá Norte cantaban irónicos: "Hace tiempo que no pienso en el horror".
Una gran desbandada huyó de un escenario a otro para ver a los chavales de Ciudad Lineal que, con solo un álbum a sus espaldas, se han colado en la escena musical, hecho mella en el público y van encadenando bolo tras bolo, a cada cual más importante, demostrando poquito a poco que son mucho más que puro hype. Y más que su Vida cañón.
Estos formaron parte del cartel nacional de la primera jornada en el que también destacó el regreso de los catalanes Standstill y Baiuca que, con su mezcla de electrónica y música tradicional gallega, ofrecieron un espectáculo adictivo, provocando una especie de danza de San Vito en el público.
La presencia femenina también fue fuerte durante la primera jornada. Compartieron escenario las hermanas Repion, Pipiolas, las pamplonicas Melenas con su pop psicodélico y las Hinds, cara conocida del indie-rock patrio que no dudaron en reconocer que "están remontando", tras haber renovado parte de su banda original. Por su parte, los británicos Editors con su rock de estadios, tan similar a grupos como Muse, y los franceses The Blaze, su siempre disfrutable electrónica lo-fi pusieron el broche internacional a una primera jornada.
El sábado también tiró de nostalgia noventera, con viejas glorias como los escoceses Belle and Sebastian y sus compatriotas The Jesus and Mary Chain. Los primeros tocaron sus himnos, Nobody's Empire, Another Sunny Day, Piazza New York Catcher, mientras caía la tarde y su cantante, Stuart Murdoch, se entregó totalmente a la causa. Bailongo, bromista —"Cada vez que venimos a España, nosotros estamos más viejos y vosotros tenéis mejor aspecto"—, no dudó en hacer equilibrismo por la pasarela del escenario ni en subir a una decena de espectadores a cantar The Boy with the Arab Strap.
Todo lo contrario a los hermanos Jim y William Reid, que tocaron ya entrada la noche. El vocalista de The Jesus and Mary Chain estuvo estático y hermético. Sabe perfectamente que no necesita conquistar a un público fanático, que nunca esperaría de él grandes dosis de carisma encima del escenario. Si del sonido sucio y magnético de sus guitarras, y de eso, la banda escocesa fue sobrada.
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Presentaron Glasgow Eyes, su octavo disco, editado este mismo año en el que celebran cuatro décadas en la industria, aunque tocaron sus míticas Just Like Honey o Happy when it rains, coreada de pe a pa por el público madurito. Las portadas de toda su discografía se proyectaron en las pantallas gigantes como un disco rayado mientras Reid se despedía con Reverance: "I wanna die just like Jesus Christ", fue su último alegato.
En el plano nacional, el sábado estuvo también bien surtido. A pesar del intenso calor que ya derrite la capital, valió la pena acercarse pronto para ver a los Bum Motion Club, grupo de la nueva hornada de bandas emergentes de la capital, y sobre todo para disfrutar del espectáculo de los Derby Motoreta's Burrito Kachimba. Con sus aires de Triana, su kinkidelia pura y el chorro de voz de Dandy Piranha, un showman irredento, quien a pesar de la frialdad inicial del público, tan propia de algunos festivales, no dejó que la fiesta se aguara ni un momento.
Destacaron también sus colegas Los Estanques, que presentaron Uve, su álbum recién sacado del horno; las Cariño, imposible no ablandarse con su tontipop; las Riot Grrrls españolas Aiko el Grupo, o Alizzz, que, por primera vez, presentó algunas de las canciones de su álbum Conducción temeraria, en un directo distinto, mucho más C.tanganero de lo habitual.
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Finalmente, otra banda europea mítica de los 90, Phoenix, fue la encargada de cerrar la noche. Con Thomas Mar liderando, los de Versalles trajeron un trocito de su palacio a Tomavistas, con un gran escenario camaleónico en el que la batería (Thomas Hedlund) acaparaba enérgicamente todo el protagonismo.
Arrancaron, como es habitual ya, con Lisztomania y no faltó Too Young, Entertainment ni 1901. Ofrecieron un concierto disfrutón, es muy fácil sucumbir a su pegadizo y bien hecho indie-pop, y demostraron que pesar de continuar lanzando música, la banda ya puede vivir perfectamente de sus clásicos.
Con ellos finalizó una edición en la que, afortunadamente, no hubo sobresaltos más allá de las ráfagas malolientes de una depuradora cercana y de los problemas de sonido de algunos de los conciertos importantes. Por eso, quizá habrá que asumir que el Tomavistas se ha hecho grande. Ya no es "el niño pequeño" o "mediano" de los festivales, ha empezado a jugar en otra liga.