Taylor Swift no tiene la mejor voz del mundo, ni es la mejor compositora, ni la mejor letrista, ni la que mejor baila, pero es realmente buena en todo eso a la vez y además ha conseguido encandilar a millones de fans contando sus vivencias, como si les diera a leer su diario íntimo. También lo ha logrado con su ética de trabajo, su simpatía y su candor, un atributo que no le ha impedido plantar cara a quienes han intentado ponerle palos en las ruedas.
En el panorama musical, entre tanto culto al dinero, a la fama, al yo más egoísta, a los tipos y tipas duros, Taylor Swift representa el triunfo de la clásica chica buena, talentosa y trabajadora, que reparte amor y alegría al mundo y que, en el fondo, tal y como ella misma reconoce en el documental Miss Americana, necesita constantemente la aprobación de los demás (algo que tampoco es que sea sano), como una Lisa Simpson que necesita sacar todo dieces en el boletín de notas. Todo eso lo demostró anoche en el estadio Santiago Bernabéu, en el primero de los dos conciertos madrileños de su gira The Eras Tour, la más lucrativa de la historia.
Pasadas las ocho de la tarde, Swift hizo su aparición en el Santiago Bernabéu, en uno de los primeros conciertos (y sin duda el más importante hasta la fecha) que se han celebrado en el templo madridista desde su remodelación. Los 65.000 espectadores que abarrotaban el estadio el miércoles (más otros tantos hoy, jueves) tenían tres horas y media para disfrutar de uno de los espectáculos más apoteósicos del pop actual.
En el show, la cantante de Pensilvania repasó toda su carrera musical (que a sus 34 años de edad ya casi suma dos décadas) a través de diez actos en los que interpreta lo mejor de su dilatada discografía, sin seguir un orden cronológico. Tres horas y media (dato que merece ser repetido una vez más) en las que Swift no falla ni una sola nota y no deja de moverse sin mostrar el más mínimo signo de cansancio, ni siquiera le cae una gota de sudor o se le estropea el maquillaje. Parece un milagro.
Y mención especial para los músicos, colocados discretamente a ambos lados del escenario durante casi todo el espectáculo para dar todo el protagonismo a la cantante y al cuerpo de baile, salvo algunos guitarristas en momentos puntuales donde su instrumento cobraba especial relevancia.
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El escenario estaba dominado por una inmensa pantalla/telón. Desde detrás de ella, y desde numerosas trampillas a lo largo de la larga pasarela que casi dividía la pista en dos, aparecían y desaparecían como por arte de magia toda clase de elementos, desde una estructura de dos plantas de estilo industrial a una cabaña de cuento rodeada de árboles.
El sonido, para ser un estadio, fue bastante bueno, aunque con el habitual barullo en las frecuencias graves y medias y el exceso de reverberación de este tipo de recintos mastodónticos. No obstante, el griterío incesante del público, que se sabía todas las letras y las cantaba a garganta partida, amortiguó las deficiencias de la sonorización.
El concierto comenzó con el bloque (o "era", tal es la importancia que tanto ella como sus fans dan a cada uno de sus discos, que representan sus distintas fases vitales) correspondiente a su disco Lover, de 2019. La primera canción de la setlist fue "Miss Americana & The Heartbreak Prince", y al acabarla Swift parecía genuinamente sorprendida por la entrega del público y saludó en español con un "encantada de conoceros". Su saludo en nuestro idioma desató más gritos por parte de las swifties, chicas jóvenes en su inmensa mayoría, que habían estado toda la tarde intercambiando pulseras de la amistad confeccionadas a mano, uno de sus rituales (incluso este cronista fue obsequiado con una, a pesar de que no tenía ninguna para dar a cambio).
El primer momento de euforia llegó con "Cruel Summer", la canción más popular de la artista, que solo en Spotify acumula 2.140 millones de reproducciones. Si cada escucha fuera por una persona distinta, esa cifra equivaldría a más de un cuarto de la población mundial. Tras "The Man", "You Need To Calm Down" y "Lover", Taylor desapareció (la primera de muchas veces) por una trampilla, para dar paso a la segunda era: Fearless, que fue también su segundo disco y el que le dio la fama. Por entonces era una joven estrella del country comercial y, de hecho, las guitarras acústicas (tanto la suya como la de sus músicos acompañantes) tuvieron mucho protagonismo en este bloque, como también recalcaba la guitarra gigante que se proyectaba en la pasarela del escenario, que llegaba casi hasta el fondo del estadio y que en su parte central se ensanchaba en forma de rombo.
Tras "You Belong With Me" y "Love Story", empezó el bloque dedicado a su disco Red, de 2012. Otro guiño hacia el público español: cuando cantaba "We Are Never Ever Getting Back Together" (que habla justo de eso, de no volver nunca con su ex), le puso el micrófono a uno de sus bailarines, que espetó en castellano: "Ni de coña".
Después de una versión de 10 minutos de "All Too Well", comenzó la "era" Speak Now. Tras una introducción a cargo del cuerpo de baile con aire de cuento de hadas, aparece Taylor con un vestido brillante y una larga cola para cantar "Enchanted", la única canción que interpretó de su tercer disco, el que la trajo a Madrid en la única ocasión que tocó anteriormente en la capital española, hace 13 años. Entonces no era la estrella mundial que es ahora, y tocó ante 4.000 fans en el que todavía se conocía como Palacio de Deportes de Madrid.
Cambio radical de tercio para anunciar el bloque dedicado a Reputation (2017): siseos amenazantes, imágenes de serpientes y unos tacones altos pisando fuerte, escenificando el cambio de imagen y de actitud que la llevó a convertirse durante un tiempo en una chica mala, harta de las habladurías y las críticas. Una base con graves potentes y una producción más urbana y menos pop en "Ready for it?" dio paso a "Delicate", cuyos primeros compases volvieron a desatar la euforia del público.
Tras canciones como "Don't Blame Me" y "Look What You Made Me Do" comienza el bloque dedicado a Folklore y Evermore, los discos que lanzó en 2020. Ambientación forestal, de luciérnagas y coníferas, con la mencionada cabaña rodeada de árboles. La artista explicó el concepto detrás de Folklore: “Estoy muy orgullosa de este disco porque es un lugar que inventé para escapar de la realidad en mi imaginación. A los pocos días comenzó la pandemia y me quería refugiar aquí, y haciéndolo empecé a escribir de manera diferente. Hasta entonces había escrito sobre mis propias vivencias, como si fuera un diario, algo que es muy divertido y catártico. Pero me pregunté qué pasaría si empezaba a crear historias ficticias y personajes con sus propios sentimientos y vivencias”.
Uno de esos personajes es Betty, que da título a una de las canciones del disco, que interpretó mientras todas las pulseras se iluminaban con un reflejo verde, como miles de luciérnagas en un bosque. A continuación interpretó "Champagne Problems" sentada en un piano de cola recubierto de musgo, y al acabar recibió una ensordecedora ovación de más de dos minutos que dejó a la propia Swift boquiabierta (estaba claro que la ovación no era la recompensa a la pieza que acababa de interpretar, sino que era una manifestación espontánea y colectiva de pura adoración y se retroalimentaba como si fuera un micrófono puesto delante de un altavoz) y a más de un espectador con daño auditivo permanente.
"Willow", cuya coreografía simula un aquelarre que según un exorcista católico de Nashville podría tener la capacidad de invocar al maligno, dio paso a "Style", que abrió el bloque de 1989, uno de los álbumes más aclamados de Taylor Swift, que lleva por título el año de su nacimiento. La artista volvió a aparecer desde abajo por una trampilla, con falda amarilla y top rojo (¿homenaje a sus fans españoles?) y muchas lentejuelas, como en cada uno de sus outfits. En "Blank Space", aparecieron las bailarinas montadas en bicicletas iluminadas de azul.
Uno de los momentos más esperados de la noche llegó con "Shake It Off", una de las canciones más conocidas y divertidas de la cantante, que habla de autoconfianza y de sacudirse las opiniones nocivas de los demás. Todo el cuerpo de baile salió al escenario, y el público bailaba, saltaba y cantaba la letra sin excepción. Tras esta canción, "Wildest Dreams" y "Bad Blood", que despidió el bloque con unas llamaradas de fuego que hicieron subir aún más la temperatura del Bernabéu.
Llegó el turno de The Tortured Poets Department, su disco más reciente y probablemente también el más flojo, en el que muchas de sus 31 canciones (ahí está quizá el problema, en la falta de criba) suenan prácticamente iguales. Una de las mejores es "Fortnight", y tanto en el videoclip como en el escenario del Bernabéu apareció Swift en la cama metálica de un psiquiátrico, donde parecfe haberse recluido con el objetivo de olvidar definitivamente a su ex.
Después de "The Smallest Man Who Ever Lived" y "I Can Do It With a Broken Heart", llega la sesión acústica, el bloque sorpresa de cada concierto de la gira. “Paso mucho tiempo pensando qué tocar cada noche”, reconoció la artista, ataviada con un vestido largo naranja y su guitarra. En la primera noche madrileña empezó con "Sparks Fly" (del disco Speak Now), a la que siguió una gran ovación. “Gracias por ser este tipo de público, me hace sentir como si todo el concierto hubiera pasado en solo 10 minutos”.
Después interpretó "I Look in People's Windows", de su último disco, sentada al piano, mientras una parte del público enloquecía porque pensaba que, de acuerdo con los rumores, aparecería de un momento a otro Lana del Rey para interpretar el dúo Snow On The Beach, ya que la neoyorquina actuará este 31 de mayo en el Primavera Sound de Barcelona. No sucedió.
Al acabar el bloque acústico, Taylor Swift se dejó caer nuevamente por una trampilla y una proyección sobre la pasarela creó la ilusión de que buceaba por debajo de ella de un extremo a otro, antes de comenzar el último bloque de la noche, correspondiente a su disco de 2022 Midnights. Arranca entre nubes de las que descienden escaleras con el tema "Lavender Haze" y continúa con "Anti-Hero".
Después de las nubes, llegó el turno de la lluvia y los paraguas con "Midnight Rain", una canción en la que el chico es un feliz rayo de sol y la chica, una lluvia triste a medianoche. Taylor cambió de vestuario en una fracción de segundo detrás de un paraguas y el público gritó asombrado. La siguiente canción, "Vigilante Shit", se sirvió con una sensual coreografía de sillas. “Últimamente me visto para la venganza”, canta la artista de Pensilvania.
El concierto culminó con "Bejeweled" y "Mastermind" antes de anunciar la última canción con un “os queremos, Madrid. Una canción más, un poco más de vuestro tiempo”. Cerró el espectáculo más rentable de la historia la canción "Karma", el gran hit del disco Midnights, con fuegos artificiales, lluvia de confeti y Taylor Swift haciendo reverencias en la pasarela, antes de desaparecer,una vez más, la definitiva, por una trampilla.
Sí, Miss Swift, se ha ganado usted nuestra aprobación y un gran sobresaliente para colgar en la nevera.