Circulan vídeos por redes sociales y blogs particulares de unos veinteañeros californianos probando su sonido acelerado en locales y casas okupa del territorio español ante un público minoritario. Lo de anoche fue todo lo contrario: esa banda norteamericana de un punk con dejes de pop llamada Green Day exorcizó a unas 35.000 personas en el festival Road to Babel, celebrado en Madrid. Sus canciones fueron coreadas al aire libre en la Caja Mágica por un público de todas las edades rendido al grupo liderado por Billy Joe Armstrong y amparado por sus escuderos Mike Dirnt y Tré Cool.
El concierto fue vertiginoso. A pesar de que se habló de una estampida debido a la final de Champions League -que enfrentaba al Real Madrid contra el Borussia Dortmund y que ganó el equipo de la capital- Green Day rebosó los límites del recinto.
Partido por una pantalla que reproducía el espectáculo para quien no había sido capaz de acercarse al escenario principal, los de Berkeley firmaron dos horas épicas, que parecían concentrar toda una vida. Y en el caso de estos tres amigos de la infancia, eso significa retroceder hasta finales de los ochenta (a pesar de que su estética y su forma física aún les doten de una especie de eterna adolescencia).
Arrancaron con The american dream is killing me, la enseña de su último disco, Saviors. Publicado el pasado mes de enero, recuperaba su espíritu más gamberro y afilado. Sin embargo, la noche no se prestaba a novedades. Con el guiño a su reciente creación y unos saludos entusiastas del cantante, la formación dio paso a su gran obra.
Se cumplen 30 años de Dookie, ese emblema que desempolvó el sonido melancólico y aglutinó, en una corriente de letras irónicas y ritmos acelerados, a una hornada de jóvenes norteamericanos que vomitaba el hastío de una generación perdida. Sus estribillos eran pegadizos; sus videoclips, jocosos; y su estilo, lo suficientemente agitado como para menear la cabeza y enarbolar los cuernos.
Lo tocaron entero, con más brío si cabe que aquel artefacto redondo de 38 minutos. No había tregua entre tema y tema, que se enlazaban como si fueran una pista única y donde el Basket Case que les llevó al estrellato no se adivinaba como un final obvio sino como otra canción más entre himnos coreados con devoción por una audiencia entregada y heterogénea.
Ocurrió casi lo mismo con American Idiot, sacado dos lustros después y que sumó a fanáticos en los albores del nuevo siglo. Poseía un toque más suave y baladas como Wake me up when september ends, homenaje al padre de Armstrong, fallecido ese mes por un fulminante cáncer de esófago.
Midiendo los tiempos en una exhibición que incluía pirotecnia, arengas continuas al público y hasta una especie de vodevil protagonizado por Cool, el batería, los de California bajaron el pistón a la hora y media. Con Boulevard of Broken Dreams aminoraron los brincos y gritos. En Know your enemy subieron a una espectadora para que acompañara en las voces. Y siguieron con Are we the waiting, Minority o Good Riddance, un colofón que inducía a la lágrima y que permitía una cariñosa despedida de España.
Aquí llevaban viniendo, apuntó el cantante, desde 1991. Lo de aquel entonces en esos locales de techos bajos y humo en el ambiente era su primer peldaño como banda. Lo de ayer fue, sin embargo, todo lo contrario: la coronación como un fenómeno internacional que, a pesar de su deriva comercial, no olvida su origen.