Hay una entrevista en Radio Nacional de los años 70 en la que los reporteros salen a la calle a preguntar a la gente qué tipo de música les gusta. A uno de los entrevistados le preguntan expresamente por Cecilia y responde: "No, yo soy más de Mocedades, de Julio Iglesias... De cosas tan modernas, no".



Esta anécdota de Jesús Caramés (Cecilianet.com) recogida en el libro Cecilia 2, la historia del disco que no pudo ser (Lengua de Trapo, 2024) de Eduardo Bravo, refleja de forma sencilla lo que representaba la cantautora en su época. Una rara avis, una artista madrileña con raíces gallegas que componía casi mejor en inglés que en español y que había conseguido convertir la influencia del folk norteamericano en algo castizo. 

Portada del libro 'Cecilia 2: La historia del disco que no pudo ser' de Eduardo Bravo. Foto: Miguel Balbuena.

“Demasiado rupturista e innovadora”, así resultaba la cantautora, apunta en el libro José Madrid, autor de su biografía Equilibrista: la vida de Cecilia (Ocho y medio, 2011), que debido al trabajo diplomático de su padre había crecido en un ambiente cosmopolita. Sin embargo, Evangelina Sobredo, nombre real de Cecilia, alcanzó el éxito comercial con su primer álbum y su canción Dama, dama era una habitual en Los 40 Principales. Por eso, su compañía, CBS, quiso aprovechar el tirón y que la artista sacase un segundo álbum cuanto antes. 

Pero ese disco, como desentraña Eduardo Bravo en el libro, nació maldito. Cecilia 2 (1973) fue un LP más maduro, íntimo, elaborado, pero que no tuvo la promoción que se merecía y la acogida fue mediocre. De hecho, como relata el periodista, hasta 2023, el álbum estuvo descatalogado en formato CD y era el único disco de Cecilia que no estaba disponible íntegramente en plataformas de streaming.

Aun así, la última obra de Cecilia, que falleció en 1976 a los 27 años en un accidente de tráfico, se ha convertido en un álbum de culto. Publicado hace cincuenta años, la vigencia y la actualidad que respiran sus letras demuestra el valor incalculable del legado de la artista. Aunque el álbum no fue tal y como quería ella que fuese, "en él está la auténtica Cecilia, por encima de Un ramito de violetas o Mi querida España", asegura José Madrid.



Cecilia, que ya había tratado en su anterior trabajo temas como la emancipación femenina, quiso ir un paso más allá. Quiso llamar al álbum Me quedaré soltera, segundo single del disco, y que en la portada fuese una fotografía de Pablo Pérez Minguez en la que aparecía ella embarazada. "Que en 1973 saliera en la portada una tía embarazada que decía me quedaré soltera era algo radical, una patada al establishment en la boca y la compañía se negó en rotundo", recuerda en el libro Luis Gómez Escolar, pareja por aquel de entonces de Evangelina. 

Aunque el álbum acabó llamándose simplemente Cecilia 2, la canción se mantuvo. Para la realización del libro, cuenta Bravo, que la hermana de Evangelina, Teresa Sobredo, le pidió expresamente no politizar su mensaje: "Cuando hables del feminismo de Me quedaré soltera, no me sitúes a Cecilia como las feministas de ahora porque, por desgracia, ella no está y no puede explicar cuál es su intención al escribir la canción". Pero es inevitable pensar en esta canción sobre una mujer de los 70 que decide ser madre soltera como algo completamente feminista y revolucionario.

Otras canciones del álbum, como Equilibrista, también reflejan ese espíritu inconformista con el rol que la sociedad franquista otorgaba a las mujeres: "Desde siempre quería haber sido equilibrista, pero mis padres tenían mejores planes para mí. Querían que estudiara una carrera, que fuera muy trabajadora, y muy buena, pero yo he preferido ser equilibrista", explicó la propia Cecilia en el programa de televisión A su aire. 

También resulta subversiva Si no fuera porque, tercera canción de álbum, en la que Cecilia canta: "Si no fuera porque mi padre siempre llora en los entierros / me mataría mañana sin pensar en ello". Para Cecilia la muerte era algo orgánico y natural, muy recurrente en sus canciones. De hecho, para ella, la canción significaba "las razones para seguir viva". Sin embargo, hablar directamente del suicidio sin tapujos no era algo habitual, —hubo que esperar hasta hasta 1990 para que otra canción de pop español abordase esta problemática (Los enemigos, con Septiembre) —incluso tampoco parece serlo a día de hoy, a pesar de que la tasa de suicidios en España crece continuamente. 

La canción, a pesar de que va en contra del precepto católico de atentar contra la propia vida, no fue censurada por la Iglesia. Para Bravo, la delicadeza de Evangelina al abordar el tema es lo que hace que "la canción trascienda el mero hecho del suicidio y permita interpretarla como una gran canción de amor al estilo Cecilia". 

Del mismo modo se puede interpretar la canción Mi ciudad, una oda a un hogar que se está volviendo cada vez más inhabitable. "Mi ciudad la hicieron de cristal y cemento/ Arrancan flores y plantan faroles/ Ensanchan calles/ Asfaltan valles/ Si pudiera haber soluciones / Respirar sin pulmones/ Crecer sin jugar / No estaría mal vivir en mi ciudad". En esta canción, Cecilia le canta al Madrid de hace cincuenta años, pero podría estar perfectamente refiriéndose al de ahora. 

"En las décadas de 1960 y 1970, Madrid se destroza entero. Todo lo que había interesante se derribó para construir hacia arriba con una impunidad absoluta. El desarrollismo era una bestia salvaje", relata Gómez Escolar. Cecilia, quien tenía una capacidad inegable para descifrar los problemas sociales de su tiempo, condensó en esta sencilla canción el descontento de movimientos vecinales que, durante finales de los 60 y principios de los 70, se movilizaron para denunciar los costes medioambientales de convertir su ciudad en un parque de atracciones.

"Mucho antes de que se hablase de gentrificación o incluso ecologismo, Cecilia decidió abordar el tema de las ciudades como lugares hostiles para sus habitantes por culpa de la especulación y las malas decisiones de sus gobernantes", destaca Bravo. La canción termina con el ruido ensordecedor de las excavadoras y de las bocinas de los coches. 

Aunque no fue como tal un "hija forzosa del franquismo", tenía más libertad a la hora de vestir y a la hora de reivindicar sus derechos, también se vio sometida a la censura. Su canción Un millón de sueños, incluida en el álbum, en un principio iba a llamarse Un millón de muertos, como homenaje a la trilogía sobre la Guerra Civil del escritor José María Gironella. Acabó modificándose el título, aunque no la letra de la canción. Finalmente, la pieza fue considerada "no radiable" por los censores y quedó prohibida su difusión en la radio y televisión. 

Aunque acabó archivado, Cecilia  tuvo que hacer frente a un proceso judicial para aclarar si la letra tenía consecuenicas penales. Aun así, ella misma le quitó importancia al asunto y aseguró que "realmente no he tenido tantos problemas como la gente piensa. Han sido problemas nimios en comparación con los que han tenido otros cantantes". 

La muerte truncó su próximo proyecto, un LP en inglés, junto con Neil Diamond, que había quedado prendado de la voz y las maneras de la artista. "El shock de su muerte y que falleciera tan pronto la ha preservado en el inconsciente colectivo como un mito y este aspecto la hace aun más adorable e intocable, pero nada más lejos de su vocación evangelizadora de plenitud humana", resalta Caramés, experto en la vida de la artista.



Algo que ella misma ratificó: "Me hubiera gustado ser predicador americano, pero nací tía y española". Décadas después, su mensaje profético y vanguardista permanece intacto, y sigue siendo una fuente de inspiración para muchos artistas. Porque como señala en el libro la cantautora Lídia López Pujol, "si en algún momento las canciones de Cecilia dejan de tener vigencia y envejecen será porque ya no seremos humanos".