Las camisetas de Pearl Jam inundaban este jueves el Mad Cool. No había duda de que gran parte de las 57.621 personas que según la organización acudieron a la segunda jornada del festival estaba allí para ver a Eddie Vedder y los suyos. El veterano grupo de Seattle, últimos supervivientes de la generación grunge, venían de tocar dos noches en Barcelona (6 y 8 de julio), y antes de eso habían tenido que cancelar varias fechas en Europa por problemas de salud de su carismático líder. Una bronquitis que él mismo calificó como "una experiencia cercana a la muerte" en uno de sus conciertos en Barcelona.

Sin embargo, cuando a las 22:53 h (con 13 minutos de retraso) se descorrió el gran telón virtual que se proyectaba en las pantallas del escenario principal y apareció la banda sobre el escenario, no había rastro de enfermedad en la cara ni en la voz de Vedder, que, ataviado con una camiseta con el número 34 y una gorra de béisbol, lo dio todo.

Entre canción y canción, el líder de Pearl Jam se desprendía de su rol de rockstar y adoptaba el de un cuñado guiri simpático que se esforzaba por hablar en español. Con un cuaderno en la mano donde iba leyendo frases y una botella de vino en la otra, se metió al público en el bolsillo saludando y brindando en nuestro idioma, presentando a la banda y dedicándole canciones a sus amigos Javier Bardem y Miguel Ríos.

Fue el concierto más largo de la jornada. En sus dos horas de actuación sonaron algunas canciones de Dark Matter, su disco más reciente. Son las que pasaron más desaparecidas entre el público, algo habitual cuando tienes un repertorio lleno de clásicos e himnos como "Alive", "Jeremy", "Black" o "Daughter", que encendieron los ánimos de la concurrencia. Otro momento destacado fue cuando interpretaron "Even Flow", a una velocidad bastante más rápida que la original.

Mención especial merece el guitarrista Mike McCready, que encadenó un solazo tras otro, uno de ellos interpretado por detrás de la cabeza. Lamentablemente el sonido fue deficiente y, como el año pasado, en las filas de atrás el sonido llegaba con un volumen muy justo y las continuas rachas de viento hacían que este se evaporase casi completamente en algunos momentos.

Josh Kiszka, cantante de Greta Van Fleet, durante su concierto de este jueves en Mad Cool. Foto: Mad Cool

La exhibición de virtuosismo guitarrero continuó justo después, a las 00:50 h, con los triunfadores de la noche: Greta Van Fleet. La banda de Michigan, tantas veces definida como "los Led Zeppelin del siglo XXI", ofreció una versión condensada de lo que pudimos ver en su concierto en el Wizink Center de Madrid el pasado diciembre. Nada de grasa, todo magro. Puro músculo, puro guitarrazo, pura cuerda vocal prodigiosa. Llamaradas de fuego cada dos por tres y la imagen de una gran espada clavada en la arena como única escenografía.

Todo el concierto fue como una gran traca final, un golpe de efecto tras otro, un gorgorito imposible tras otro, un solo enloquecido de guitarra tras otro. Los tres hermanos Kiszka (Josh, su portentoso cantante; Jake, su virtuoso guitarrista; y Sam, su solvente bajista y teclista) acompañados por su amigo Danny Wagner a la batería, tocaban cada canción como si fuera la última. Entre ellas, "Safari Song", "Black Smoke Rising", "Light My Love" y, cómo no, el cierre con "Highway Tune", ese himno de rock perfecto que los llevó a la fama en 2017.

Seis horas antes, la jornada festivalera había comenzado para nosotros de forma idílica, con el pop con sabor a soul de Michael Kiwanuka mientras caía la tarde y la brisa, aunque cálida, hacía algo más llevaderos los 33 grados que aún marcaba el termómetro.

Justo después, con el sol de cara en el escenario 3 y vestidos de negro con gafas de sol, los suecos Mando Diao desplegaban su indie rock bailable. El momento culminante de su concierto, la canción "Dance With Somebody", la más famosa (y mejor) de su repertorio, quedó deslucido por un volumen escaso y erosionado una vez más por el viento.



Después, Keane, la banda que demostró allá por 2004 (con su álbum debut, Hopes and Fears) que se puede hacer rock sin guitarras y que parecía desaparecida hasta el reciente resurgir de su canción "Somewhere Only We Know" en redes sociales, hizo demostración de su calidad y su calidez con un concierto tranquilo, como de música de fondo, que solo sacudió al público cuando sonó la citada canción y "Everybody's Changing", su segunda canción más conocida.

Tom Chaplin, cantante de Keane, durante su concierto en Mad Cool este jueves. Foto: Mad Cool

Aparte del viento y de los dolorosos solapamientos (para ver a Pearl Jam y Greta Van Fleet tuvimos que renunciar al DJ set de Bonobo, a Paul Kalkbrenner y a Bomba Estéreo), los problemas organizativos del año pasado parecían haberse esfumado. Con la reducción de aforo, no había aglomeraciones ni en las barras ni en los puestos de comida ni en los baños (este año distribuidos por todo el recinto, no concentrados en la isleta central que desató el caos en 2023).

La movilidad, siempre complicada en eventos de esta magnitud, también ha mejorado, aunque para escapar del recinto en taxi había que caminar 20 minutos y hacer otros 40 de cola.

Por lo demás, el operativo de movilidad de este año ha dejado alguna que otra escena insólita, como tener que tomar obligatoriamente un bus lanzadera (eso sí, gratuito) simplemente para atravesar la rotonda que pasa por debajo de la M-45 desde el lado de Getafe al polígono de Villaverde donde se ubica el recinto del Mad Cool. Diez minutos de espera para 30 segundos de trayecto, algo completamente ridículo que provocó las carcajadas de los usuarios al ver que el autobús se detenía y abría sus puertas a apenas cien metros de donde había arrancado. El año pasado esa distancia se recorría a pie por un camino acotado con vallas. El objetivo de este cambio, al parecer, es evitar el tránsito peatonal por la zona, ya que en otros eventos cientos de jóvenes invadían sin control las vías de acceso a la carretera de circunvalación.

En el lado positivo de las novedades, cabe destacar la colocación de numerosas máquinas de aire acondicionado en The Loop, la carpa dedicada a la música electrónica. Todo un oasis de frescor, oscuridad, rayos láser y decibelios.