"Esclavos", rugió James Hetfield con ese tono característico suyo con el que se pone en la piel de la 'muerte sigilosa' en su Creeping Death. Solo unos acordes y una palabra fueron necesarios para que el Estadio Metropolitano de Madrid entrase en éxtasis.

Y, así, Metallica lo volvió a conseguir: la banda de California, que lleva ya 43 años sobre los escenarios, arrancó su concierto invocando las plagas bíblicas de un dios destructor que se encarnó en las voces de las más de 60.000 almas de estadio del Atlético de Madrid. 

La banda, formada por Hetfield, Lars Ulrich, Kirk Hammett y Robert Trujillo, hizo rugir sus guitarras, bajos y batería durante más de dos horas y media a golpe de repaso de una más que amplia discografía. Aunque su gira mundial, M72 World Tour, esté presentando oficialmente al público su último disco, 72 Seasons, dos noches de concierto, con dos setlists diferentes, son más que suficientes para hacer un recorrido por más de cuatro décadas de metal rock, que comienza con Kill 'Em All.

Para atrapar al público y obligarle —u obligarnos— a mover las cabezas de arriba a abajo, se colocaron en el centro de un inmenso escenario circular en mitad de la pista del Metropolitano. Del que, por cierto, Ulrich apareció y desapareció, con su batería, en varias ocasiones. Y desde allí empezaron a vibrar con esa ya mencionada 'muerte sigilosa' para recorrer sus propias eras hasta reventar el estadio con su canción final, Master of Puppets. 

Los de Hetfield se convirtieron, desde que salieron al escenario, en los titiriteros de una masa extasiada vestida de negro y en la que la edad o el género se diluyó para convertir al público español en una sola voz, que replicó verso a verso al cantante de la banda. No por nada Metallica ganó este mismo año el Grammy a la mejor interpretación de Metal, premio que recogió el bajista Robert Trujillo en representación de toda la banda.

Concierto de 'favoritas'

"Casi cualquier canción de Metallica tiene a alguien que la considera su favorita, y para esa persona es especial de una forma que yo no sería capaz de expresar", escribe el profesor de filosofía del King's College de Pensilvania, Willian Irwin, en su libro El sentido de Metallica (Cúpula, 2022). Y razón no le falta, aunque sin duda ese "casi" podría eliminarse de la ecuación.

Probablemente, si hiciésemos una encuesta a la casi 70.000 personas que saltaron con los de California en el Metropolitano, sus respuestas cubriesen la discografía del grupo de principio a fin. Como, por cierto, hicieron en este primer concierto de su fin de semana madrileño.

Tras ese arranque con su mítica canción del álbum Ride the Lightning, Metallica decidió seguir con otra melodía inconfundible, esta vez de su …And Justice for All. Así, el Metropolitano siguió gritando al ritmo de Harvester of Sorrow para dar paso a Cyanide (de Death Magnetic), King Nothing (de Load) y acabar esta primera ronda de música en la que se invocó a un dios vengador con la canción que da título a su último álbum y a su gira mundial: 72 Seasons

Sin duda Metallica sabe cómo crear ambiente y hacer de su concierto todo un espectáculo. Algo que, probablemente, sus fans más acérrimos, esos que hicieron que los abonos dobles para el fin de semana más metalero se agotasen en un abrir y cerrar de ojos, apreciarán también el domingo.

Y es que el segundo acto de esta primera noche de metal fue desgarrador: empezó con una canción que aún no habían tocado en España de su último disco, If Darkness Had a Son. De este álbum también se coló Shadows FollowNo sin que antes Trujillo presentase —en un español un tanto roto— una canción que él y Hammett tocaron para el público español, Sangría Brain.

Entre medias, tocaron clásicos que tal vez sean menos conocidos para el gran público, pero que desgañitaron las voces de los más fieles, como The Day That Never Comes (de Death Magnetic) o la siempre mágica e instrumental Orion (de Master of Puppets). Todo para acabar con su archiconocida Nothing Else Matters (de The Black Album).

Y se hizo el fuego

Canción tras canción, Ulrich fue creando, baquetas en mano, una explosión que (cómo no) no pedía otra cosa más que fuego. Y eso fue lo que el Metropolitano obtuvo en el tercer acto, el punto y seguido de esta noche de ensueño de la "familia Metallica", como Hetfield se refirió a la audiencia.

La noche acabó con clásico tras clásico, con todas esas canciones que ya se han convertido en viejas glorias del metal, en pequeñas joyas escondidas en el subconsciente popular. En el corazón más puro de la familia Metallica. Y es que no solo se las sabían de carrerilla, riffs y golpes de batería incluidos, todos los presentes en el estadio del Atlético de Madrid, sino que probablemente quien lea estas líneas sea también capaz de tararearlas. 

La guinda final de la noche la pusieron los sempiternos Sad but True (de The Black Album), Fight Fire With Fire (de Ride the Lightning), Fuel (de Reload) y Seek & Destroy (de Kill 'Em All). Con estas dos últimas, además, el público enloqueció por completo. Una porque llenó el escenario de fuego —nada pega más con la gasolina que las llamas—. La otra, porque arrancó con pelotas gigantes amarillas y negras que cayeron del cielo.

Los punteos de Metallica, la voz de Hertfield, que sonaba como una sola con los asistentes, y el fuego infernal que el escenario escupió al cielo de Madrid, convirtieron la capital en un verdadero paraíso de Hades. 

Todo culminó, además, con los acordes que desataron un glorioso caos. Con esa "fuente de autodestrucción", como canta Hertfield. Master of Puppets, de su disco homónimo, acabó de reventar el estadio de fútbol. Y así, el público, como hipnotizado, vio cómo Metallica exorcizaba en directo a los miles de personas que cayeron rendidos a sus pies.

Todas y cada una de ellas "obedecieron a su maestro", Hertfield, que con su inconfundible solo de guitarra estremeció a su público. Claro, que no podría haberlo hecho sin sus fieles compañeros: la batería de Lars Ulrich, la guitarra de Kirk Hammet y el bajo de Robert Trujillo.