Sum 41 se proclama rey del tercer día del Mad Cool con una corona de fuego, sudor y nervio juvenil
La histórica banda de rock canadiense destrona al popular grupo italiano Måneskin, que prometía ser el principal atractivo de la noche del viernes.
13 julio, 2024 06:51La tercera jornada del festival Mad Cool apuntaba a tener el nombre de Måneskin resaltado en letras de oro como único protagonista que brillaría por encima del resto. Su notoriedad en el panorama del rock actual y su popularidad en las redes y entre las nuevas generaciones invitaban al pronóstico del éxito rotundo de este grupo, generalmente celebrado como un aliento de frescor en la apolillada escena rock.
Quizás por este motivo se le concedió nada menos que el escenario principal en la cúspide horaria de la noche, cuando todos los asistentes al evento se encontraban concentrados en el recinto preparados para culminar la velada. La sorpresa fue, sin embargo, encontrarse con un grupo que, aunque solvente, no fue el mejor de la jornada, ni tampoco logró encender a su público como sí que lo ha conseguido otros artistas en esta edición del festival.
Todo pese a que no tuvieron el problema que sí que acusaron el resto de grupos a la hora de reunir público. En torno a 50.000 personas se amontonaron frente al escenario principal del festival, sin importar el solapamiento con otros conciertos como el de The Breeders, para asistir al concierto del grupo ganador del festival de Eurovision en 2021.
Por el contrario, a lo largo del día, como a un niño al que le hacen elegir entre papá y mamá, los espectadores se tuvieron que enfrentar a la difícil decisión de elegir entre varios artistas cuyos horarios coincidían. Eso es la vida, al fin y al cabo, elegir y, en el proceso, descartar, pero aquellas disyuntivas infantiles siempre son amargas, y más cuando se tiene que dejar de lado a grupos de primer orden como Black Pumas.
Por suerte, el comienzo del viernes no daba lugar a discusión. La poderosa voz entre gótica y montaraz de Benjamin Clementine se imponía al resto de grupos que actuaban a primera hora, cuando el sol todavía taladraba y solo los acólitos más fieles se atrevían a exponerse a la cruel tarde del julio madrileño. En aquel ambiente desolador, en el que solo el color verde artificial del césped del recinto y los asistentes daban alguna muestra de vida, los temas del británico comenzaron a reunir a los primeros corpúsculos de gente.
Desafortunadamente, la música de Clementine, que está hecha para resonar entre los sillares de un castillo gótico, o, al menos, en la intimidad de una sala en penumbra, no lució como merecía a la luz del día, dispersándose en una explanada todavía a medio llenar. Aún asi, eso no le impidió al londinense, al que parecía no afectarle los latigazos del sol que se proyectaba en su cara, imponer su talento con temas como Condolences o Jupiter.
Otra banda que comenzó a reunir cada vez más fans fue el dúo inglés Sleaford Mods. El grupo, que se caracteriza por sus temas postpunk de corte contestatario, se desenvolvió con su tónica minimalista habitual, donde solo hicieron falta una base pregrabada y la voz de Jason Williamson para desperezar al público.
Como es tradición en esta pareja de Nottingham, al comienzo de cada tema por parte de Andrew Fearn, el otro componente del grupo cuya labor es darle al botón que da inicio a la canción, le siguió un baile de éste entre desenfrenado y esperpéntico, a lo que se sumó la voz corrosiva del cantante.
Williamson, además, parecía tenerle envidia a su compañero, pues no tardaba en seguirle en el baile, bamboleándose en una curiosa mezcla entre lo pasayada coqueta y la ironía. Cada uno por su lado, los dos integrantes del grupo se dedicaron a dar un espectáculo que, de no ser por la extraña aureola que envuelve al par, sería lamentable.
En cambio, es hipnótico. Prueba de ello es la postura que repitió en varias ocasiones el cantante, en la que colocaba una botella de agua sobre su coronilla. Al poco, las pantallas comenzaron a mostrar a varios fans que imitaban el gesto colocándose el vaso en la cabeza.
Más tarde, durante el concierto de Måneskin, el público dejó de colocarse los vasos sobre la cabeza y, en su lugar, alzaron los móviles. Ya desde los primeros compases de la banda romana innumerables fans se mostraron seriamente preocupados por lograr un buen plano de sus ídolos. El grupo, que parecía acostumbrado a esta actitud, mostraba su mejor cara irreverente. Damiano David, cantante y líder, mascaba chicle, impertérrito y descarado, mirando a un horizonte de cabezas que no saltaban.
Los italianos hicieron una interpretación con pocos peros, en la que brilló especialmente el guitarrista Thomas Raggi, que ofreció un solo de varios minutos de duración. Sin embargo, nada de lo que hiciera la banda glam pareció emocionar especialmente al público, que, salvo por las primeras filas de incondicionales, se mostró mucho más entregado con otros artistas ese mismo día.
Ni siquiera los temas más reconocidos lograron ser la chispa que encendiera definitivamente a las miles de personas reunidas. Fue, de hecho, con temas como Beggin', tremendamente popular incluso entre aquellos que no son admiradores de la banda, cuando hubo más quietud entre los asistentes. No les podía temblar el pulso si querían lograr el mejor encuadre.
Algunos consiguieron, eso sí, capturar escenas fabulosas. Como el momento en el que, durante el tema KOOL KIDS, permitieron entrar en el escenario a un selecto grupo de fans adolescentes que se abalanzaron sobre los músicos mientras estos continuaban con su música y contoneo habitual, en un incómodo episodio de frivolidad.
Una hora antes, sin embargo, tuvo lugar un concierto en el que el sudor, la rabia y la genuina candidez juvenil confluyeron. Sum 41, el grupo de la región canadiense de Ontario que lleva aporreando sus instrumentos desde finales de los años 90, mostró sus galones ante un público febrilmente entregado como si, en lugar de un cantante entrado en su cuarta década, se encontraran ante un salvador. O ante el diablo. O ante ambas cosas.
Desde un primer momento la banda liderada por Deryck Whibley hizo temblar los cimientos del escenario a base de fogonazos, chispazos y golpes rotundos de batería. El público respondió incluso antes, vibrando a cada gesto del cantante, que confiaba plenamente en el efecto que sabía que ejercía sobre los asistentes.
Banda y espectadores entraron en comunión gracias a una sucesión de temas que agitaban a un público entregado hasta la locura. Canciones como We're all to blame, I don't wanna waste my time, In too deep o Dopamine hicieron saltar, agitarse, estamparse y entremezclarse a fans y no tan fans en una suerte de fraternidad del sudor que tiene el sabor fortuito de lo que es realmente un concierto de rock.