Si la música de Travis Scott se materializara, se parecería a lo que pasó hace diez días cuando se cayó Microsoft y vuelos en todo el mundo, hospitales y oficinas vivieron un desastre. Una sirena distorsionada (la misma que se oye al principio de su canción FE!N, que cantó hasta cinco veces) sirve como leitmotiv al concierto de su gira Circus Maximus World Tour.
Un sonido de alerta y peligro que parece sugerir un mundo maquinal y digitalizado en el que todo parece que va bien, pero somos más vulnerables que nunca a una tecnología que nos esclaviza. Scott nos conduce a una realidad virtual que ha sustituido a la real, puramente tecnológica, en la que no hay músicos en el escenario y que es al mismo tiempo brutal y vulnerable, amenazadora y frágil.
Lo suyo fue un derroche de energía. Travis Scott se parece más a las descargas eléctricas de Jimmy Hendrix que a la lírica de Michael Jackson aunque de vez en cuando como en su balada I KNOW imita la característica voz de falsete del rey del pop. Sin dar un segundo de tregua, el de Houston recaló en el WiZink Center de Madrid para fervor de 17.000 chavales (la edad media era de 20 años con muchísimos adolescentes) que disfrutaron su concierto como si el apocalipsis que parece anunciar en sus rotundas canciones estuviera a la vuelta de la esquina y el mundo fuera a acabarse mañana mismo.
De superhéroe a MDLR
Porque el espectáculo estaba tanto en el escenario, situado en medio de la pista, una especie de estructura que parecía rememorar la América precolombina, como en el público. La chavalada, extasiada y descamisada en el tórrido verano madrileño, se dedicó a bailar sus canciones de manera enloquecida reviviendo las famosas "batallas" de los conciertos punk del Londres de los 70 dando botes y chocando los unos contra los otros.
Estaban todos tan entusiasmados (es su primer concierto en España en seis años) que casi se percibía como un momento de catarsis generacional, en el que se reconocen los unos a los otros en una ocasión memorable. Con Scott como demiurgo, cuando los fans se abrazaron los unos a los otros de rodillas al final de una de las baladas la emoción subió al máximo.
Fue un one man show en el que el artista apareció arropado por una descarga de electrónica rockera al son de HYAENA, la canción que abre su último álbum, Utopía, lanzado el verano pasado. Una canción en la que como, en general en el álbum, revisita sus raíces africanas (en la película lanzada para promocionarlo, titulada Circus Maximus, como la gira, visita Africa), aunque pasada por una electrónica tan pesada que la distorsión es total respecto a esos referentes.
Una a una, sin apenas pausas, el rapero fue desgranando su catálogo con la misma producción brutalista, centrándose en la primera parte en canciones Utopía (sumen a FE¡N, I KNOW y HYEAENA otras como THANK GOD o SIRENS). Al principio, iba vestido con un traje hipermoderno y unas gafas futuristas que le hacían parecer un superhéroe sacado de Black Panther.
Scott es un hombre que parece vivir dentro de veinte años. Solo al final, salió con una camiseta y aspecto de chico de barrio y llegó SICKO MODE, la canción de su disco Astro World (2018) que le hizo famoso en el mundo entero en la que rapea sin parar eso de "like a light, like a light" (como una luz) que ya es un clásico contemporáneo.
Sin más presencia que la suya, no se echó de menos a nadie en un concierto en el que Scott no paró de rapear, dar botes, bailar y correr de un lado a otro del escenario. Porque el de Texas se pasó la hora y cuarto que duró el concierto, que se hizo corto, solo en el inmenso escenario, sin bailarines ni coristas y únicamente en un momento hizo subir a unos chavales descamisados del público para que retozaran de gozo y aclamaran al único Dios del asunto, él mismo.