Joan Manuel Serrat, compositor e intérprete

Joan Manuel Serrat, compositor e intérprete

Música Premios Princesa de Asturias

Siempre quise ser Serrat, ese seductor con guitarra

  • Premio Princesa de Asturias de las Artes, Joan Manuel Serrat abrió una rendija por la que se colaron sus reclamos de respeto y libertad. Javier Ruibal, gran amigo, recuerda su talento y solidaridad sin fisuras.
  • Más información: Serrat, la voz conciliadora
Javier Ruibal
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Quise ser Serrat cuando a los catorce escuché el certero retrato del señorito andaluz en su disco dedicado a Machado. Figura pusilánime y vacua que tanto había visto pasearse por mi pueblo sin tomar medida a la arrogancia y el desprecio que se gastan los de arriba. Ahí entendí que yo, como mi padre, éramos de los de abajo, con todo lo que eso conlleva de sumisión y renuncia. Que vivíamos en un país anormal y silenciado donde el maestro abrió una rendija por la que se iban colando sus reclamos de respeto y libertad. Y quise ser Serrat porque brillaba entre los de abajo cantando y contando con su voz elegante versos de amor y muchos otros cargados de ironía y desacato.

Como el balón no era lo mío, metiendo horas y horas de guitarra en hacerme con sus canciones, aprendí que, mejor que aspirar a ser el machote fanfarrón del instituto, lo suyo era imitar a ese seductor con guitarra que captaba la atencion de las muchachas, y así ser visto y deseado y, en fin, parecer menos adolescente.

Fui un Serrat con acné repitiendo sus gestos, apuntándome a sus opiniones como si fueran mías. Cuanto decía era claro y contundente, acertado, equitativo y honesto. Cómo no querer ser Serrat, guaperas y bien plantao, además.

Abrió la puerta el maestro y dejó sobre la mesa el mejor de los regalos, la poesía española en toda su riqueza de giros y matices; inagotable de expresiones, un idioma que parece no tener fin. Y además la canción; ese juguete tan liviano en apariencia y tan profundo en intenciones. Acólito de su lúdica e ilustre cofradía, he seguido sus logros como si fueran míos, con admiración y sin envidia, queriendo ser como él sin copiarlo, por si algún día mis canciones llegaran a su oído.

Y llegaron, y lo conocí, y me temblaron las piernas, y me mató de gusto cuando echó el primer piropo a mi trabajo. No digo ya el placer de ser elegido su amigo.

El maestro dejó sobre la mesa el mejor de los regalos, la poesía española en toda su riqueza de giros y matices

Intuía que sería un tipo cercano y simpático; superó sobradamente mis expectativas regalándome una amistad y una complicidad sin límites. Era tal mi admiración que tardé bastantes años en llamarlo Nano. Así lo llaman sus amigos más cercanos y yo me seguía sintiendo el tipo con suerte que por una carambola del destino había accedido a su intimidad.

Aún hoy siento ciertos nervios en su presencia. No hace mucho le confesé: "Mira, Nano, tú y yo somos buenos amigos y nos queremos y todo eso, pero que sepas que en ningún momento me olvido de que eres el Serrat al que admiro tanto. Y espero que nunca se me olvide".

Imagino que no debe ser fácil cargar con la fama y la popularidad, recibir loas y distinciones; honoris causa allí, laudatio allá, y lidiar con remolinos de partidarios atolondrados pidiendo una foto. Siempre solidario y apoyando presencialmente a toda clase de colectivos que demandan ser visualizados, sin perder la paciencia ni la coherencia, el maestro está, en fin, lo mismo para un roto que para un descosido.

García Márquez me contó que escribía para ser querido. Hay que tener cuidado con lo que pides no vaya a ser que se te conceda y los cariños te sobrepasen. En eso el Nano es un gran campeón encajando lo que se le venga encima. Ahora le otorgan otro honor de los grandes y siendo como es, lo recibirá con grandeza. ¡Qué ejemplo!