'El exclaustrado' de Álvaro Pombo, un culebrón delicado y caprichoso
- Entre el drama folletinesco y la reflexión filosófica, el autor explora la soledad, la culpa y la incomunicación en una trama amarga y divertida.
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Sostiene el narrador de El exclaustrado, auténtico alter ego de un Álvaro Pombo (Santander, 1939) que establece una relación conversacional y medio familiar con el lector, que su relato "es, entre otras cosas, un folletín que se precia de sí mismo". No cabe descripción más certera del bucle de tensos vínculos humanos abocados a un trágico desenlace que cuenta la novela.
Folletinesca es la historia centrada en el anciano Juan Cabrera, monje benedictino que, tras abandonar el convento después de denunciar a unos novicios por exhibición impúdica, se enclaustra en su pequeño piso madrileño. Del aislamiento del mundo le saca la sorpresiva visita de un sobrino, Jaime, quien le trae al presente a un amigo suyo, uno de los ayer expulsados del monasterio, Antón, hoy profesor de Derecho, deseoso de venganza.
Por medio de Jaime, Cabrera establece limpia y sanadora relación con su joven amante, Petri, chica de un bar de copas, casada con su amigo Antón, a quien ella ha abandonado sin disolver el matrimonio. Más peripecias llevan el culebrón a su cumbre: Petri rompe con Jaime y retorna al hogar conyugal donde Antón la somete a un encierro del que sobrino y tío tratarán de librarla.
Ha de darse por descartado que un escritor tan reflexivo y artista como Álvaro Pombo no busca referir una exagerada trama de tormentosas relaciones afectivas. Solo la acentúa hasta el límite del drama excesivo para traer a capítulo una observación general de la vida enfocada en las personas y en su situación en el mundo.
Como ocurre, en general, en su obra, se muestra atento a la problemática personalidad de los humanos. Encontramos de nuevo en El exclaustrado la falta de sustancia, asunto que centraba su primer libro narrativo, y divaga sobre el alma insignificante y la identidad.
También hallamos con vehemente intensidad la religión; la presencia de Dios, que aprecia como un hecho incuestionable en tiempos en apariencia descreídos; la Iglesia católica, y, en sentido más amplio, una religiosidad actual en la que se da una fusión de ateísmo y cristianismo. Hace además una sugerente apreciación: lo religioso se corresponde no tanto con una realidad empírica como con un elemento de la ficción general que es la vida.
Colmada de sutilezas mentales, el exclaustrado es una novela amarga y divertida, profunda y algo gamberra
Estos planteamientos adquieren por momentos una dimensión estrictamente filosófica. Una glosa —un debate apoyado con citas literales— de Jean Paul Sartre alimenta el fondo de la novela. Y a partir de ese soporte van apareciendo aspectos espirituales específicos, en particular un análisis desmitificador de la conciencia, facultad psíquica sobrevalorada que se rebaja a la pobre condición de pura vanidad interior.
Otros elementos más se abordan en el repaso que la novela —o, mejor, el autor por medio de la ficción— lleva a cabo de manifestaciones y patologías del alma. Entre ellos, el sentimiento lastrante de soledad que se recubre de indiferencia social, el peso insidioso de la culpa, el poderío malsano de la venganza o el mito de la inocencia que apela a la nostalgia del Paraíso. Sobre estos dispersos asuntos destaca un continuo y auténtico alegato contra la incomunicación, preludio de la agorafobia.
Ni el sello especulativo de una historia colmada de sutilezas mentales y paradojas ni la ostentación de frases enrevesadas y juegos semánticos estorban la amenidad de esta novela amarga y divertida, profunda y algo gamberra. Aunque los temas y la forma produzcan cierto efecto de obra inactual y caprichosa, El exclaustrado de Pombo contiene una sugestiva fábula intemporal.