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Muchos recordarán una impactante frase de Paco de Lucía que explicaba su relación con el intrumento de su vida, el que lo elevó al olimpo del flamenco: "La guitarra es una hija de puta". El de Algeciras mantenía con ella una relación tormentosa; era la que daba sentido a su existencia y, al mismo tiempo, el motivo de sus grandes frustraciones. Una pasión y un sacrificio. El caso de Yerai Cortés (Alicante, 1995) es antagónico. El guitarrista que protagoniza el primer trabajo cinematográfico de C. Tangana se sirve del instrumento —aquí, en el sentido más amplio del término— para dar rienda suelta a sus impulsos creativos. 

No se siente esclavizado por su guitarra. Ni siquiera se hace cargo de esa lógica según la cual el número de horas invertidas determina la calidad con la que tocas el instrumento. Cuando se sienta a componer, "puede que haya estado una semana con la guitarra en la cabeza y una tarde con la guitarra en las manos", confiesa a El Cultural, café mediante, en un hotel apostado bajo las Torres Kio de la madrileña Castellana. Al tiempo que nace la música, se le revelan también las posibilidades de transmisión: el relato que pretende contar, el concepto visual en el que será inscrito, la persona que podría prestar su voz a la creación...

Por tanto, "cuando cojo la guitarra, en lo que menos pienso es en si toco más con la derecha o con la izquierda", confiesa el artista, que actuará dos días consecutivos (viernes 24 y sábado 25 de enero) en el Teatro Eslava (antigua Joy) con su espectáculo Guitarra coral. Incluso cree que llegará a "sacar una canción en la que no haya guitarra. Esa será la demostración de que me considero más creador que guitarrista". "Para mí tocar la guitarra es un acto egoísta. La utilizo y no consiento que me domine", resuelve.

La heterodoxia de Yerai Cortés le va como un guante a la personalidad artística de C. Tangana. Además de la ambición que irradia su proyecto en solitario, el compositor e intérprete de Un veneno siempre ha destacado por su habilidad para rodearse de grandes talentos.

A Yerai lo conoció como tocaor de acompañamiento en una fiesta organizada por el productor musical Javier Limón. En la conversación sucesiva, el alicantino desveló al madrileño cuál era su proyecto inmediato: hacer un disco flamenco con composiciones propias. Estaría atravesado por un secreto familiar, "una pena". A Pucho (C. Tangana/Antón Álvarez) le pareció que ahí había una película, su primera película.

Yerai Cortés, guitarrista Cristina Villlarino

El resultado ha sido un largometraje documental sorprendente y lleno de verdad, La guitarra flamenca de Yerai Cortés, cuyo reparto se completa con el entorno más cercano del artista, siendo sus padres, separados desde hace más de dos décadas, dos piezas claves en el guion. C. Tangana dosifica con admirable destreza los ingredientes de la trama, que avanza con el ritmo vertiginoso de sus bulerías. La línea de tiempo, en cambio, es horizontal: en el metraje se alternan las entrevistas y las secuencias musicales, cuya factura visual pone de manifiesto el gusto estético de Tangana y el equipo de la productora Little Spain.

Entre los testimonios que escuchamos en la película, algunos de ellos de gran hondura, ha trascendido el que pronuncia C. Tangana al inicio: "Los modernos lo tratan de moderno y los gitanos, de gitano". Un gitano moderno sería, por tanto, una buena definición para Yerai, aunque el sintagma alude también a otras cuestiones de mayor calado: la identidad, por ejemplo, y el eterno debate en torno a la conservación de la pureza del flamenco, en consecuencia.

"Gracias a los puristas y a esa extrema defensa suya para que no se pierdan los cantes antiguos, yo puedo estudiar de dónde procede el flamenco", explica el guitarrista a El Cultural. Del mismo modo, siente que este arte "viene de los gitanos porque las letras de entonces nos hablan de esa discriminación que sufrieron. Los gitanos cubrían esos dolores con cantes", por lo que le cuesta creer "que un señorito que haya vivido muy bien haya compuesto eso".

En su casa, por ejemplo, se ha vivido el flamenco de manera inconsciente. "Era más bien un ruido, como cuando suena una cafetera o como cuando alguien se enfada", cuenta el guitarrista, convencido de que en los hogares de los andaluces-no-gitanos el flamenco también habrá tenido mucha presencia, "pero no de la misma manera".

Yerai Cortés, guitarrista Cristina Villlarino

Todo este sustrato identitario ha nutrido su música, que "es tradicional, pero la exposición es totalmente contemporánea", matiza. No es el primer gitano que ha experimentado con otros ritmos ajenos al flamenco ni será el único: desde Camarón y Lole y Manuel en la segunda mitad de los 70, serían incontables.

"En realidad, el flamenco nace como una mezcla", apunta oportunamente Yerai. Además, lo importante es no despegarse de la raíz. Acreditan su compromiso con la esencia los palos clásicos —tangos, malagueñas, bulerías, romance, seguiriyas, rumbas…— que vertebran el álbum, que lleva el mismo nombre que la película y vio la luz el 20 diciembre de 2024. Lo que no encontrará el oyente es otra voz masculina que no sea la suya. Y es que "cada vez que escribo algo, el cuerpo me pide que lo cante una voz femenina", nos cuenta.

La Tana, Remedios Amaya y La Tania, su compañera sentimental, son las tres cantaoras que colaboran en el álbum, aunque hay otras seis voces que redondean, a modo de coro, algunos temas. Este viernes Yerai presenta el formato escénico en Madrid, la ciudad que lo acogió hace ya trece años. "El flamenco es muy bonito en esta ciudad porque todo el mundo cae aquí o viene de paso. No defiende un concepto concreto, por lo tanto es más abierta", explica, al tiempo que cita enclaves icónicos como la escuela Amor de Dios, que es "un monumento. Darte un paseo por allí es como ir al Louvre, se palpan las vivencias". 

Lamenta, sin embargo, que no queden ya sitios flamencos en la capital. Más allá del mítico Candela de Lavapiés, que acaba de reabrir sus puertas, "tú como flamenco, vas con tu flamencura por la vida, pero quieres ir a un sitio de flamenco y no hay", cuenta Yerai. ¿Qué hacer entonces? Transformarlo. Esto es lo que ha ocurrido alguna vez en el Club Malasaña, convertido en fiesta gitana para la ocasión, y es lo que parece que ocurrirá este viernes en el céntrico Teatro Eslava. Guitarra coral, su espectáculo, "es lo más parecido a un tablao y, al mismo tiempo, a una instalación contemporánea en un museo", asegura.

Y además será una extensión de su disco y su película, un proyecto que ha servido para sanar sus heridas, aunque para lograrlo haya tenido que someterse a la exposición de su intimidad más desgarradora. "Ha sido un proceso de tres años y medio y he tenido muchas dudas y muchos miedos, me lo he pensado mil millones de veces. Pero he ido abrazando esas inseguridades, las hemos convertido en arte y han dejado de ser nuestras para ser de todo el mundo. De este modo, siento que ya no lloro yo solo. La gente llora con nosotros", concluye.