"Esta mañana nos ha llegado la noticia triste y demoledora del fallecimiento del gran director Mariss Jansons, miembro de honor de esta casa", ha confirmado la Filarmónica de Viena de la que el músico de origen letón era asiduo invitado. Jansons, nacido en Riga en 1943, murió este fin de semana en su casa de San Petersburgo, tras varios años con problemas de salud.
Conocido por su extraordinario trabajo con la Filarmónica de Oslo, que bajo su mando pasó de ilustre desconocida a figurar en los festivales internacionales, Jansons ingresó hace dos décadas en el exclusivo club de los directores de orquesta más prestigiosos de su generación y ha enarbolado su batuta Estados Unidos, Holanda y Alemania.
Ya hace unos años el director se mostraba preocupado por el estado de la música, pues consideraba que en ella “se está produciendo el mismo fenómeno preocupante que en todas las facetas de la vida: la pérdida de espiritualidad a favor del materialismo y una tecnología que, si bien es necesaria, no es suficiente”, advertía. “El hombre es cerebro, corazón, sentimientos… y todo ello hay que educarlo a través de la belleza. Sin embargo, en casi ningún país se enseña música en las escuelas. No hay apoyo político, y es que la música se ve más como entretenimiento que como cultura”.
Jansons fue un director de contrastes. Exigente y riguroso, su carácter afable le valía el afecto casi instantáneo e inquebrantable de sus orquestas, que se combinaban, debido a su manera sencilla y risueña, con la total admiración de público y crítica. Su secreto artístico residía, a ojos de esta última, en su equilibrio ideal entre el temperamento dionisiaco y la sutileza apolínea, que los expertos achacaban a la fusión de las influencias de sus dos maestros Yevgueni Mravinski y Herbert von Karajan, que le hacían unir la intensidad rusa con el énfasis alemán.
Otro de sus grandes hitos, que le acercó al público masivo, fue su participación en el famoso Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena en hasta tres ocasiones: 2006, 2012 y 2016. Como reconoció Jansons, lo más importante de un concierto para él era “sin duda, que deje huella, que el espectador note que algo está sucediendo, que se impresione. Yo intento huir de la rutina, que es el mayor pecado de la música en nuestros días. Para mí es necesario volcarse en cada ocasión y no valen las reservas”.
Una actitud totalmente aplicable al director, adorado por su público y conocido como un hombre sencillo sin actitudes de estrella, que ha sido galardonado con numerosas distinciones noruegas, británicas, alemanas y austríacas. De hecho, tras sufrir algunos infartos en los años 90, que lo obligaron a interrumpir unos meses su actividad profesional, Jansons siempre volvía a escena, incansablemente entregado a la música.
“Musicalmente me preocupa la autenticidad, que el público sepa distinguir lo bueno de lo malo. Que no caiga en construir dioses a partir de mediocridades. Personalmente, algo cambia cuando uno se ha debatido entre la vida y la muerte”, explicaba en referencia a sus ataques al corazón.” Aunque me queda una gran cantidad de adrenalina, tengo mayor profundidad en mis miras e interpretaciones y una sola obsesión: ir cada vez a más. Despacio, pero cada día a mejor”.
Su salud, precaria en los últimos tiempos ya venía decayendo, por lo que tenía programadas dos actuaciones en Viena, el 28 de noviembre pasado y el 2 de diciembre, pero ya había cancelado ambas. No obstante, se esperaba su próxima gira española con Ibermúsica, en enero, al frente de la Sinfónica de la Radio de Baviera. Y también su presencia, en agosto, al frente de una nueva producción de Boris Godunov, de Músorgski, en el Festival de Salzburgo, dentro de la edición de su centenario. Citas a las que ya no podrá acudir.