Viena-Bonn, el eje existencial de Beethoven
Beethoven amó Bonn: su círculo de amigos, sus tabernas, sus colinas... Allí forjó su personalidad, a base de dificultades familiares y económicas. Pero el triunfo imperecedero se lo brindó Viena, capital de la música entonces, y donde, a su muerte, en 1827, se movilizaron 20.000 personas para glorificarle.
17 noviembre, 2020 09:20Entre su casa natal, en la calle Bongasse número 20 de Bonn (pleno centro histórico), y su tumba, en el Cementerio Central de Viena, median 56 años de una fructífera pero atormentada existencia. Son el punto de partida y de llegada del itinerario vital de Beethoven. Miden la distancia que va del niño introvertido que, por culpa de la prematura muerte de su madre y el alcoholismo de su padre, tuvo que hacerse un hombre demasiado rápido y aquel sordo huraño que congregó en su funeral a más de 20.000 personas, hito primigenio en la construcción post mortem del mito. Ambos lugares son destinos de peregrinaciones masivas cada año. Coinciden turistas de curiosidad efímera (la del selfie compulsivo) y melómanos a los que se les caen las lágrimas de emoción. La fuerza magnética del tótem ya hace décadas que no discrimina.
En Bongasse 20 hoy se alza la Casa Museo del compositor. Custodia el archivo de partituras (autógrafas algunas, como la de la Sexta sinfonía y la de la sonata Claro de luna) y documentos de Beethoven más importante del mundo, un festín para investigadores. También se exhibe el último pianoforte que utilizó, con sus teclas desgastadas por el impacto violento de sus dedos, que intentaban extraerle una vibración suficiente para que su maltrecho aparato auditivo pudiera percibirla. El edificio fue remodelado recientemente para ofrecer sus mejores galas en el aniversario. A finales del siglo XIX, tras acoger un cabaret en el que se lucían mujeres ligeras de ropa, amenazaba ruina. Un grupo de amigos, agrupados en torno al editor Hermann Neusser, lo compraron y lo sanearon. Poco después fueron adquiriendo el fondo documental que constituye la base de la colección actual. Aparte de a Neusser, hay mucho que agradecer al vigilante que, en 1944, se la jugó lanzando al jardín vecino las bombas incendiarias que le llovieron desde los aviones aliados.
Joven bailongo
Beethoven sería muy feliz si pudiera verlo. Comprobaría que su vocación de posteridad habría cristalizado en la ciudad a la que tan apegado se sentía. No solo al círculo de amistades que había trabado allí sino también a sus tabernas, como la Em Höttche, que ha mantenido un ‘criterio historicista’ en su decoración. Allí, dicen, acudía a bailar con un ligue suyo, antes de que su relación con las mujeres deviniera en desastre absoluto. Beethoven gozaba asimismo los paseos por las colinas que la rodean la urbe renana: la naturaleza era un claustro inspirador para él.
Vería también con agrado que le han erigido una imponente estatua en la Münsterplatz, frente a la catedral, y que se ha bautizado una sala de conciertos con su nombre, la Beethovenhalle, inaugurada por Paul Hindemith con su Nobilissima visione en 1959. Aunque esta denominación fue impulsada ya por Liszt en el siglo XIX, cuando se celebró el primer Beethovenfest. En la actualidad, cada mes de septiembre, este festival convoca a decenas de orquestas y ensembles en torno a las partituras de su rica cosecha.
Su casa natal exhibe partituras autógrafas como la de la Sonata Claro de Luna y la 6ª Sinfonía
Esa riqueza empezó a germinar en el Zehrgarten, el refugio de los artistas de Bonn, donde paladeaba el placer del intercambio de ideas en materia política, filosófica, literaria… Un despertar que aconteció en compañía de las familias del conde Ferdinand von Waldstein y del doctor Franz Gerhard. Aunque la influencia más fecunda fue la de Christian Gottlob Neefe, que recaló en Bonn como organista de la corte del arzobispo y príncipe elector de Colonia Maximiliamo Federico. Neefe disparó las inquietudes del joven, hasta entonces embridado por su padre, que, como hiciera también el de Mozart, lucía a su vástago como un niño prodigio en recitales de piano, una humillante errancia que comenzó en Colonia en 1778. Gracias a su nuevo mentor, Beethoven se empapó en Shakespeare, Schiller, Voltaire, Beaumarchais… Después de esas lecturas ya nada podía ser igual, claro. Menos todavía cuando Neefe puso también en sus manos El clave bien temperado de Bach, otra iluminación.
Es difícil seguirle la pista en Viena: habitó en unas 70 casas, prueba del caos doméstico que su vida
Las capacidades descomunales de Beethoven acabaron desbordando los miserables objetivos de su progenitor y, a la larga, las fronteras de Bonn. Viena era el epicentro mundial de la música. Instalarse allí era un peaje inevitable para seguir ampliando su formación. Neefe, al diseccionar su primera composición (Nueve variaciones sobre una marcha de Ernst Christoph Dressler), que manufacturó con tan sólo 11 años, advirtió: “Se convertirá en un segundo Mozart”). Y precisamente la leyenda le sitúa, cuando cumplió 16, en Viena, tocando ante el autor de La flauta mágica, que al escucharlo hizo su propio vaticinio: “Fijaos en ese chico, algún día el mundo hablará de él”. La intención de ponerse bajo su instrucción la truncó la tuberculosis de su madre. Beethoven debió regresar para enterrarla y asumir responsabilidades domésticas excesivas para un adolescente, incluso de aquella época. Pero retornar a Viena era estrictamente necesario, así que cinco años después estaba de nuevo en la capital austriaca. Haydn tomó el relevo de Neefe, inculcándole los patrones compositivos clasicistas, que luego trascendería.
Al borde del suicidio
En Viena ya permaneció el resto de su vida, es decir, 35 años seguidos. Allí sobrevino el triunfo y el reconocimiento. Pero su relación con la ciudad (y sus habitantes) fue difícil. Bien es cierto que estuvo muy mediatizada por la tirantez constante con sus mecenas y editores: su tozuda genialidad era difícil de encarrilar por los gustos musicales en boga. La sordera, además, se le empezó a manifestar poco tiempo después, distorsionando inevitablemente la conexión con su entorno. En su casa de Heilegenstadt, entonces municipio independiente y hoy parte del elegante distrito vienés de Döbling, fue donde escribió el famoso testamento en el que expresa su desesperación por ese tormento íntimo: el de un músico incapaz de oír. El suicidio se perfila entonces como una solución pero su creencia de que estaba destinado a escribir una página imperecedera en la historia de la música le redime. Ese domicilio, en Probusgasse, 6, donde compuso la Sinfonía Heroica, acoge el Museo Beethoven de Viena, donde se muestra una panoplia de sus pedestres audífonos (léase trompetillas).
Su pista en Viena es complicada de seguir. Habitó en unas setenta casas, claro signo del caos doméstico en que se convirtió su vida. Hoy se conserva una en su estado original, la conocida como Pasqualatihaus, por el nombre de su propietario. Posee una preciosa vista desde su cuarta planta sobre la Ringstrasse y la Universidad. En ella trabajó en su ópera Fidelio y en piezas de piano como la famosa Para Elisa. La ocupó intermitentemente entre 1804 y 1815. Un año antes de este último, en 1814, había comenzado el Congreso de Viena, un acontecimiento clave que hizo de Viena un aleph diplomático y político. Destinado a restaurar el orden internacional tras los ‘desmanes’ de Napoléon, devino también en una gigantesca y prolongada francachela donde la música, escanciada en cientos de fiestas y recepciones, cobró un protagonismo absoluto. Beethoven compuso al efecto una cantata, El momento glorioso, dedicada a los jerifes reunidos.
Ya era una estrella, que había estrenado en el Theater an der Wien o el Kärntnertortheater. El big bang de su popularidad había estallado y nada iba a parar su expansión. Lo evidenció la multitud que se movilizó en su entierro. Y las diversas necrologías ditirámbicas que aparecieron en los papeles. Buen ejemplo es la publicada por el doctor Wilhelm Christian Müller en Allgemaine Musikalische Zeitung, en la que le dedicaba esta elocuente enumeración: “La más sublime majestuosidad, la melancolía más profunda, la delicadeza más sutil, la broma más caprichosa, la sencillez más infantil y el más alocado regocijo”.