Este año, hay una excelente cosecha sinfónica en el Festival de Granada. A las Orquestas Mahler Chamber, de París, la Nacional, la JONDE, Concert de Nations y la de la propia ciudad andaluza, ha de sumarse la Gürzenich de Colonia, un conjunto histórico y bien acreditado, buen servidor de músicas contemporáneas. Y un ejemplo de esta actitud lo tenemos en la configuración de su programa, centrado en Schumann, pero inaugurado con una nueva composición firmada por el germano York Höller (1944), un músico poco conocido aquí, pero figura señera ya en su país. Discípulo de Bernd Alois Zimmermann y Stockhausen, posee una amplia formación y visita todos los géneros con una producción muy variada y proteica, también orientada a la electrónica.

La obra que se escuchará lleva por título Entrée für Blechbläser, que de seguro tendrá una excelente interpretación. No es la primera vez que el conjunto de Colonia toca su música: hace cuatro años le estrenó, con Tabea Zimmermann, un Concierto para viola, con su titular François-Xavier Roth en el podio, el mismo maestro con el que se presenta este viernes en Granada. Roth se ha destapado como alguien capaz, versátil, dueño de una sólida técnica, ávido por descubrir nuevos territorios musicales.

La solvencia de Roth ha ido manifestándose poco a poco a medida que aumentaban sus deseos de alumbrar nuevas formas y repertorios. Dentro de la música contemporánea ha establecido en estos últimos años, junto a la Gürzenich, una entente con el compositor Philippe Maunoury, a quien ha encargado tres obras. En 2009 fundó la Joven Orquesta Europea Hector Berlioz, que persigue la interpretación fidedigna del corpus sinfónico del autor de la Fantástica. Las pocas horas que le quedan, Roth las dedica al servicio de numerosos proyectos pedagógicos.

Nueva y buena ocasión ahora de revisar esos conceptos en esta visita en la que, al lado de la composición de Höller, se sitúan dos obras muy importantes del catálogo de Schumann: el Concierto para violín, con la magnífica Isabelle Faust como solista, y la Sinfonía nº 2, una piedra de toque para comprobar la calidad de una orquesta, su tímbrica, sus procesos articulatorios y su capacidad para cantar y encaramarse a las cimas líricas que animan una partitura nada fácil de organizar, y dirigir, con ese emocionante tiempo lento como eje.