La audición de Zayín, además de ilustrarnos en general acerca de la naturaleza de las obras maes- tras, arroja luz sobre un aspecto particularmente paradójico de la creación artística. Se juntan, por una parte, la rigidez del cálculo combinatorio y, por otra, el temblor de una expresión abrumadoramente humana. Pocos compositores tan implacables en su rechazo del sentimentalismo como Francisco Guerrero. Su búsqueda se dirigió siempre hacia la superación de la emocionalidad, hacia la objetivación racional del acto de creación; y, sin embargo, su música nos pone delante de los oídos unas realidades que no pueden ser descritas sino como el destilado hirviente de las interioridades inefables del alma humana. Como todos los grandes creadores, Guerrero refina sus emociones, las limpia de todo contenido privado, individual, hasta convertirlas en realidad universal, en peripecia espiritual compartible.
Eso, y otras muchas cosas es Zayín, Siete en hebreo, colección de piezas para cuarteto de cuerda, trío de cuerda o violín solo compuestas para el Cuarteto Arditti. La calidad de la música y la interpretación hacen del disco una excepcional obra de arte.