Como señala en sus modélicas notas Luis Gago, tres nombres básicos en la historia del piano concurren en este registro de 1972: Chopin, Fauré y Albéniz. El primero, por ser la fuente de donde manó tantas veces la música para teclado del segundo, tan amigo y tan unido al tercero, no tan heredero del polaco, pero sí la atalaya desde la que mira el arte y el estilo interpretativo de Esteban Sánchez.

El genial pianista extremeño, un gran recreador de la Iberia del compositor de Camprodón, acomete las 8 piezas que integran la grabación -Impromptus 1, 2 y 3, Barcarolas 1 y 3, Nocturnos 1 y 6, Vals-capricho 2-, casi todas encuadradas en la década de 1880, con una libertad, un impulso, una vitalidad y un apasionamiento muy propios de su manera de tocar, que partía siempre de un dominio técnico de primera magnitud y que estaba muy conectada con su visión de aquella prodigiosa suite. Las superposiciones de acordes, la fusión de acompañamientos y melodías, el fraseo, provisto de tanta energía como, en su caso, delicadeza, son resueltos por el llorado Sánchez con total maestría y convicción.