Un Boris de leyenda
M. MUSSORGSKY: Boris Godunov. Nicolai Ghiaurov, Philip Langridge, Nicola Ghiuselev, Mikhail Svetlev, Lucia Valentini-Terrani, Ruggero Raimondi. Coro y Orquesta del Teatro alla Scala de Milán. Claudio Abbado. 3 Cd Myto Mcm 021 255 ADD
Coincidiendo con el triunfal regreso de Claudio Abbado a un foso operístico italiano con Simon Boccanegra en Florencia, aparece por primera vez en el mercado el testimonio sonoro de su legendario Boris Godunov, que abrió la temporada de la Scala en 1978. Contó con un reparto en estado de gracia encabezado por Nicolai Ghiaurov, cuya voz empezaba a presentar unos signos de fatiga que hacen su visión del complejo zar más conmovedora que en la producción salzburguesa y en el posterior registro para Decca con Karajan. Philip Langridge es el más sinuoso príncipe Shuisky, Nicola Ghiuselev un Pimen lleno de nobleza, Mikhail Svetlev el clásico tenor ruso opulento y algo vociferante como Falso Dimitri, y Ruggero Raimondi (también un futuro gran Boris) compone un impresionante Varlaam. Lucia Valentini-Terrani aporta su belleza vocal a la ambición de Marina, y Fedora Barbieri su proverbial incisividad a la Hostelera, mientras John Shirley-Quirk sabe dar el apropiado cinismo a Rangoni.
Pero ante todo destaca la orquesta de la Scala, que nunca sonó ni volvería a sonar así, y a la que Abbado convierte, junto con el magnífico coro (preparado por Romano Gandolfi), en verdadera protagonista de esta historia trágica sobre el destino humano. El maestro milanés, miembro por entonces del PCI (como tantos otros intelectuales italianos), defendía el factor didáctico y revulsivo de la música, golpeando a la alta burguesía en sus propias entrañas aquella noche de San Ambrosio. Sólo por conservar estos milagros merece la pena que exista el sonido grabado.
Coincidiendo con el triunfal regreso de Claudio Abbado a un foso operístico italiano con Simon Boccanegra en Florencia, aparece por primera vez en el mercado el testimonio sonoro de su legendario Boris Godunov, que abrió la temporada de la Scala en 1978. Contó con un reparto en estado de gracia encabezado por Nicolai Ghiaurov, cuya voz empezaba a presentar unos signos de fatiga que hacen su visión del complejo zar más conmovedora que en la producción salzburguesa y en el posterior registro para Decca con Karajan. Philip Langridge es el más sinuoso príncipe Shuisky, Nicola Ghiuselev un Pimen lleno de nobleza, Mikhail Svetlev el clásico tenor ruso opulento y algo vociferante como Falso Dimitri, y Ruggero Raimondi (también un futuro gran Boris) compone un impresionante Varlaam. Lucia Valentini-Terrani aporta su belleza vocal a la ambición de Marina, y Fedora Barbieri su proverbial incisividad a la Hostelera, mientras John Shirley-Quirk sabe dar el apropiado cinismo a Rangoni.
Pero ante todo destaca la orquesta de la Scala, que nunca sonó ni volvería a sonar así, y a la que Abbado convierte, junto con el magnífico coro (preparado por Romano Gandolfi), en verdadera protagonista de esta historia trágica sobre el destino humano. El maestro milanés, miembro por entonces del PCI (como tantos otros intelectuales italianos), defendía el factor didáctico y revulsivo de la música, golpeando a la alta burguesía en sus propias entrañas aquella noche de San Ambrosio. Sólo por conservar estos milagros merece la pena que exista el sonido grabado.