El bachiano Herreweghe, después de logros resaltables con Beethoven, Schumann o Brahms se enfrenta con la Sinfonía nº 7 de Bruckner apoyado en los timbres de época de la Orquesta de los Campos Elíseos, de la que obtiene una muy meritoria interpretación, en la que apreciamos una magnífica claridad de líneas, una planificación sonora ejemplar y una gradación de progresiones insólita, aunque respira poco (vertiginosa coda del primer movimiento). El director controla además -sigue la edición Nowak- las dinámicas y sabe marcar de manera muy natural los clímax. Frasea convincentemente. Una recreación soberbia por su espectro sonoro, que desde luego se bate el cobre de espaldas a otras concepciones interpretativas más románticas.