El joven director Daniel Harding sigue escalando puestos desde que un célebre Don Giovanni a medias con Abbado lo catapultara a las alturas. Ese modo un tanto descarnado, siempre ligero y ágil, los ritmos urgentes, una singular penetración tímbrica forman parte de su estilo. Son rasgos que se aprecian en este acercamiento a la sinfonía más clásica, más transparente y más lírica de Mahler, que alcanza una excelente interpretación, muy ajustada de tempi, grácil de exposición, vivaz de acentos y delicada de colores. Falta, eso sí, la acerba ironía que otros directores imprimen al sardónico segundo movimiento y la efusión que puede desprenderse del Ruhevoll, que tan bien contrasta con la tierna y engañosa melodía. Dorothea Rüschmann canta muy bien los lieder del cuarto movimiento y se explaya con fortuna, con clara dicción y muy atractivo timbre de lírico-ligera, en otras tres canciones del Wunderhorn. La Mahler Chamber Orchestra suena estupendamente. Lástima que la toma sonora sea tan pálida y apagada.