Siempre nos podemos sorprender con cada nueva interpretación de esta obra genial, de tan impecable como abierta construcción. Bonizzoni la plantea, y nos ayuda a entenderlo así el estudio de Stefano Russomano, no como una suma global, unitaria, de treinta partes (más el aria inicial y su repetición final), sino como una construcción en la que cada variación tiene su vida propia, su carácter; a lo más se reúnen las partes en grupos ternarios, respondiendo al criterio formal del autor. Entre los aspectos más originales de esta interpretación se sitúa la importancia dada al tríptico constituido por las variaciones 10-12, lo que hace que la partitura no gire, como es habitual, en torno a la nº 15, realizada aquí de manera acelerada. Visón reflexiva, muy trabajada, que el teclista hace que se extienda hasta los 79 minutos y 5 segundos, una duración desusada. Bonizzoni está, además, en todos los secretos y resortes del instrumento -un Kroesbergen-, su sonido es denso, su digitación limpia y su fraseo contrastado. Una hermosa experiencia.