Estos dos discos nos traen el testimonio de la colaboración de la Staatskapelle de Dresde y George Szell en el Salzburgo de 1961 y 1965. Se unían la sedosa sonoridad, la luz tímbrica de los instrumentistas germanos y la precisión, el rigor y la transparencia de texturas habituales en el maestro magyar. Una buena combinación, que ofreció excelentes resultados. Así, por lo que respecta a Beethoven, unas oberturas de Coriolano y Egmont prietas, concisas, muy dramáticas; un Emperador cristalino y rozagante, vivo de tempi y vigoroso, donde brilla la pulsación, algo fría, de aquel virtuoso pianista ruso llamado Nikita Magaloff; una tonificante y bien delineada Quinta, magra y punzante, con ciertos desajustes -el primero en el compás inicial-, pero de una magnífica diafanidad. Como la aplicada a la Tercera Sinfonía de Bruckner, alejada de presupuestos ultrarrománticos, pero muy bien expuesta; una interpretación de una gran intensidad lumínica.
La grabación de 1965, con Egmont y Bruckner, es algo mejor.